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Al bajar la vista, me perdí lo que Mola hizo a continuación, pero noté dos pinchazos más: uno en cada brazo y el otro en el músculo justo encima de la rodilla. El gram se enfrió más.

Fela dio un grito ahogado; levanté la cabeza justo a tiempo para ver que Mola, con gesto de absoluta resolución, arrojaba el fetiche a la hoguera mientras murmuraba otro vínculo.

El muñeco de cera describió un arco por el aire, y Simmon soltó un grito de asombro. Wilem volvió a levantarse e hizo ademán de abalanzarse sobre Mola, pero era demasiado tarde para detenerla.

El fetiche fue a parar sobre las brasas produciendo una explosión de chispas. Mi gram se enfrió hasta casi lastimarme el brazo, y solté una carcajada. Todos se volvieron a mirarme, con diferentes expresiones que iban desde el horror hasta la perplejidad.

– Estoy bien -los tranquilicé-. Pero es una sensación muy extraña. Una especie de parpadeo. Es como estar de pie azotado por un viento espeso y caliente.

El gram estaba frío como el hielo; luego aquella extraña sensación fue desapareciendo a medida que el muñeco se derretía destruyendo el vínculo simpático. Al empezar a arder la cera, las llamas se avivaron.

– ¿Te ha dolido? -preguntó Simmon, angustiado.

– No, nada -respondí.

– Pues eso es lo máximo que puedo hacerte -dijo Mola-. Para hacerte más daño habría necesitado una fragua.

– Y eso que Mola es El'the -dijo Simmon con petulancia-. Apuesto algo a que es tres veces mejor simpatista que Ambrose.

– Tres veces como mínimo -coincidí-. Pero si hay alguien dispuesto a buscar una fragua, ese es Ambrose. Si te esmeras de verdad, puedes inutilizar un gram.

– Entonces, ¿mañana seguimos con el plan? -preguntó Mola.

Asentí.

– Más vale prevenir que curar.

Simmon hurgó con un palo en el sitio donde había ido a parar el muñeco.

– Si Mola no ha conseguido hacerte nada atacándote con todas sus fuerzas, quizá el gram también baste para mantener a Devi a raya. Eso te permitiría respirar un poco.

Se produjo un silencio. Contuve la respiración y confié en que aquel comentario hubiera pasado desapercibido para Fela y Mola.

Pero Mola me miró arqueando una ceja y dijo:

– ¿Devi?

Fulminé con la vista a Simmon, y él me miró con expresión lastimera, como un perro que sabe que va a recibir una patada.

– Le pedí prestado dinero a una renovera llamada Devi -expliqué con la esperanza de que Mola quedara satisfecha con eso.

Mola seguía mirándome.

– ¿Y?

Suspiré. En otras circunstancias, habría evitado hablar del tema, pero Mola no se dejaba despistar fácilmente, y yo necesitaba su ayuda para poner en práctica el plan que teníamos para el día siguiente.

– Devi era miembro del Arcano -expliqué-. Le di unas gotas de mi sangre como garantía de un préstamo a principios del bimestre. Cuando Ambrose empezó a atacarme, extraje conclusiones erróneas y acusé a Devi de felonía. Después de eso, nuestra relación se complicó mucho.

Mola y Fela intercambiaron una mirada.

– Desde luego, haces todo lo que puedes para que tu vida sea emocionante -dijo Mola.

– Ya he admitido que fue un error -dije con fastidio-. ¿Qué más quieres que haga?

– ¿Vas a poder devolverle el dinero? -intervino Fela antes de que Mola y yo nos acaloráramos más.

– La verdad es que no lo sé -admití-. Con unas cuantas rachas de suerte y con largas horas en la Factoría, quizá consiga reunir lo suficiente hacia finales del bimestre.

No les dije toda la verdad. Aunque consiguiera reunir suficiente dinero para saldar mi deuda con Devi, era imposible que además pudiera pagar mi matrícula. No quería estropearles a todos la noche exponiendo el hecho de que Ambrose me había vencido. Al obligarme a dedicar tanto tiempo a buscar el gram, había logrado apartarme de la Universidad.

– ¿Qué pasa si no puedes saldar la deuda? -preguntó Fela ladeando la cabeza.

– Nada bueno -dio Wilem, enigmático-. Si la llaman Devi el Demonio es por algo.

– No estoy seguro -dije-. Podría vender mi sangre. Me dijo que conocía a alguien que estaba interesado en comprarla.

– Estoy segura de que no haría eso -declaró Fela.

– No se lo reprocharía -dije-. Cuando hice el trato con ella, sabía a qué me exponía.

– Pero ella…

– Así están las cosas -dije con firmeza, pues no quería alargarme más de lo necesario. Quería que la velada terminara en clave positiva-. Mira, yo estoy deseando dormir una noche entera en mi propia cama. -Miré alrededor y vi que Wil y Sim asentían en señal de aprobación-. Nos vemos mañana. Sed puntuales.

Esa noche disfruté del lujo de dormir por fin en la camita estrecha de mi diminuta habitación. Me desperté una vez, arrastrado a la conciencia por la sensación de un frío metálico contra la piel. Sonreí, me di la vuelta y seguí durmiendo como un bendito.

Capítulo 33

Fuego

Al día siguiente, al final de la tarde, preparé mi macuto poniendo mucha atención, pues temía olvidarme alguna pieza clave del equipo. Cuando estaba revisándolo todo por tercera vez, llamaron a la puerta.

Abrí y vi a un niño de unos diez años que respiraba entrecortadamente. Clavó la mirada en mi pelo y pareció aliviado.

– ¿Eres Kouth?

– Kvothe -dije-. Sí, soy yo.

– Tengo un mensaje para ti. -Se metió una mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel arrugado.

Tendí una mano y el chico dio un paso atrás sacudiendo la cabeza.

– La mujer dijo que me darías una iota si te lo traía.

– Me extraña -repliqué, y mantuve la mano extendida-. Déjame ver la nota. Si de verdad es para mí, te daré medio penique.

El chico arrugó el entrecejo y me entregó la nota de mala gana.

Ni siquiera estaba sellada, solo doblada en dos. Además, estaba húmeda. Vi que el niño estaba empapado de sudor y lo entendí.

El mensaje rezaba:

Kvothe:

Ruego te dignes aceptar mi invitación para cenar esta noche. Te echo de menos. Tengo muy buenas noticias. Por favor, ven a El Tonel y el Jabalí a la quinta campanada.

Atentamente,

Denna

p.d.: Le he prometido medio penique al chico.

– ¿A la quinta campanada? -pregunté-. ¡Manos negras de Dios! ¿Cuánto has tardado en llegar aquí? Ya ha sonado la sexta campanada.

– Yo no tengo la culpa -dijo el chico con cara de enfado-. Llevo horas buscando por todas partes. Áncora, me dijo. Llévaselo a Kouth al Áncora, al otro lado del río. Pero esta posada no está en los muelles. Y en el letrero de fuera no hay ningún ancla. ¿Cómo quieres que encontrara este sitio?

– ¡Podías preguntar a alguien! -le grité-. Negra maldición, chico, ¿cómo puedes ser tan tonto? -Reprimí el impulso de estrangularlo allí mismo y respiré hondo.

Miré por la ventana y vi que fuera apenas había luz. En menos de media hora, mis amigos ya se habrían congregado alrededor del hoyo de la hoguera, en el bosque. No tenía tiempo para ir a Imre.

– Está bien -dije con toda la calma de que fui capaz. Cogí un lápiz y garabateé una nota en el dorso del trozo de papel.

Denna:

Lo siento muchísimo. Tu mensajero no me ha encontrado hasta después de la sexta campanada. Es un tarugo.

Yo también te echo de menos, y me pongo a tu completa disposición mañana a cualquier hora del día o de la noche. Envíame otra vez al chico con tu respuesta y dime cuándo y dónde.

Un abrazo,

Kvothe

p.d.: Si el chico intenta sacarte dinero, dale una colleja. Ya le pagaré yo cuando traiga tu nota a Anker's, suponiendo que no se haga un lío y se la coma por el camino.