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– Uau -dije-. Tu sueño es mucho mejor que los que tengo yo.

– ¿Cómo son los tuyos?

– Una vez soñé que veía luz por el ojo de las cerraduras. Pero la mayoría de las veces estoy aquí de pie, contemplándola y tratando de entrar. -Arrugué el entrecejo-. Como si estar plantado aquí delante mientras estoy despierto no fuera suficientemente frustrante, también lo hago cuando duermo.

Fela rió un poco; luego se dio la vuelta y me miró.

– Encontré tu nota -dijo-. ¿Qué es ese proyecto de investigación que insinúas vagamente?

– Vamos a algún sitio donde podamos hablar en privado -dije-. Es una historia bastante larga.

Fuimos a uno de los rincones de lectura, y después de cerrar la puerta le conté toda la historia, situaciones embarazosas incluidas. Alguien estaba practicando felonía contra mí. No podía acudir a los maestros por temor a revelar que había sido yo quien había entrado en las habitaciones de Ambrose. Necesitaba un gram para protegerme, pero no sabía suficiente sigaldría para fabricarlo.

– Felonía -dijo Fela en voz baja, y meneó la cabeza lentamente, consternada-. ¿Estás seguro?

Me desabroché la camisa y me descubrí el hombro revelando un moratón, producto del ataque que solo había conseguido detener parcialmente.

Fela se acercó para mirar.

– ¿Y de verdad no sabes quién podría ser?

– No -dije, tratando de no pensar en Devi. De momento, prefería reservarme aquella mala decisión-. Siento mucho meterte en esto, pero eres la única que…

Fela agitó ambas manos y me interrumpió:

– No digas tonterías. Te dije que me avisaras si podía hacerte algún favor, y me alegro de que lo hayas hecho.

– Yo me alegro de que te alegres -repliqué-. Si puedes ayudarme con esto, estaré en deuda contigo. Ya no me cuesta tanto encontrar lo que busco, pero todavía soy nuevo aquí.

Fela asintió con la cabeza.

– Aprender a moverse por Estanterías lleva años. Es como una ciudad.

Sonreí.

– Eso mismo pienso yo. Y no llevo suficiente tiempo viviendo aquí para conocer todos los atajos.

Fela hizo una leve mueca.

– Y supongo que vas a necesitarlos. Si Kilvin cree que esa sigaldría es peligrosa, la mayoría de los libros que buscas estarán en su biblioteca privada.

Noté un vacío en el estómago.

– ¿En su biblioteca privada?

– Todos los maestros tienen una biblioteca privada -me explicó Fela-. Yo sé un poco de alquimia, y por eso ayudo a identificar libros con fórmulas que Mandrag no quiere que vayan a parar a según qué manos. Los secretarios que saben sigaldría hacen lo mismo para Kilvin.

– Entonces, es inútil que los busque -dije-. Si Kilvin tiene todos esos libros guardados bajo llave, no hay ninguna posibilidad de que encuentre lo que busco.

Fela sonrió y negó con la cabeza.

– El sistema no es perfecto. Solo una tercera parte del Archivo está catalogada como es debido. Seguramente, lo que tú buscas todavía está en algún lugar de Estanterías. Solo se trata de encontrarlo.

– Ni siquiera necesito todo el esquema -dije-. Si averiguara unas cuantas runas, seguramente podría inventarme el resto.

– ¿Crees que sería prudente? -me preguntó mirándome con cara de preocupación.

– La prudencia es un lujo que no puedo permitirme -repuse-. Wil y Sim ya llevan dos noches velándome. No pueden pasarse los diez próximos años turnándose para dormir.

Fela inspiró y expulsó el aire lentamente.

– De acuerdo. Podemos empezar por los libros catalogados. Cabe la posibilidad de que a los secretarios se les haya escapado el que necesitas.

Cogimos varias docenas de libros de sigaldría, nos encerramos en un rincón de lectura apartado del cuarto piso y comenzamos a hojearlos uno por uno.

Empezamos con la esperanza de encontrar un esquema completo de un gram, pero a medida que pasaban las horas, fuimos rebajando nuestras expectativas. Si no un esquema completo, quizá encontráramos una descripción. Quizá una referencia a la secuencia de runas utilizadas. El nombre de una sola runa. Una pista. Un indicio. Una pizca. Una pieza del rompecabezas.

Cerré el último de los libros que nos habíamos llevado al rincón de lectura. Al cerrarse, el libro dio un sonoro golpazo.

– ¿Nada? -me preguntó Fela, cansada.

– Nada. -Me froté la cara con ambas manos-. No ha habido suerte.

Fela se encogió de hombros, y hacia la mitad del movimiento hizo una mueca; entonces estiró el cuello y ladeó la cabeza para estirar un músculo contracturado del cuello.

– Lo lógico era empezar por los sitios más obvios -dijo-. Pero esos son los sitios que los secretarios habrán revisado para Kilvin. Tendremos que escarbar a más profundidad.

Oí unas campanadas lejanas y me sorprendió que sonaran tantas veces. Llevábamos más de cuatro horas buscando.

– Te has saltado la clase -dije.

– Solo era una clase de Geometrías -dijo ella.

– Eres maravillosa. ¿Por dónde propones que continuemos?

– Por un largo y lento paseo por Estanterías. Pero será como lavar oro. Tardaremos horas, y eso si trabajamos juntos para no traslapar nuestros esfuerzos.

– Puedo pedir a Wil y a Sim que nos ayuden -propuse.

– Wilem trabaja aquí -dijo Fela-. Pero Simmon nunca ha sido secretario; seguramente no hará más que estorbar.

La miré con curiosidad.

– ¿Conoces mucho a Sim?

– No mucho -admitió ella-. Lo veo por aquí.

– Creo que lo subestimas -dije-. Mucha gente lo subestima. Sim es muy inteligente.

– Aquí todos son inteligentes -repuso Fela-. Y Sim es simpático, pero…

– Ese es el problema -la atajé-. Que es simpático. Es amable, y la gente interpreta la amabilidad como debilidad. Y es feliz, lo que la gente interpreta como estupidez.

– No quería decir eso -dijo Fela.

– Ya lo sé -dije, y me froté la cara-. Lo siento. He pasado un par de días malos. Creía que la Universidad sería diferente del resto del mundo, pero veo que pasa como en todas partes: la gente trata de satisfacer a unos capullos groseros y pedantes como Ambrose, mientras que a las buenas personas como Simmon no les hacen caso por simplonas.

– Y tú ¿qué eres? -dijo Fela, sonriente, mientras empezaba a amontonar los libros-. ¿Un capullo pedante o una buena persona?

– Eso ya lo investigaré más tarde -dije-. Ahora tengo preocupaciones más urgentes.

Capítulo 26

Confianza

Estaba casi seguro de que Devi no era quien me estaba haciendo felonía, pero habría sido una locura ignorar el hecho de que tenía unas gotas de mi sangre. Así que cuando quedó claro que fabricar un gram iba a requerir mucho tiempo y energía, comprendí que había llegado el momento de hacerle una visita y asegurarme de que no era ella la responsable.

Hacía un día asqueroso, frío y con un viento húmedo que me atravesaba la ropa. No poseía guantes ni gorro, de modo que tuve que contentarme con ponerme la capucha y envolverme las manos con la capa al mismo tiempo que me la ceñía alrededor de los hombros.

Mientras cruzaba el Puente de Piedra, se me ocurrió otra posibilidad: quizá alguien le hubiera robado mi sangre a Devi. Eso era lo que tenía más sentido. Necesitaba asegurarme de que el frasco con mi sangre estaba intacto y a salvo. Si todavía lo tenía Devi, y si nadie lo había abierto, sabría que ella no tenía nada que ver con los ataques.

Me dirigí al extremo oeste de Imre y paré en una taberna a tomarme una cerveza y calentarme junto a la chimenea. Después recorrí el callejón, que ya conocía muy bien, y subí por la estrecha escalera de detrás de la carnicería. Pese al frío y a la lluvia reciente, seguía oliendo a grasa rancia.

Inspiré hondo y llamé.

Al cabo de un minuto, la cara de Devi asomó por la puerta entreabierta apenas una rendija.