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– Un momento -dijo de pronto Wilem levantando una mano-. Dices que tu… -Hizo una pausa mientras trataba de recordar la palabra adecuada en atur-. Tu prestamista, tu gatessor, ¿se llama Devi? -Pronunció ese nombre con marcado acento ceáldico, convirtiéndolo en un «Deivi».

Asentí. Eso ya se parecía más a la reacción que yo esperaba.

– Dios -dijo entonces Simmon, aterrado-. Te refieres a Devi el Demonio, ¿verdad?

Suspiré.

– Bueno, veo que habéis oído hablar de ella.

– ¿Si hemos oído hablar de ella? -dijo Sim con voz estridente-. ¡La expulsaron durante mi primer bimestre! Aquello dejó huella.

Wilem se limitó a cerrar los ojos y menear la cabeza, como si no soportara mirar a alguien tan estúpido como yo.

– ¡La expulsaron por felonía! -exclamó Sim alzando ambas manos-. ¿Cómo se te ocurrió?

– No -le corrigió Wilem-. La expulsaron por Conducta Impropia. No encontraron pruebas de felonía.

– Dudo que haya sido ella -dije-. La verdad es que es buena persona. Simpática. Además, solo es un préstamo de seis talentos, y ni siquiera me he retrasado. No tiene ningún motivo para hacerme algo así.

Wilem me observó larga y atentamente.

– Únicamente por explorar todas las posibilidades -dijo-, ¿podrías hacerme un favor?

Asentí.

– Repasa tus últimas conversas con ella. Analízalas detenidamente y trata de recordar si hiciste o dijiste algo que pudiera ofenderla o enojarla.

Recordé nuestra última conversación y la repasé mentalmente.

– Le interesaba cierta información que no quise darle.

– ¿Le interesaba mucho? -Wilem hablaba pausadamente, con paciencia, como si hablara con un niño bobo.

– Bastante -respondí.

– «Bastante» no indica un grado de intensidad.

Suspiré.

– De acuerdo. Estaba extremadamente interesada. Lo bastante interesada para… -Me detuve.

– ¿Para? ¿De qué te has acordado? -preguntó Wilem arqueando una ceja.

Vacilé.

– Creo que también se ofreció a acostarse conmigo -dije.

Wilem asintió con calma, como si estuviera esperando una respuesta parecida.

– Y ¿cómo reaccionaste a la generosa oferta de esa joven?

– Pues… ignorándola -respondí, y noté que me ardían las mejillas.

Wilem cerró los ojos; su expresión transmitía una profunda consternación.

– Estamos mucho peor que si hubiera sido Ambrose -expuso Sim, y se sujetó la cabeza con ambas manos-. Devi no tiene que preocuparse por los maestros ni por nada de eso. ¡Decían que podía hacer un vínculo de ocho partes! ¡De ocho!

– Estaba en un apuro -dije con cierta irritación-. No tenía nada que pudiera utilizar como garantía. Reconozco que no fue una idea excelente. Cuando haya pasado todo esto, podemos organizar un simposio sobre lo estúpido que soy. Pero de momento, ¿podemos continuar? -Los miré, suplicante.

Wilem se frotó los ojos con una mano y asintió cansinamente.

Simmon hizo un esfuerzo para borrar de su cara la expresión de horror, pero tuvo muy poco éxito. Tragó saliva y dijo:

– De acuerdo. ¿Qué vamos a hacer?

– Ahora, lo que menos importa es saber quién está haciéndome esto -expuse, y, con cuidado, comprobé si había dejado de sangrarme el brazo. Sí, la hemorragia había cesado, y pude apartar la mano, ensangrentada-. Voy a tomar medidas preventivas. -Hice un ademán-. Vosotros dos, id a acostaros.

Sim se frotó la frente y rió para sí.

– Cuerpo de Dios, a veces eres insufrible. ¿Y si vuelven a atacarte?

– Ya ha pasado dos veces mientras estábamos aquí sentados -dije con soltura-. Me produce una especie de cosquilleo. -Sonreí al ver la cara que puso-. Estoy bien, Sim. En serio. Por algo soy el duelista mejor clasificado de la clase de Dal. Estoy a salvo.

– Mientras estés despierto -terció Wilem, muy serio.

Se me quedó rígida la sonrisa.

– Mientras esté despierto -repetí-. Claro.

Wilem se levantó y se sacudió la ropa aparatosamente.

– Muy bien. Aséate y toma tus medidas preventivas. -Me miró con sorna-. El joven maese Simmon y yo esperamos al duelista mejor clasificado de Dal en mi habitación esta noche, ¿de acuerdo?

Me sonrojé, avergonzado.

– Vale, sí. Os lo agradecería mucho.

Wil me hizo una reverencia exagerada, abrió la puerta y salió al pasillo.

Sim sonreía, más relajado.

– Muy bien, trato hecho. Pero antes de acudir a la cita, ponte una camisa. Estoy dispuesto a vigilar toda la noche como si fueras un bebé con cólicos, pero me niego a hacerlo si te empeñas en dormir desnudo.

Cuando Wil y Sim se marcharon, salí por la ventana y subí a los tejados. Dejé la camisa en mi habitación, pues estaba ensangrentado y no quería estropearla. Era muy tarde, y confiaba en que la oscuridad impidiera que me vieran corriendo por los tejados de la Universidad medio desnudo y manchado de sangre.

Si entiendes un poco de simpatía, es relativamente fácil protegerte de ella. Intentar quemarme o apuñalarme, o extraerme todo el calor del cuerpo hasta provocarme una hipotermia… todo eso tenía que ver con la aplicación sencilla y directa de fuerza, de modo que era fácil combatirla. Ahora que sabía qué me pasaba, estaba a salvo y podía mantenerme en guardia.

Mi nueva preocupación era que quienquiera que me estuviese atacando podía desanimarse y probar algo diferente. Como por ejemplo, detectar mi ubicación y recurrir a una agresión más prosaica, una agresión que yo no pudiera repeler mediante la fuerza de voluntad.

La felonía es algo aterrador, pero un matón con un puñal afilado puede matarte diez veces más deprisa si te sorprende en un callejón oscuro. Y sorprender a alguien con la guardia baja es facilísimo si puedes seguir cada uno de sus movimientos utilizando su sangre.

Así que me fui por los tejados. Mi plan consistía en coger un puñado de hojas secas, marcarlas con mi sangre y dejarlas rodar por la Casa del Viento. No era la primera vez que utilizaba ese truco.

Pero mientras saltaba por encima de un callejón estrecho, vi el destello de un rayo en las nubes y olí la lluvia. Se acercaba una tormenta. La lluvia apelmazaría las hojas y les impediría revolotear; además, borraría de ellas mi sangre.

Estar de pie en el tejado, sintiéndome dolorido y exhausto como si hubiera recibido una paliza, me trajo un recuerdo perturbador de los años que pasé en Tarbean. Contemplando los rayos lejanos, procuré impedir que aquella sensación me abrumara. Me obligué a recordar que ya no era el crío hambriento y desesperado de entonces.

Percibí, detrás de mí, el débil ruido de tambor de un trozo de tejado de chapa al combarse. Me puse en tensión, pero me relajé al oír la voz de Auri.

– ¿Kvothe?

Miré hacia mi derecha y vi su menuda silueta a unos tres metros. La luna se estaba ocultando tras las nubes, pero detecté una sonrisa en la voz de Auri cuando dijo:

– Te he visto correr por lo alto de las cosas.

Me di la vuelta del todo para ponerme frente a ella; me alegré de que no hubiera mucha luz. No quería ni pensar en cómo reaccionaría Auri si me veía medio desnudo y cubierto de sangre.

– Hola, Auri -dije-. Se acerca una tormenta. Esta noche no deberías subir a lo alto de las cosas.

– Tú has subido -dijo ella ladeando la cabeza.

Di un suspiro.

– Sí, pero solo…

Un rayo recorrió el cielo como una araña inmensa, iluminándolo todo durante un largo segundo. Me quedé deslumbrado.

– ¿Auri? -Temí que al verme se hubiera asustado.

Estalló otro relámpago más débil, y vi a Auri de pie, más cerca de mí. Me señaló con una sonrisa divertida en los labios.

– Pareces un Amyr -observó-. Kvothe es uno de los Ciridae.

Me miré, y al estallar el siguiente rayo, vi a qué se refería. Tenía surcos de sangre seca en el dorso de las manos, de cuando había intentado contener la hemorragia de mis heridas. Parecían los tatuajes que los Amyr utilizaban para marcar a sus miembros de rango más elevado.