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La mano de Devi se detuvo bruscamente antes de meterse en el cajón.

No hice nada para lastimarla. Ni fuego, ni dolor, nada del estilo de lo que ella llevaba varios días haciéndome a mí. Solo fue un vínculo para inmovilizarla. En la taberna donde había entrado a calentarme había cogido un pellizco de ceniza de la chimenea. No era una fuente muy buena, y estaba más lejos de lo que me habría gustado, pero era mejor que nada.

Sin embargo, seguramente solo podría paralizar a Devi unos minutos hasta extraer tanto calor del fuego que acabara extinguiéndolo. Pero esperaba tener suficiente tiempo para sonsacarle la verdad y exigirle que me devolviera el fetiche que me representaba.

Devi intentaba moverse y no podía; lanzaba chispas por los ojos.

– ¡Cómo te atreves! -me gritó-. ¡Cómo te atreves!

– ¡Cómo te atreves tú! -le espeté, furioso-. ¡No puedo creer que confiara en ti! Te defendí ante mis amigos… -No terminé la frase, porque entonces pasó algo increíble. Pese a mi vínculo, Devi empezó a moverse, y su mano avanzó poco a poco hacia el cajón abierto.

Me concentré más y la mano de Devi se quedó quieta. Entonces, despacio, empezó a moverse de nuevo y empezó a desaparecer dentro del cajón. Yo no daba crédito a lo que veía.

– ¿Te crees que puedes entrar aquí y amenazarme? -dijo Devi entre dientes, con el rostro transido de ira-. Antes de que me expulsaran ya era Re'lar, maldito patán. Me gané el título a pulso. Mi Alar es como una tormenta en el mar. -Su mano ya se había introducido casi por completo en el cajón.

Noté un sudor frío en la frente y partí mi mente tres veces más. Volví a murmurar, y cada parte de mi mente hizo un vínculo separado, todos dirigidos a paralizar a Devi. Extraje calor de mi cuerpo y noté que el frío ascendía por mis brazos a medida que lanzaba todo mi poder sobre ella. En total eran cinco vínculos. Mi límite.

Devi se quedó quieta como una estatua, y de lo más hondo de su garganta surgió una risa.

– Vaya, eres muy bueno. Ahora casi me creo las historias que cuentan de ti. Pero ¿qué te hace pensar que podrías hacer lo que no pudo hacer ni siquiera Elxa Dal? ¿Por qué crees que me expulsaron? Porque les daba miedo una mujer que ya en su segundo año estaba al mismo nivel que un maestro. -El sudor hacía que el cabello se le adhiriera a la frente. Apretó los dientes, y su cara de duendecillo adquirió una expresión fiera y determinada. Su mano empezó a moverse otra vez.

De pronto retiró la mano del cajón con un movimiento brusco, como si la sacara de una masa de barro espeso. Puso un objeto redondo y metálico encima de la mesa de un golpazo, haciendo que la llama de la lámpara se agitara y parpadease. No era un fetiche. Tampoco era el frasco que contenía mi sangre.

– Hijo de puta -dijo, salmodiando casi las palabras-. ¿Crees que no estoy preparada para estas situaciones? ¿Crees que eres el primero que intenta aprovecharse de mí? -Hizo girar la parte superior de la esfera de metal gris, que produjo un chasquido, y apartó la mano lentamente. Pese a todos mis esfuerzos, no conseguí inmovilizarla.

Entonces reconocí el objeto que Devi había sacado del cajón. Lo había estudiado con Manet el bimestre anterior. Kilvin los llamaba «aceleradores exotérmicos independientes», pero todo el mundo los llamaba «calentadores de bolsillo» o «golfillos».

Contenían queroseno, nafta o azúcar. Una vez activado, el golfillo quemaba el combustible del interior y expulsaba, durante unos cinco minutos, el mismo calor que un fuego de fragua. Entonces había que desmontarlo, limpiarlo y rellenarlo. Eran artilugios complicados y peligrosos, y se rompían fácilmente debido al rápido calentamiento y enfriamiento. Pero durante unos momentos proporcionaban al simpatista una cantidad de energía equivalente a la de una hoguera.

Me sumergí en el Corazón de Piedra y partí otro trozo de mi mente mientras murmuraba el vínculo. Entonces intenté hacer el séptimo y fracasé. Estaba cansado y dolorido. El frío trepaba por mis brazos, y había sufrido mucho aquellos últimos días. Pero apreté las mandíbulas y me obligué a murmurar las palabras.

Devi ni siquiera notó el sexto vínculo. Moviéndose con la lentitud del minutero de un reloj, se arrancó un hilo suelto de la manga. El golfillo emitió un chasquido metálico y empezó a desprender calor en oleadas temblorosas.

– Ahora mismo no tengo una relación decente -dijo Devi mientras la mano con que sujetaba el hilo se desplazaba despacio hacia el golfillo-. Pero si no sueltas el vínculo, utilizaré esto para quemar toda la ropa que llevas puesta, y sonreiré mientras gritas.

Es curioso lo que piensas en esas situaciones. Lo primero que pensé no fue que iba a quemarme vivo. Pensé que se me estropearía la capa que me había regalado Fela, y que solo me quedarían dos camisas. Dirigí la mirada hacia el tablero de la mesa de Devi, donde el barniz estaba empezando a formar un círculo de ampollas alrededor del golfillo. Notaba el calor irradiando contra mi cara.

Sé reconocer la derrota. Rompí los vínculos, y mi mente se estremeció al volver a juntarse todas las piezas.

Devi hizo rodar los hombros y dijo:

– Suéltalo.

Abrí la mano, y el muñeco de cera cayó rodando sobre la mesa. Me senté con las manos en el regazo y me quedé muy quieto, porque no quería hacer nada que pudiera sobresaltar o amenazar a Devi.

Devi se levantó y se inclinó sobre la mesa. Alargó un brazo y me pasó una mano por el pelo; luego formó un puño y me arrancó unos cuantos. No pude evitarlo: grité.

Devi volvió a sentarse, cogió el muñeco y sustituyó su pelo por unos cuantos de los míos. Murmuró un vínculo.

– No lo entiendes, Devi -dije-. Solo necesito…

Cuando había vinculado a Devi, me había concentrado en sus brazos y sus piernas. Es la manera más eficaz de inmovilizar a alguien. Solo disponía de una cantidad de calor limitada para trabajar y no podía malgastar la energía.

En cambio, ahora Devi tenía calor de sobra, y su vínculo me sujetó como las mordazas de un torno de banco. No podía mover los brazos ni las piernas, ni la mandíbula, ni la lengua. Apenas podía respirar, y únicamente hacía unas inspiraciones cortas y superficiales que no requerían ningún movimiento del pecho. Fue horroroso, como si alguien me agarrara el corazón con el puño.

– Confiaba en ti. -La voz de Devi era grave y áspera, como una afilada sierra de cirujano amputando una pierna-. Confiaba. -Me lanzó una mirada llena de furia y de odio-. Sí, vino una persona que quería comprar tu sangre. Cincuenta y cinco talentos. Rechacé su oferta. Hasta negué conocerte porque tú y yo teníamos una relación de negocios. Yo respeto los tratos que hago.

«¿Quién?», quería gritar. Pero solo conseguí pronunciar un inarticulado «egggg».

Devi miró el muñeco de cera que tenía en la mano, y luego el golfillo, que estaba dejando un círculo quemado y oscuro en el tablero de la mesa.

– Ahora nuestra relación de negocios ha terminado -dijo sin vacilar-. Exijo el pago de la deuda. Tienes hasta el final del bimestre para traerme mi dinero. Nueve talentos. Si te retrasas un solo minuto, venderé tu sangre para recuperar mi inversión y me desentenderé de ti.

Me miró con frialdad.

– En realidad te mereces algo mucho peor. Todavía tengo tu sangre. Si vas a hablar con los maestros de la Universidad o con el alguacil de Imre, acabarás mal.

Empezaba a salir humo de la mesa, y Devi movió la mano para sostener el muñeco sobre el golfillo, que seguía produciendo chirridos metálicos. Murmuró algo, y noté un hormiguero de calor que recorría todo mi cuerpo. Era exactamente la misma sensación de fiebre repentina que llevaba días sufriendo.

– Cuando suelte este vínculo, dirás: «Lo entiendo, Devi». Y luego te marcharás. Al final del bimestre, enviarás a alguien con el dinero que me debes. No vendrás tú. No quiero volver a verte jamás.