Выбрать главу

– ¿Qué te parece seis talentos al veinticinco por ciento, a pagar en un mes? -insistí.

Devi negó con la cabeza, con cierta amabilidad.

– Respeto el impulso de regatear, Kvothe, pero no tienes ninguna fuerza. Si estás aquí es porque estás desesperado. Yo estoy aquí para sacar provecho de esa situación. -Extendió las manos mostrándome las palmas, en un gesto de impotencia-. Me gano la vida así. Que tengas un dulce rostro no entra en la ecuación.

Me miró con seriedad y agregó:

– Y a la inversa: si un prestamista del gremio se dignara decirte la hora, pensaría que has venido aquí solo porque soy guapa y porque te gusta el color de mi pelo.

– Es un color muy bonito -dije-. Los pelirrojos deberíamos ayudarnos.

– Deberíamos -coincidió ella-. Por eso te propongo que nos ayudemos con un interés del cincuenta por ciento a pagar en dos meses.

– Está bien -dije, y me recosté en la silla-. Tú ganas.

Devi me regaló una sonrisa encantadora y volvieron a salirle los hoyuelos.

– Solo podría ganar si los dos estuviéramos jugando. -Abrió un cajón de la mesa y sacó una botellita de cristal y una aguja larga.

Estiré un brazo para cogerlas, pero en lugar de acercármelas, Devi me miró con aire pensativo.

– Ahora que lo pienso, podría haber otra opción.

– Me encantaría tener otra opción -reconocí.

– La última vez que hablamos -dijo Devi lentamente-, insinuaste que tenías una forma de entrar en el Archivo.

– Sí, lo insinué -dije con vacilación.

– Esa información tendría bastante valor para mí -dijo ella con exagerada indiferencia. Aunque Devi tratara de ocultarlo, detecté una avidez insaciable y feroz en su mirada.

Me miré las manos y no abrí la boca.

– Te doy diez talentos ahora mismo -dijo sin rodeos-. No es un préstamo. Te compro la información. Si me descubren en Estanterías, negaré que me la hayas dado tú.

Pensé en todo lo que podría comprarme con diez talentos. Ropa nueva. Un estuche que no se cayera a trozos para mi laúd. Papel. Guantes para el invierno.

Suspiré y negué con la cabeza.

– Veinte talentos -dijo Devi-. Y las tarifas del gremio en cualquier préstamo que me pidas en el futuro.

Veinte talentos significarían medio año sin preocuparme por la matrícula. Podría realizar mis propios proyectos en la Factoría en lugar de trabajar como un burro para fabricar lámparas marineras. Podría comprarme ropa hecha a medida. Fruta fresca. Podría llevar mi ropa a una lavandería en lugar de lavarla yo mismo.

Inspiré expresando mi reticencia.

– Yo…

– Cuarenta talentos -dijo Devi con rabia-. Tarifas del gremio. Y me acuesto contigo.

Con cuarenta talentos podría comprarle a Denna un arpa pequeña. Podría…

Levanté la vista y vi a Devi mirándome desde el otro lado de la mesa. Tenía los labios húmedos, y sus ojos azul claro emanaban intensidad. Hizo rodar los hombros hacia atrás y hacia delante con el movimiento lento e inconsciente de un gato antes de abalanzarse sobre su presa.

Pensé en Auri, feliz y a salvo en la Subrealidad. ¿Qué sería de ella si un extraño invadiera su pequeño reino?

– Lo siento -dije-. No puedo. Entrar es… complicado. Tendría que implicar a una amiga, y no creo que esté dispuesta. -Decidí ignorar la otra parte de su oferta, porque no tenía ni idea de qué decir sobre eso.

Hubo un prolongado y tenso silencio.

– Maldito seas -dijo Devi por fin-. Suena como si me estuvieras diciendo la verdad.

– Te digo la verdad. Es molesto, ya lo sé.

– Maldito. -Frunció el ceño y me acercó la botella y la aguja.

Me pinché en el dorso de la mano, viendo brotar la sangre y resbalar por mi mano hasta caer en la botella. Conté tres gotas e introduje también la aguja dentro de la botella.

Devi untó el tapón con adhesivo y lo metió con rabia en la botella. A continuación abrió un cajón y sacó un estilete con punta de diamante.

– ¿Te fías de mí? -me preguntó mientras grababa un número en el cristal-. ¿O quieres que selle la botella?

– Me fío de ti -contesté-. Pero prefiero que la selles.

Derritió un poco de lacre sobre el tapón de la botella. Imprimí mi caramillo en el lacre dejando una marca reconocible.

Devi metió la mano en otro cajón, sacó seis talentos y los tiró encima de la mesa. El gesto habría podido parecer propio de un crío enfurruñado si su mirada no hubiera sido tan dura y colérica.

– Voy a entrar allí de una forma o de otra -dijo con frialdad-. Habla con tu amiga. Si eres tú quien me ayuda, te recompensaré.

Capítulo 11

El Refugio

Volví a la Universidad de buen humor pese a la carga que suponía la deuda que acababa de contraer. Hice algunas compras, cogí mi laúd y me dirigí a los tejados.

Desde el interior, orientarse por la Principalía era una pesadilla: un laberinto de pasillos y escaleras de trazado irracional que no conducían a ninguna parte. Pero moverse por sus tejados traslapados era pan comido. Fui hasta un pequeño patio que, en algún momento de la construcción del edificio, había quedado cerrado y aislado, atrapado como una mosca en el ámbar.

Auri no me esperaba, pero allí era donde la había conocido, y a veces, en las noches despejadas, ella salía a contemplar las estrellas. Comprobé que las aulas que daban al patio estuvieran vacías y a oscuras, y entonces saqué mi laúd y empecé a afinarlo.

Llevaba casi una hora tocando cuando oí un rumor abajo, en el patio cubierto de maleza. Entonces apareció Auri; trepó por el manzano y subió al tejado.

Corrió hacia mí; sus pies descalzos daban ágiles saltitos por la brea, y su cabello ondulaba tras ella.

– ¡Te he oído! -exclamó al acercarse-. ¡Te he oído desde Brincos!

– Me parece recordar -dije lentamente- que iba a tocar el laúd para alguien.

– ¡Para mí! -Se llevó las manos al pecho y sonrió. Saltaba sobre un pie y luego sobre el otro, casi bailando de entusiasmo-. ¡Toca para mí! He sido paciente como dos piedras juntas -dijo-. Llegas a tiempo. No podría ser paciente como tres piedras.

– Bueno -dije, vacilante-, supongo que todo depende de lo que me hayas traído.

Auri rió y se puso de puntillas, con las manos todavía entrelazadas sobre el pecho.

– ¿Y tú? ¿Qué me has traído?

Me arrodillé y empecé a desatar mi hatillo.

– Te he traído tres cosas -contesté.

– Qué tradicional -dijo ella con una sonrisa-. Esta noche pareces todo un joven caballero.

– Lo soy. -Saqué una botella oscura y pesada.

Auri la cogió con ambas manos.

– ¿Quién lo ha hecho?

– Las abejas -respondí-. Y los cerveceros de Bredon.

– ¡Las abredonjas! -dijo ella sin dejar de sonreír, y depositó la botella junto a sus pies.

A continuación saqué una hogaza redonda de pan fresco de cebada. Auri estiró un brazo, la tocó con un dedo, y asintió en señal de aprobación.

Por último saqué un salmón ahumado entero. Me había costado cuatro drabines, pero me preocupaba que Auri no consumiera suficientes proteínas, porque cuando yo no iba a verla, se alimentaba de lo que encontraba por ahí. El salmón le convenía.

Auri se quedó mirándolo con curiosidad y ladeó la cabeza para examinarle su único ojo.

– Hola, pescado -dijo. Luego levantó la vista hacia mí-. ¿Tiene un secreto?

Asentí.

– Tiene un arpa en lugar de corazón.

– No me extraña que parezca tan sorprendido -dijo Auri volviendo a mirar el salmón.

Me lo quitó de las manos y, con cuidado, lo puso sobre el tejado.

– Levántate. Tengo tres cosas para ti. Es lo justo.

Me puse en pie y Auri me tendió una cosa envuelta en un trozo de tela. Era una vela gruesa que olía a lavanda.