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Elodin levantó un dedo.

– Ni difícil ni imposible. Meramente inútil. Hay cosas que solo pueden deducirse. -Me lanzó una sonrisa exasperante-. Por cierto, tu respuesta debería haber sido «la música».

– La música se explica por sí sola -argumenté-. Es el camino y es el mapa que enseña el camino. Es ambas cosas a la vez.

– Pero ¿puedes explicar cómo funciona la música? -me preguntó Elodin.

– Por supuesto -afirmé, aunque no estaba seguro, ni mucho menos.

– ¿Puedes explicar cómo funciona la música sin utilizar la música?

Me quedé cortado. Mientras pensaba qué podía contestar, Elodin se volvió hacia Fela.

– ¿El amor? -preguntó ella.

Elodin arqueó una ceja, como si esa respuesta lo escandalizara ligeramente; entonces asintió en señal de aprobación.

– Un momento -dije-. No hemos terminado. No sé si podría explicar la música sin utilizarla, pero no se trata de eso. Eso no es explicación, sino traducción.

– ¡Exactamente! -dijo Elodin. Su rostro se había iluminado-. Traducción. Todo conocimiento explícito es conocimiento traducido, y toda traducción es imperfecta.

– Entonces, ¿todo conocimiento explícito es imperfecto? -pregunté-. Dígale al maestro Brandeur que la geometría es subjetiva. Me encantaría presenciar esa discusión.

– Todo conocimiento no -admitió Elodin-. Casi todo.

– Demuéstrelo -lo desafié.

– La inexistencia no se puede demostrar -terció Uresh resueltamente. Me pareció que estaba irritado-. Lógica viciada.

Me rechinaron los dientes. En efecto, era lógica viciada. Si hubiera estado más descansado, no habría cometido ese error.

– Entonces, ponga un ejemplo -dije.

– Muy bien, muy bien. -Elodin se acercó a Fela-. Utilizaremos el ejemplo de Fela. -La cogió de la mano y la obligó a ponerse de pie al mismo tiempo que me hacía señas para que lo siguiera.

Me levanté a regañadientes y Elodin nos puso a los dos uno frente a otro, ofreciendo nuestro perfil a la clase.

– Aquí tenemos a dos jóvenes encantadores -dijo-. Estaban sentados y sus miradas se han encontrado.

Elodin me empujó por el hombro obligándome a dar un paso adelante.

– Él dice hola. Ella dice hola. Ella sonríe. Él, nervioso, se apoya ora en un pie, ora en el otro.

Paré de hacer precisamente eso, y un débil murmullo de risas recorrió el aula.

– Se percibe algo sutil en la atmósfera -continuó Elodin, y se colocó detrás de Fela. Le puso las manos sobre los hombros y se inclinó para hablarle al oído-. A ella le encantan sus facciones -dijo en voz baja-. Le intriga la curva de sus labios. Se pregunta si podría ser él, si podría mostrarle las partes más secretas de su corazón. -Fela agachó la cabeza; un intenso rubor le coloreó las mejillas.

Elodin dio un rodeo y se colocó detrás de mí.

– Kvothe la mira, y por primera vez entiende el impulso que llevó a los primeros hombres a pintar. A esculpir. A cantar.

Volvió a rodearnos y se quedó de pie entre los dos, como un sacerdote que se dispone a celebrar una boda.

– Existe entre ellos algo endeble y delicado. Ambos pueden sentirlo. Es algo parecido a la electricidad estática. Débil como la escarcha.

Me miró con sus ojos oscuros y serios.

– Vale. ¿Qué haces tú?

Me quedé mirándolo sin saber qué decir. Si había algo en lo que estaba más verde que en nominación era en cómo cortejar a una mujer.

– Tenemos tres caminos -dijo Elodin dirigiéndose a la clase. Levantó un dedo-. Primero: nuestros jóvenes enamorados pueden intentar expresar lo que sienten. Pueden intentar cantar eso que han oído cantar a sus corazones.

Elodin hizo una pausa teatral.

– Ese es el camino del loco honrado, y es un mal camino. Esa cosa que hay entre vosotros es demasiado trémula para hablar de ella. Es una chispa tan débil que hasta el aliento más suave la apagaría.

El maestro nominador sacudió la cabeza.

– Aunque seas inteligente y sepas expresarte, estás condenado al fracaso. Porque si bien vuestros labios quizá hablen el mismo idioma, vuestros corazones no. -Me miró fijamente-. Esto es un caso de traducción.

Elodin levantó dos dedos.

– El segundo camino es más prudente. Habláis de cosas sin importancia. Del tiempo. De la última obra de teatro que habéis visto. Pasáis un rato juntos. Os dais la mano. De ese modo, poco a poco aprenderéis el significado secreto de las palabras del otro. Así, cuando llegue el momento podréis hablar añadiendo un significado sutil a vuestras palabras, para que haya entendimiento por ambas partes.

Elodin abrió un brazo hacia mí.

– Y luego está el tercer camino. El camino de Kvothe. -Se puso a mi lado, hombro con hombro, mirando a Fela-. Percibes que hay algo entre vosotros dos. Algo maravilloso y delicado.

Dio un suspiro romántico de enamorado.

– Y como aspiras a tener certeza en todo, decides forzar la situación. Tomas la ruta más corta. Mejor cuanto más sencillo, piensas. -Elodin abrió las manos y flexionó los dedos varias veces seguidas, como si quisiera apresar a Fela-. Y te lanzas sobre los pechos de esta joven.

Todos los alumnos excepto Fela y yo rompieron a reír, sorprendidos. Arrugué la frente. Fela se cruzó de brazos, y el rubor se extendió por su cuello hasta desaparecer bajo su camisa.

Elodin le dio la espalda y me miró de hito en hito.

– Re'lar Kvothe -dijo con seriedad-. Intento despertar tu mente dormida al sutil lenguaje que susurra el mundo. Intento seducirte para que comprendas. Intento enseñarte. -Se inclinó hacia delante, hasta que nuestras caras casi se tocaron-. Suéltame las tetas.

Salí de la clase de Elodin de muy mal humor.

Aunque para ser sincero, he de decir que desde hacía unos días mi humor iba de malo a malísimo. Intentaba ocultárselo a mis amigos, pero estaba empezando a derrumbarme bajo tanto peso.

La pérdida de mi laúd era la gota que había colmado el vaso. Todo lo demás había conseguido tomármelo con calma: la dolorosa quemadura del pecho, el dolor constante de las rodillas, la falta de sueño. El miedo persistente a soltar, mi Alar en el momento más inoportuno y que de pronto empezara a vomitar sangre.

Lo sobrellevaba todo: mi extremada pobreza, mi frustración con las clases de Elodin. Hasta la nueva resaca de ansiedad que me provocaba saber que Devi esperaba al otro lado del río con el corazón lleno de rabia, tres gotas de mi sangre y un Alar como una tormenta en el mar.

Pero perder mi laúd fue demasiado. No se trataba solo de que lo necesitara para pagar mi habitación y mi manutención en Anker's. No era solo que mi laúd fuera la pieza clave de mi capacidad para ganarme la vida si me veía obligado a marcharme de la Universidad.

No. Se trataba sencillamente de que con mi música podía sobrellevar todo lo demás. Mi música era el pegamento que me mantenía entero. Dos días sin él, y ya me estaba derrumbando.

Después de la clase de Elodin, me sentí incapaz de pasar más horas encorvado sobre un banco de trabajo en la Factoría. Me dolían las manos solo de pensarlo, y me escocían los ojos por la falta de sueño.

Así que volví a Anker's con intención de comer pronto. Debía de ofrecer un aspecto lamentable, porque Anker me trajo una ración doble de beicon con la sopa y una cerveza pequeña.

– ¿Qué tal te fue la cena, si no es indiscreción? -me preguntó Anker apoyándose en la barra.

– ¿Cómo dices?

– La cena con esa joven. No me gusta entrometerme, pero el mensajero se limitó a dejar la nota. Tuve que leerla para saber para quién era.

Miré a Anker con perplejidad.

Anker me miró extrañado y frunció el entrecejo.

– ¿Laurel no te entregó la nota?

Negué con la cabeza, y Anker se puso a maldecir.