Выбрать главу

Asentí con la cabeza.

– ¿Algo más?

– No, solo que el bimestre pasado te acorralaron en un callejón dos tipos que matan por dinero. Y pese a que iban armados con puñales y te pillaron desprevenido, cegaste a uno y dejaste inconsciente al otro, invocando al fuego y al rayo como Táborlin el Grande.

Nos quedamos mirándonos, y se produjo un silencio muy incómodo.

– ¿Fuiste tú quien puso a Ambrose en contacto con aquellos matones? -pregunté por fin.

– Esa -dijo Sleat con franqueza- no es una buena pregunta. Insinúa que hablo de tratos privados después con ligereza. -Me miró con gesto inexpresivo; no había ni rastro de sonrisa en sus labios ni en sus ojos-. Además, ¿confiarías en que te estaba dando una respuesta sincera?

Fruncí el entrecejo.

– Sin embargo, puedo afirmar que, debido a esos rumores, ya no hay nadie muy interesado en aceptar esa clase de trabajos -dijo Sleat con desenfado-. Y no es que por aquí haya una gran demanda de esas faenas. Somos todos terriblemente civilizados.

– Y si la hubiera, tú no te enterarías.

Sleat recuperó la sonrisa.

– Exactamente -dijo. Se inclinó hacia delante-. Basta de cháchara. ¿Qué andas buscando?

– Necesito un esquema para fabricar una obra de artificería.

Sleat apoyó los codos en la mesa.

– Y…

– Contiene sigaldría que Kilvin restringe a quienes tienen rango de El'the o superior.

Sleat asintió con naturalidad.

– Y ¿para cuándo lo necesitas? ¿Horas? ¿Días?

Pensé en las noches que Wil y Sim tendrían que pasarse velándome.

– Cuanto antes, mejor.

Sleat se quedó pensativo y con la mirada extraviada.

– Te saldrá caro, y no puedo garantizarte que lo tenga un día determinado. -Me miró a los ojos-. Además, si te descubren, te acusarán de Adquisición Indebida, como mínimo.

Asentí con la cabeza.

– Y ¿sabes cuál es el castigo?

– En caso de Adquisición Indebida del Arcano que no conlleve daños a terceros -recité-, el alumno puede recibir una multa de no más de veinte talentos, puede ser azotado no más de diez veces, suspendido del Arcano o expulsado de la Universidad.

– A mí me multaron con los veinte talentos y me suspendieron durante dos bimestres -dijo Sleat con gravedad-. Y solo fue por una alquimia de nivel de Re'lar. Si lo tuyo es de nivel de El'the, el castigo puede ser mayor.

– ¿Cuánto? -pregunté.

– Conseguirlo en pocos días… -Miró al techo un momento-. Treinta talentos.

Noté un vacío en el estómago, pero mantuve una apariencia serena.

– ¿Esa cifra se puede negociar?

Sleat volvió a sonreír abiertamente exhibiendo unos dientes muy blancos.

– También acepto favores -dijo-. Pero un favor de treinta talentos va a ser un favor muy gordo. -Me miró con aire pensativo-. Quizá podríamos llegar a algún acuerdo por ahí. Pero me siento obligado a comentarte que cuando exijo que se cumpla el favor, hay que cumplirlo. En eso sí que no hay negociación que valga.

Asentí con calma para demostrarle que lo entendía. Pero noté que se me formaba un nudo frío en las entrañas. Aquello no era buena idea. Me lo decía mi instinto.

– ¿Le debes algo a alguien más? -me preguntó Sleat-. Y no me mientas, porque me enteraré.

– Seis talentos -dije con indiferencia-. Tengo que pagarlos a finales de este bimestre.

Sleat asintió con la cabeza.

– Supongo que no conseguiste que te los diera ningún prestamista. ¿Acudiste a Heffron?

– No, a Devi.

Por primera vez en la conversación, Sleat perdió la compostura, y su encantadora sonrisa se borró por completo de sus labios.

– ¿A Devi? -Se enderezó, y de pronto se le tensaron todos los músculos del cuerpo-. No, no creo que podamos llegar a un acuerdo. Si tuvieras dinero en efectivo, sería otra cosa. -Negó con la cabeza-. Pero no, ni hablar. Si Devi ya tiene un trozo de ti…

Su reacción me sorprendió, pero entonces comprendí que solo era una estrategia para pedirme más dinero.

– ¿Y si te pidiera prestado dinero a ti para saldar mi deuda con ella?

Sleat negó con la cabeza y recuperó parte de su aire resuelto.

– Eso es caza furtiva pura y dura -dijo-. Devi ya tiene un interés depositado en ti. Una inversión. -Dio un sorbo y carraspeó significativamente-. No ve con buenos ojos que otros interfieran cuando ella ya ha puesto un pie.

– Supongo que me he dejado engañar por tu reputación -dije arqueando una ceja-. Ahora veo lo tonto que he sido.

– ¿Qué quieres decir con eso? -me preguntó arrugando la frente.

Le quité importancia con un ademán.

– Por favor, concédeme que soy al menos la mitad de listo de lo que te han dicho -dije-. Si no puedes conseguir lo que busco, reconócelo, y punto. No me hagas perder el tiempo poniendo a las cosas un precio que no puedo pagar, ni me salgas con excusas rebuscadas.

Sleat no estaba seguro de si debía ofenderse.

– ¿Qué parte es la rebuscada?

– Venga, va -dije-. Estás dispuesto a infringir las leyes de la Universidad, a correr el riesgo de provocar la ira de los maestros, de los alguaciles y de la ley del hierro de Atur. ¿Pero una chiquilla hace que te tiemblen las rodillas? -Di un resoplido e imité el gesto que Sleat había hecho antes, como si hiciera una bola con algo y la lanzara por encima del hombro.

Sleat me miró un momento y se echó a reír.

– Sí, exacto -dijo enjugándose las lágrimas, sinceramente divertido-. Por lo visto, yo también me he dejado engañar por tu reputación. Si crees que Devi es una chiquilla, no eres tan listo como yo creía.

Sleat miró más allá de mi hombro, asintió a alguien que yo no veía e hizo un ademán para despedirme.

– Lárgate -me dijo-. Tengo asuntos que tratar con personas razonables que saben qué forma tiene el mundo. Contigo estoy perdiendo el tiempo.

Estaba cabreadísimo, pero me esforcé para que no se me notara.

– También necesito una ballesta -dije.

Sleat negó con la cabeza.

– No, ya te lo he dicho. Ni préstamos ni favores.

– Puedo ofrecerte materiales a cambio.

Se quedó mirándome con escepticismo.

– ¿Qué clase de ballesta?

– Cualquiera -dije-. No hace falta que sea bonita. Basta con que funcione.

– Ocho talentos -impuso Sleat.

Lo miré con dureza.

– No me insultes. Esto es contrabando normal y corriente. Apuesto algo a que puedes conseguir una en dos horas. Si intentas timarme, solo tengo que cruzar el río y pedirle una a Heffron.

– Pues ve a pedírsela a Heffron, pero tendrás que cargar con ella desde Imre -replicó él-. Al alguacil le va a encantar.

Me encogí de hombros y empecé a levantarme.

– Tres talentos con cinco -dijo Sleat-. Pero será de segunda mano. Y de estribo, no de manivela.

Calculé mentalmente.

– ¿Aceptarías una onza de plata y un carrete de hilo de oro? -pregunté al mismo tiempo que me los sacaba de los bolsillos de la capa.

Los oscuros ojos de Sleat se desenfocaron ligeramente mientras hacía sus cálculos.

– Eres buen negociador. -Cogió el carrete de hilo de oro y el pequeño lingote de plata-. Detrás de la curtiduría Grimsome hay un barril de agua de lluvia. La ballesta estará allí dentro de un cuarto de hora. -Me lanzó una mirada insultante-. ¿Dos horas? Se nota que no me conoces.

Horas más tarde, Fela salió de entre los estantes del Archivo y me descubrió con una mano sobre la puerta de las cuatro placas. No estaba empujándola exactamente, sino solo presionándola. Solo comprobaba si estaba firmemente cerrada. Y lo estaba.

– Supongo que a los secretarios no les dicen qué hay detrás de esta puerta, ¿verdad? -le pregunté sin esperanza alguna.

– No lo sé, pero a mí todavía no -me contestó Fela; se acercó, estiró un brazo y pasó los dedos por los surcos de las letras grabadas en la piedra: VALARITAS-. Una vez soñé con esta puerta. Valaritas era el nombre de un rey antiguo. Detrás de la puerta estaba su tumba.