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Supongo que podría haber continuado, pero al inspirar, jadeando y con la boca abierta, aspiró una de las semillas flotantes de algodoncillo, se atragantó y empezó a toser con violencia.

Al final escupió la semilla, recobró el aliento, se levantó y salió cojeando del aula sin decir una palabra más.

Aquella no fue una de las clases más extrañas del maestro Elodin.

Después de la clase de Elodin comí algo en Anker's y fui a realizar mi turno en la Clínica, donde los El'the con más experiencia diagnosticaban y trataban a los pacientes. Después crucé el río con la esperanza de encontrar a Denna. Era la tercera vez que iba en tres días, pero hacía un día fresco y soleado, y después de pasar tanto tiempo en el Archivo, me apetecía estirar un poco las piernas.

Primero pasé por el Eolio, aunque era demasiado temprano para que Denna se encontrara allí. Estuve charlando un rato con Stanchion y Deoch antes de ir a unas cuantas tabernas más que sabía que ella solía frecuentar: La Espita, La Bala y el Tonel, y El Perro en la Pared. Tampoco estaba en ninguna.

Atravesé unos cuantos parques públicos, cuyos árboles estaban desprovistos de hojas casi por completo. Luego visité todas las tiendas de instrumentos que encontré, examinando los laúdes y preguntando si habían visto a una hermosa joven morena interesada en comprar un arpa. Nadie la había visto.

Para entonces había oscurecido. Volví a pasar por el Eolio y me abrí paso lentamente entre la gente. Denna no estaba allí, pero sí me encontré al conde Threpe. Nos tomamos una copa y escuchamos unas cuantas canciones; luego me marché.

Me ceñí la capa alrededor de los hombros y eché a andar hacia la Universidad. Las calles de Imre estaban más animadas que durante el día, y pese al frío que hacía, reinaba en la ciudad una atmósfera festiva. Por las puertas de tabernas y teatros se filtraba música de todos los estilos. La gente entraba y salía de restaurantes y salas de exposiciones.

Entonces oí una risa que se destacaba, aguda y radiante, por encima del monótono murmullo del gentío. La habría reconocido en cualquier sitio: la risa de Denna. La conocía como la palma de mis manos.

Me di la vuelta, mientras se me pintaba una sonrisa en la cara. Siempre me pasaba lo mismo: solo la encontraba cuando había abandonado toda esperanza.

Escudriñé los rostros del remolino de gente y no me costó localizarla. Denna estaba de pie junto a la puerta de un pequeño café, con un largo vestido de terciopelo azul marino.

Di un paso hacia ella, y entonces me paré en seco. Denna hablaba con alguien que estaba de pie detrás de la puerta abierta de un carruaje. La única parte de su acompañante que alcancé a ver fue la coronilla. Llevaba un sombrero con una larga pluma blanca.

Al cabo de un momento, Ambrose cerró la puerta del carruaje. Dedicó a Denna una amplia y seductora sonrisa y dijo algo que la hizo reír. La luz de una lámpara sacaba destellos del brocado de oro de su chaqueta, y llevaba unos guantes teñidos del mismo morado real oscuro de sus botas. Contrariamente a lo que podría parecer, ese color no resultaba demasiado chillón en él.

Me quedé plantado mirando, y un carro ligero tirado por dos caballos estuvo a punto de tirarme al suelo y arrollarme; y me habría estado bien empleado, porque estaba de pie en medio de la calle. El conductor lanzó una blasfemia y chasqueó el látigo al pasar de largo. Me dio en la nuca, pero ni siquiera lo noté.

Recuperé el equilibrio y levanté la cabeza justo a tiempo para ver que Ambrose besaba la mano a Denna. Entonces, con un gesto grácil, le ofreció el brazo y entraron juntos en el café.

Capítulo 16

Temor acallado

Después de ver a Ambrose y a Denna en Imre, me puse de un humor sombrío. De regreso a la Universidad, no podía quitármelos de la cabeza. ¿Lo hacía Ambrose por pura maldad? ¿Cómo había podido pasar? ¿En qué estaba pensando Denna?

Tras una noche prácticamente en vela, intenté no pensar más en ello y me refugié en el Archivo. Los libros no son un gran sustituto de la compañía femenina, pero es más fácil encontrarlos. Me consolé buscando a los Chandrian por los oscuros rincones del Archivo. Leí hasta que me escocieron los ojos y se me quedó la cabeza espesa y entumecida.

Pasó casi un ciclo, y apenas hice nada más que asistir a clase y saquear el Archivo. La recompensa de mis esfuerzos fueron unos pulmones llenos de polvo, un dolor de cabeza persistente de pasarme horas leyendo con luz simpática, y un nudo entre los omoplatos de encorvarme sobre una mesa baja mientras hojeaba los desvaídos restos de los catálogos gileanos.

También encontré una sola mención de los Chandrian. Fue en un manuscrito en octavo titulado Curioso compendio de creencias populares. Calculé que debía de tener doscientos años.

El libro era una colección de historias y supersticiones recopiladas por un historiador aficionado de Vintas. A diferencia de Los ritos nupciales del draccus común, no pretendía demostrar ni desmentir esas creencias. El autor se había limitado a recoger y organizar las historias y añadir algún breve comentario sobre las variaciones en las creencias de unas regiones a otras.

Era un volumen admirable que, evidentemente, comprendía años de investigación. Había cuatro capítulos sobre demonios. Tres capítulos sobre hadas (uno de ellos, dedicado exclusivamente a cuentos sobre Felurian). Había páginas sobre los engendros, los descalandrajos y los troles. El autor reproducía canciones sobre las damas grises y los jinetes blancos. Una extensa sección sobre los draugar de los túmulos. Había seis capítulos sobre magia popular: ocho maneras de curar las verrugas, doce maneras de hablar con los muertos, veintidós hechizos de amor…

La única entrada sobre los Chandrian ocupaba menos de media página:

Por lo que refiérese a los Chaendrian, no hay mucho que dezir. Todo Hombre los conoce. Todo niño entona su canción. Y aun así, las gentes no cuentan historias.

Por una poca de cerveza, un Labriego hablará dos largas horas de los Ressiniyos. Mas menciónesele a los Chaendrian, y aprieta la boca como el culo de una solterona, toca fierro y aparta con ímpetu la silla.

Muchos piensan que trae mala ventura hablar de los Fata, y aun así las gentes lo hazen. Por qué causa sea distinto con los Chaendrian, ignórolo. En el pueblo de Monstumulo, un Curtidor bastante borracho díjome en voz baja: «Si hablares de ellos, vinieren por ti». Ese parece ser el temor acallado destas gentes comunes.

Así que escribo de lo que he recopilado aquí y allá, muy general e inespecífico. Los Chaendrian son un grupo que varía en número. (A bien seguro siete, dado su nombre.) Aparécense y acometen actos de violencia sin razones fundadas.

Hay señales que anuncian su Llegada, mas no hay acuerdo sobre ellas. El fuego azul es la más común, aunque yo assimismo he oído hablar de vino que tórnase vinagre, de ceguera, de cultivos que marchítanse, de tormentas impropias de la estación, de preñeces interrumpidas y del sol escureciéndose en el cielo.

En suma, que pareciéronme un tema de Estudio Desalentador e Infructuoso.

Cerré el libro. «Desalentador e infructuoso» me sonaba de algo.

Lo peor no era que ya sabía todo lo que estaba escrito en aquella entrada, sino que era la mejor fuente de información que había descubierto en más de un centenar de largas horas de búsqueda.

Capítulo 17

Interludio: papeles

Kvothe alzó una mano, y Cronista levantó la pluma del papel.

– Hagamos una breve pausa aquí -propuso Kvothe, y señaló la ventana con un movimiento de la cabeza-. Veo a Cob bajando por la calle.

Se puso de pie y se sacudió el delantal.