Выбрать главу

Pero mi agresor oculto no perdía el tiempo. Noté un fuerte dolor en el pecho, cerca del hombro. Esa vez no se me rasgó la piel, pero vi formarse una mancha azul oscura bajo la piel.

Endurecí mi Alar, y la siguiente punzada se redujo a un pellizco. Entonces dividí rápidamente mi mente en tres partes y encargué a dos la misión de mantener el Alar que me protegía.

Entonces di un hondo suspiro.

– Ya estoy bien -dije.

Simmon se puso a reír, pero su risa acabó en un asfixiado sollozo. Todavía se tapaba la boca con las manos.

– ¿Cómo puedes decir eso? -me preguntó, horrorizado.

Me miré. La sangre seguía filtrándose entre mis dedos y corría por el dorso de mi mano y por mi brazo.

– Es la verdad -dije-. En serio, Sim.

– Pero si la felonía… -repuso él-. Nadie hace eso.

Me senté en el borde de la cama sin dejar de presionarme la herida.

– Pues creo que tenemos pruebas bastante evidentes de todo lo contrario.

Wilem volvió a sentarse.

– Estoy con Simmon. Si no lo veo, no lo creo. -Puso cara de enojo y añadió-: Los arcanistas ya no hacen eso. Es una locura. -Me miró-. ¿Por qué sonríes?

– De alivio -dije con sinceridad-. Creía que me había envenenado con cadmio o que tenía alguna enfermedad misteriosa. Pero lo único que pasa es que hay alguien que intenta matarme.

– ¿Cómo es posible? -terció Simmon-. No me refiero al aspecto ético. ¿Cómo pueden haberse hecho con sangre o pelo tuyos?

– ¿Qué hiciste con las vendas después de coserle la herida? -preguntó Wilem a Simmon.

– Las quemé -dijo Sim poniéndose a la defensiva-. No soy idiota.

Wil hizo un gesto tranquilizador.

– Solo intento descartar opciones. En la Clínica tampoco puede haber sido. Son muy escrupulosos con esas cosas.

– Tenemos que explicárselo a alguien -decidió Simmon. Se levantó y miró a Wilem-. ¿Crees que Jamison todavía estará en su despacho a estas horas de la noche?

– Sim -le interrumpí-, ¿y si esperamos un poco?

– ¿Qué? -saltó Simmon-. ¿Por qué?

– La única prueba que tengo son mis heridas -expuse-. Eso significa que querrán que me examine alguien de la Clínica. Y cuando me examinen… -Sin apartar la mano de mi brazo ensangrentado, sacudí el codo que llevaba vendado-. Tengo toda la pinta de alguien que se cayó de un tejado hace un par de días.

– Solo han pasado tres días, ¿verdad? -dijo Sim, y volvió a sentarse en la silla.

Asentí con la cabeza.

– Me expulsarían, Sim. Y Mola tendría problemas por no haber mencionado mis lesiones. El maestro Arwyl no perdona esas cosas. Vosotros dos también os veríais implicados. Y eso es algo que no pienso permitir.

Nos quedamos un rato callados. Solo se oía el lejano clamor de la concurrida taberna. Me senté en la cama.

– Supongo que no tenéis ninguna duda de quién está haciendo esto -dijo Sim.

– Ambrose -dije-. Siempre es Ambrose. Debe de haber encontrado sangre mía en un trozo de teja del tejado. Debí prever esa posibilidad.

– Pero ¿cómo ha sabido que era tuya? -preguntó Simmon.

– Porque lo odio -dije con rabia-. Claro que sabe que fui yo.

Wil meneó lentamente la cabeza.

– No. No es su estilo.

– ¿Que no es su estilo? -dijo Simmon-. Hizo que aquella mujer drogara a Kvothe con la plombaza. Eso viene a ser como envenenarlo. Y el bimestre pasado contrató a esos matones para que asaltaran a Kvothe en el callejón.

– Precisamente por eso -repuso Wilem-. Ambrose nunca le hace nada a Kvothe. Contrata a otros para que se lo hagan. Encargó a una mujer que lo drogara. Pagó a unos matones para que lo apuñalaran. Ni siquiera creo que los contratara él; debió de encargar a otro que lo organizara.

– Da lo mismo -dije-. Sabemos que él está detrás.

– No piensas con claridad -dijo Wilem mirándome con el ceño fruncido-. No digo que Ambrose no sea un capullo. Pero es un capullo listo. Pone mucho cuidado en mantenerse alejado de todo lo que hace.

– Lo que dice Wil tiene sentido -concedió Sim sin mucha convicción. Cuando te contrataron como músico fijo en La Calesa, no compró el local y te despidió. Hizo que lo comprara el yerno del barón Petre, a quien no podrían relacionar con él.

– Aquí tampoco hay conexión directa -argumenté-. Esa es la gracia de la simpatía: que es indirecta.

– Si te apuñalan en un callejón, la gente se queda intranquila -dijo Wil meneando de nuevo la cabeza-. Pero esas cosas pasan constantemente en todo el mundo. En cambio, si te caes al suelo en público y empiezas a sangrar porque alguien te está atacando mediante felonía… Eso horrorizaría a la gente. Los maestros suspenderían las clases. Los comerciantes ricos y los nobles se enterarían y se llevarían a sus hijos de la Universidad. Harían venir a los alguaciles desde Imre.

Simmon se frotó la frente y se quedó pensativo contemplando el techo. Entonces asintió, primero lentamente, y luego con más convicción.

– Tiene sentido -dijo-. Si Ambrose hubiera encontrado tu sangre, habría podido entregársela a Jamison y pedirle que averiguara quién era el ladrón. No habría necesitado que los de la Clínica buscaran a alguien con lesiones sospechosas.

– A Ambrose le gusta vengarse -comenté con gravedad-. Pudo ocultarle la sangre a Jamison. Quedársela para él.

Wilem meneaba la cabeza.

– Wil tiene razón -dijo Sim tras dar un suspiro-. No hay tantos simpatistas, y todo el mundo sabe que Ambrose te guarda rencor. Es demasiado prudente para hacer algo así. Se delataría.

– Además -intervino Wilem-, ¿cuánto tiempo hace que dura esto? Días y días. ¿De verdad crees que Ambrose podría aguantar tanto sin refregártelo por las narices? ¿Ni siquiera un poco?

– Sí, ya te entiendo -admití a regañadientes-. No es su estilo.

Yo sabía que tenía que ser Ambrose. Era algo instintivo, visceral. Y en cierto modo, aunque parezca extraño, casi quería que fuera él, porque eso haría que las cosas fueran mucho más sencillas.

Pero no basta con querer algo para que sea verdad. Inspiré hondo y me obligué a pensarlo racionalmente.

– Sería una temeridad por su parte -acepté por fin-. Y Ambrose no es de los que se ensucian las manos. -Suspiré-. Genial. Estupendo. Como si no fuera suficiente con que hubiera una persona tratando de destrozarme la vida.

– ¿Quién puede ser? -preguntó Simmon-. No todo el mundo podría hacer esa clase de cosas con un pelo, ¿no?

– Dal sí podría -dije-. O Kilvin.

– Seamos sensatos, por favor. Supongo que podemos dar por sentado que ningún maestro intenta matarte -dijo Wilem con aspereza.

– Entonces tiene que ser alguien que tenga tu sangre -dedujo Sim.

Procuré ignorar la sensación de vacío en el estómago.

– Hay una persona que tiene mi sangre -dije-. Pero no creo que haya sido ella.

Wil y Sim me miraron, e inmediatamente me arrepentí de lo que había dicho.

– Y ¿cómo es que hay alguien que tiene tu sangre? -preguntó Sim.

Titubeé, pero comprendí que a esas alturas no tenía más remedio que contárselo.

– A principios del bimestre le pedí un préstamo a Devi.

Ninguno de los dos reaccionó como yo esperaba. Es decir, ninguno de los dos reaccionó en absoluto.

– ¿Quién es Devi? -preguntó Sim.

Empecé a relajarme. Quizá no hubieran oído hablar de ella. Eso simplificaría las cosas, desde luego.

– Es una renovera que vive al otro lado del río -contesté.

– Ah, vale -dijo Simmon, tan tranquilo-. Y ¿qué es una renovera?

– ¿Te acuerdas de cuando fuimos a ver El fantasma y la pastora? -le pregunté-. Ketler era un renovero.

– Ah, un halcón de cobre -dijo Sim; su rostro se iluminó, y luego, cuando se dio cuenta de las consecuencias, volvió a ensombrecerse-. No sabía que hubiera gente de esa por aquí.

– Hay gente de esa en todas partes -dije-. Sin ella, el mundo no funcionaría.