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Doblé la nota y la sellé con una gota de cera de una vela.

Sopesé mi bolsa del dinero. Aquel mes pasado me había gastado, poco a poco, los dos talentos adicionales que me había prestado Devi. Los había despilfarrado en lujos como vendas, café y materiales para llevar a cabo el plan de aquella noche.

El resultado era que solo me quedaban cuatro peniques y un solitario ardite. Me colgué el macuto del hombro e indiqué por señas al chico que me siguiera abajo.

Señalé a Anker, que estaba detrás de la barra, y dije al chico:

– Muy bien. Te has hecho un lío para llegar hasta aquí, pero voy a darte una oportunidad para que lo arregles. -Saqué tres peniques y se los mostré-. Ahora vuelves a El Tonel y el Jabalí, buscas a la mujer que te ha mandado aquí y le das esto. -Le mostré la nota-. Ella escribirá una respuesta. Tú la traes aquí y se la das a él. -Señalé a Anker-. Y él te da el dinero.

– No soy idiota -dijo el chico-. Quiero el medio penique primero.

– Tampoco yo soy idiota -repliqué-. Cuando traigas la nota, tendrás tres peniques.

Me miró con odio y luego asintió hosco. Le entregué la nota y él salió corriendo por la puerta.

– Ese chico parecía un poco aturullado cuando ha entrado -comentó Anker.

– Es más tonto que un zapato -dije sacudiendo la cabeza-. Yo no le encargaría nada, pero sabe a quién tiene que buscar. -Suspiré y puse los tres peniques sobre la barra-. Me harías un gran favor si leyeras la nota para asegurarte de que el chico no me engaña.

Anker parecía incómodo cuando preguntó:

– ¿Y si es una nota… de carácter privado?

– Si lo es, me pondré a bailar de contento -dije-. Pero entre tú y yo, dudo mucho que lo sea.

Cuando me aproximaba a nuestro escondrijo en el bosque ya se había puesto el sol. Wilem había llegado antes que yo y estaba prendiendo el fuego en el hoyo. Trabajamos juntos durante un cuarto de hora, reuniendo suficiente leña para mantener la hoguera encendida durante horas.

Unos minutos más tarde llegó Simmon arrastrando una larga rama muerta. Entre los tres la partimos en trozos y charlamos, nerviosos, hasta que vimos aparecer a Fela de entre los árboles.

Llevaba el largo cabello recogido, dejando al descubierto su elegante cuello y sus hombros. Tenía los ojos oscuros y los labios ligeramente más rojos de lo habitual. Llevaba un vestido negro ceñido en la estrecha cintura que resaltaba sus redondeadas caderas. El escote del vestido permitía además apreciar los pechos más espectaculares que jamás había visto en mi corta vida.

Nos quedamos los tres mirándola, pero Simmon lo hizo con la boca abierta.

– Uau -dijo-. Antes ya eras la mujer más hermosa que jamás había visto. No sabía que todavía pudieras superarte. -Soltó su risa infantil y señaló a Fela con ambas manos-. Pero ¿tú te has visto? ¡Estás impresionante!

Fela se sonrojó y desvió la mirada; era evidente que se sentía halagada.

– Tú eres la que tiene el papel más difícil esta noche -le dije-. Me gustaría no tener que pedírtelo, pero…

– Eres la única mujer irresistiblemente atractiva que conocemos -intervino Simmon-. Nuestro plan alternativo consistía en meter a Wilem en un vestido. No era lo mejor.

– Desde luego -coincidió Wilem.

– Lo hago por ti. -Fela sonrió con una pizca de ironía-. Cuando te dije que te debía un favor, Kvothe, jamás pensé que me pedirías que saliera con otro hombre. -Torció un poco la sonrisa-. Y menos con Ambrose.

– Solo tendrás que aguantarlo un par de horas. Si puedes, intenta llevarlo a Imre, pero será suficiente con que lo alejes unos cien metros del Pony.

– Al menos me invitarán a cenar -dijo Fela tras dar un suspiro. Entonces miró a Simmon-. Qué botas tan bonitas.

– Son nuevas -dijo él sonriendo.

Oí unos pasos y me di la vuelta. Solo faltaba Mola, pero escuché un murmullo de voces mezclado con las pisadas y apreté los dientes. Seguramente serían un par de enamorados que habían salido a dar un paseo nocturno aprovechando un tiempo moderado impropio de la estación.

Aquella noche no podían vernos a todo el grupo junto; habríamos levantado demasiadas sospechas. Me disponía a interceptar a la pareja de enamorados cuando reconocí la voz de Mola.

– Tú espérame aquí mientras se lo explico -le oí decir-. Por favor. Espérame. Todo será más fácil.

– Por mí, puede ponerse todo lo furioso que quiera. -La voz de mujer que me llegaba de la oscuridad me sonaba de algo-. Por mí, puede cagar el hígado.

Me paré en seco. Conocía aquella segunda voz, pero no sabía a quién pertenecía.

Vi salir a Mola de entre los árboles. A su lado iba una figura menuda con el cabello corto rubio rojizo. Era Devi.

Me quedé paralizado mientras Mola se acercaba a mí con los brazos extendidos en un gesto apaciguador y hablando muy deprisa:

– Hace mucho tiempo que conozco a Devi, Kvothe. Ella me ayudó mucho cuando yo era nueva aquí. Antes de que ella… se marchara.

– Antes de que me expulsaran -dijo Devi con orgullo-. No me avergüenzo.

– Después de lo que dijiste ayer -continuó Mola precipitadamente-, pensé que debía de haber algún malentendido. Fui a ver a Devi y le pregunté qué había pasado… -Encogió los hombros-. Y fue saliendo toda la historia. Devi quería ayudar.

– Lo que quiero es un trozo de Ambrose -dijo Devi. Cuando pronunció su nombre, su voz se cargó de fría cólera-. Lo de la ayuda es básicamente accidental.

Wilem carraspeó y dijo:

– Entonces, ¿podemos deducir…?

– Pega a sus prostitutas -le interrumpió Devi-. Y si pudiera matar a ese cerdo arrogante y salir indemne, lo habría hecho hace muchos años. -Miró con descaro a Wilem-. Y sí, tuvimos una historia. Y no, no es asunto vuestro. ¿Os parece motivo suficiente?

Se produjo un silencio tenso. Wilem asintió procurando borrar toda expresión de su rostro.

Entonces Devi me miró.

– Hola, Devi. -Hice una breve inclinación de cabeza-. Lo siento.

Ella parpadeó, sorprendida.

– Vaya, vaya -dijo con sarcasmo-. Al final resultará que tienes medio cerebro en esa cabezota.

– No creí que pudiera confiar en ti -dije-. Me equivocaba, y lo lamento. No estuve muy inspirado.

Devi se quedó mirándome.

– No somos amigos -dijo con tono cortante y manteniendo una expresión glacial-. Pero si cuando termine todo esto sigues con vida, hablaremos.

Devi miró más allá de mí y su expresión se suavizó.

– ¡La pequeña Fela! -Pasó a mi lado y abrazó a Fela-. ¡Cuánto has crecido! -Dio un paso atrás y extendió los brazos, sujetando a Fela por los hombros y observándola minuciosamente-. ¡Madre mía, si pareces una prostituta modegana de lujo! Le vas a encantar.

Fela sonrió y giró un poco el cuerpo para hacer ondear el bajo de su vestido.

– Es agradable tener una excusa para arreglarse de vez en cuando.

– Deberías arreglarte más a menudo -dijo Devi-. Y para hombres mejores que Ambrose.

– He tenido mucho trabajo. Y he perdido la costumbre de acicalarme. Me llevó una hora recordar cómo hacerme el recogido. ¿Algún consejo? -Estiró los brazos separándolos de los costados y giró sobre sí misma.

Devi la miró de arriba abajo, calculando.

– Estás mucho mejor de lo que él se merece. Pero no llevas ningún adorno. ¿Por qué no te pones ninguna joya?

– Los anillos me estorbarían con los guantes -dijo Fela mirándose las manos-. Y no tenía nada lo bastante bonito que pegara con el vestido.

– Pues toma. -Devi ladeó la cabeza y se llevó una mano bajo el pelo, primero en un lado y luego en el otro. Se acercó más a Fela-. Dios, qué alta eres. Agáchate un poco.

Cuando Fela volvió a erguirse, llevaba puestos unos pendientes que oscilaban y en los que se reflejaba la luz del fuego.

Devi dio unos pasos atrás y soltó un suspiro de exasperación.