Выбрать главу

– ¿Es que aún sigues esperando noticias suyas? -pregunté-. ¿Después de lo que pasó en Trebon? ¿Después de no haber sabido nada de él durante más de un mes?

– El es así -dijo Denna encogiéndose de hombros-. Ya te lo dije, es muy reservado. No es nada raro en él que desaparezca durante largos periodos.

– Tengo un amigo que me está buscando un mecenas -dije-. Podría pedirle que te buscara uno a ti también.

Denna me miró con unos ojos insondables.

– Es enternecedor que pienses que merezco algo mejor, pero no lo merezco. Solo tengo buena voz, nada más. ¿Tú contratarías a un músico medianamente entrenado que ni siquiera tuviera instrumento propio?

– Yo y cualquiera con oídos para oírte -afirmé-. Cualquiera con ojos para verte.

Denna agachó la cabeza, y el cabello le tapó la cara como una cortina.

– Eres muy amable -dijo en voz baja, e hizo un extraño movimiento con las manos.

– Dime, ¿qué estropeó las cosas con Kellin? -pregunté para dirigir la conversación a terreno más seguro.

– Que recibía demasiadas visitas de caballeros -dijo ella con aspereza.

– Deberías haberle explicado que no soy nada ni remotamente parecido a un caballero -dije-. Quizá eso lo habría tranquilizado. -Pero sabía que el problema no podía ser yo. Solo había conseguido ir a verla una vez. ¿Habría sido Ambrose el que iba a visitarla? No me costó nada imaginármelo en aquel fastuoso salón. Su maldito sombrero colgado en la esquina del respaldo de una butaca mientras él bebía chocolate caliente y contaba chistes.

Denna hizo una mueca burlona.

– El que más le molestaba era Geoffrey -me contó-. Por lo visto, se suponía que tenía que quedarme sentada, sola y en silencio en mi cajita, hasta que él viniera a verme.

– ¿Cómo está Geoffrey? -pregunté por educación-. ¿Ya ha conseguido meter alguna otra idea en su cabeza?

Esperaba que Denna se riera, pero se limitó a dar un suspiro.

– Sí, pero ninguna buena. -Sacudió la cabeza-. Vino a Imre a hacerse un nombre con su poesía, pero perdió hasta la camisa apostando.

– No es la primera vez que oigo esa historia -repliqué-. En la Universidad pasa continuamente.

– Eso solo fue el principio -dijo ella-. Creyó que podría recuperar su dinero, claro. Primero fue a una casa de empeños. Luego pidió prestado dinero y también lo perdió. -Hizo un gesto conciliador-. Aunque ese no lo apostó, todo hay que decirlo. Lo estafó una mala mujer. Lo engañó con la viuda llorosa, imagínate.

– ¿Con qué? -pregunté, extrañado.

Denna me miró de reojo y se encogió de hombros.

– Es un timo muy sencillo -dijo-. Una joven se pone delante de una casa de empeños, muy aturullada y llorosa, y cuando pasa algún rico caballero, le explica que ha ido a la ciudad a vender su anillo de boda. Necesita dinero para pagar los impuestos, o para saldar su deuda con un prestamista. -Agitó las manos con impaciencia-. Los detalles son lo de menos.

»E1 caso es que cuando llegó a la ciudad le pidió a alguien que empeñara el anillo por ella. Porque ella no sabía regatear, claro.

Denna se paró delante del escaparate de una casa de empeños; fingiendo una profunda aflicción, exclamó:

– ¡Pensé que podía confiar en él! ¡Pero empeñó mi anillo y salió corriendo con el dinero! ¡Mire, es ese anillo de ahí!

Señaló a través del cristal del escaparate con gesto teatral.

– Pero -continuó Denna levantando un dedo-, afortunadamente, vendió el anillo por una pequeña parte de su valor real. Es una reliquia de la familia valorada en cuarenta talentos, pero la casa de empeños lo vende por cuatro. -Se acercó más a mí y me puso una mano en el pecho, mirándome con ojos suplicantes-. Si usted comprase el anillo, podríamos venderlo al menos por veinte talentos. Y yo le devolvería sus cuatro talentos de inmediato.

Se retiró y encogió los hombros.

– Algo así.

– ¿Y eso es un timo? -dije frunciendo el entrecejo-. Descubriría el engaño en cuanto fuéramos a ver a un tasador.

Denna puso los ojos en blanco.

– No funciona así. Acordamos encontrarnos mañana a mediodía. Pero cuando llego, tú ya has comprado el anillo y te has largado con él.

De pronto lo entendí.

– ¿Y tú te repartes el dinero con el dueño de la casa de empeños?

Me dio unas palmaditas en el hombro.

– Sabía que tarde o temprano lo entenderías.

Me pareció casi infalible, salvo por un detalle.

– Pero el dueño de la casa de empeños, tu compinche, tendría que ser una persona digna de confianza y, al mismo tiempo, deshonesta. Una extraña combinación.

– Cierto -admitió ella-. Pero normalmente las casas de empeño están marcadas. -Señaló la parte superior del marco de la puerta de la casa de empeños. La pintura tenía una serie de marcas que habrían podido confundirse fácilmente con arañazos.

– Ah. -Vacilé un momento antes de añadir-: En Tarbean, esas señales significaban que aquel era un lugar seguro donde vender… -busqué un eufemismo adecuado- mercancías adquiridas por medios cuestionables.

Si a Denna le sorprendió mi confesión, lo disimuló muy bien. Se limitó a menear la cabeza y señalar las marcas con mayor precisión, desplazando el dedo por encima y diciendo:

– Aquí pone: «Propietario de fiar. Abierto a estafas sencillas. Reparto equitativo». -Examinó el resto del marco y el letrero de la tienda-. No dice nada de compra-venta de joyas de tu tía abuela.

– Nunca supe cómo se leían -admití. La miré de reojo y, con cuidado de borrar toda crítica de mi voz, añadí-: Y tú sabes cómo funcionan estas cosas porque…

– Lo leí en un libro -contestó ella con sarcasmo-. Si no, ¿cómo quieres que lo sepa?

Siguió caminando por la calle, y yo la seguí.

– Yo no suelo hacerme pasar por una viuda -dijo Denna como de pasada-. Soy demasiado joven. Prefiero decir que es el anillo de mi madre. O de mi abuela. -Se encogió de hombros-. Puedes cambiar el guión en función de las circunstancias.

– ¿Y si el caballero es honrado? -pregunté-. ¿Y si se presenta a mediodía dispuesto a ayudar?

– No suele pasar -dijo ella con una sonrisita irónica-. A mí solo me ha ocurrido una vez. Me pilló completamente desprevenida. Ahora lo arreglo de antemano con el dueño, por si acaso. No me importa estafar a algún canalla dispuesto a aprovecharse de una muchacha indefensa. Pero no me gusta robar a alguien que intenta ayudar. -Su semblante se endureció-. No como esa zorra que engañó a Geoffrey.

– Geoffrey se presentó a mediodía, ¿no?

– Claro -confirmó Denna-. Y le dio el dinero. «No hace falta que me devuelva lo mío, señorita. Usted tiene que salvar la granja de su familia.» -Denna se pasó las manos por el pelo y miró al cielo-. ¡Una granja! ¡Eso no tiene ningún sentido! ¿Cómo iba a tener la mujer de un granjero un collar de diamantes? -Me miró y agregó-: ¿Por qué los hombres buenos son tan idiotas con las mujeres?

– Geoffrey es noble -dije-. ¿Por qué no escribía a su familia?

– Nunca se ha llevado bien con su familia -me explicó Denna-. Y ahora, menos. En la última carta no le enviaban dinero, solo la noticia de que su madre está enferma.

Su voz tenía un deje que me llamó la atención.

– ¿Muy enferma? -pregunté.

– Enferma. -Denna no levantó la vista-. Muy enferma. Y Geoffrey ya ha vendido su caballo, claro, y no puede pagarse un pasaje de barco. -Volvió a suspirar-. Es como uno de esos horripilantes dramas tehlinos. El mal camino, o algo por el estilo.