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– ¿No querías venir a la Universidad? -pregunté, y mi voz reveló mi asombro.

Sim encogió los hombros sin definirse; iba a hacerle otra pregunta cuando me interrumpió Wilem poniéndose ruidosamente en pie.

– ¿Qué os parece si cruzamos el puente? -nos preguntó.

Yo ya estaba muy despejado. Al levantarme, apenas me tambaleé.

– Por mí, bien.

– Un segundo. -Simmon empezó a desabrocharse el pantalón y caminó hacia los árboles.

En cuanto lo perdimos de vista, Wilem se inclinó hacia mí y me dijo en voz baja:

– No le preguntes por su familia. No es un tema fácil para él. Y menos cuando está borracho.

– ¿Qué…?

Wilem hizo un brusco movimiento con la mano y sacudió la cabeza.

– Luego, luego.

Simmon volvió a salir al claro trastabillando, y los tres juntos y en silencio volvimos al camino, atravesamos el Puente de Piedra y llegamos a la Universidad.

Capítulo 39

Contradicciones

A última hora de la mañana siguiente, Wil y yo fuimos al Archivo, donde habíamos acordado reunimos con Sim para dirimir nuestras apuestas de la noche anterior.

– El problema es su padre -me explicó Wil en voz baja cuando caminábamos entre los edificios grises-. El padre de Sim tiene un ducado en Atur. Son tierras fértiles, pero…

– Un momento -lo interrumpí-. ¿El padre de nuestro pequeño Sim es duque?

– Nuestro pequeño Sim -repuso Wilem con aspereza- es tres años mayor que tú y cinco centímetros más alto.

– ¿Qué ducado? -pregunté-. Y no me pasa tanto.

– Dalonir -respondió Wilem-. Pero ya sabes, sangre noble de Atur. No me extraña que Sim no quiera hablar de ello.

– Venga ya -dije abriendo un brazo y señalando a los estudiantes que había en la calle, a nuestro alrededor-. En la Universidad siempre ha reinado una atmósfera de máxima tolerancia desde que la iglesia incendió Caluptena.

– No es por nada, pero tú tampoco vas por ahí pregonando que eres un Edena Ruh.

– ¿Insinúas que me avergüenzo de serlo? -dije, ofendido.

– Solo he dicho que no lo pregonas -repuso Wil con calma, y me miró a los ojos-. Simmon tampoco. Supongo que ambos tenéis vuestros motivos.

Contuve mi irritación y asentí con la cabeza.

– Dalonir está en el norte de Aturna -continuó Wilem-, de modo que son una familia bastante acomodada. Pero Sim tiene tres hermanos mayores y dos hermanas. El primogénito hereda. El padre le compró al segundo hijo un grado militar. Al tercero lo colocaron en la iglesia. Simmon… -Wilem no terminó la frase, pero ya estaba todo dicho.

– Me cuesta imaginarme a Sim de sacerdote -admití-. O de soldado, ahora que lo pienso.

– Por eso vino Sim a la Universidad -terminó Wilem-. Su padre confiaba en que se hiciera diplomático. Entonces Sim descubrió que le gustaban la alquimia y la poesía y entró en el Arcano. A su padre no le hizo mucha gracia. -Wilem me lanzó una mirada elocuente y deduje que estaba atenuando la gravedad de la situación.

– ¡Pero si ser arcanista es algo excepcional! -protesté-. Mucho más importante que ser un adulador perfumado en alguna corte.

– Le pagan la matrícula -dijo Wilem encogiendo los hombros-. Sigue recibiendo su asignación. -Hizo una pausa y saludó a alguien que estaba en el otro lado del patio-. Pero Simmon nunca va a su casa. Ni siquiera para hacer una breve visita a su familia. Al padre de Sim le gusta cazar, pelear, beber y putañear. Me temo que nuestro amable y estudioso Sim no recibió todo el amor que merece un hijo inteligente.

Wil y yo encontramos a Sim en nuestro rincón de lectura habitual. Tras aclarar los detalles de nuestras apuestas de borrachines, cada uno se fue por su lado.

Una hora más tarde, volví con un montoncito de libros. Después de que apareciera Nina y me diera el pergamino, me había puesto a investigar sobre los Amyr, y eso simplificó considerablemente mis pesquisas.

Llamé flojito a la puerta del rincón de lectura, y entré. Wil y Sim ya estaban sentados a la mesa.

– Yo primero -dijo Simmon alegremente. Consultó la lista y escogió un libro de su montón-. Página ciento cincuenta y dos. -Hojeó el libro hasta dar con la página, y empezó a buscar en ella-. ¡Ajá! «Entonces la muchacha hizo un relato de todo… Bla, bla, bla… Y los llevó hasta el lugar donde había encontrado la fiesta pagana.» -Levantó la cabeza y señaló una línea-. ¿Lo veis? Aquí dice «pagana».

Me senté.

– Vamos a ver el resto -dije.

El segundo libro de Sim era más de lo mismo. Pero el tercero encerraba una sorpresa.

– «Gran preponderancia de mojones en los alrededores, lo que indica que en el pasado esa zona debían atravesarla rutas de comercio…» -Sim se interrumpió, se encogió de hombros y me pasó el libro-. Mira por dónde, este defiende tu tesis.

No pude evitar reírme.

– Pero ¿cómo? ¿No los has leído antes de traerlos aquí?

– ¿En una hora? -Sim también rió-. No, qué va. Se los he pedido a un secretario.

Wilem lo miró con severidad.

– No es verdad. Se lo has preguntado a Títere, ¿verdad?

Simmon adoptó una expresión de inocencia, pero solo consiguió que su semblante, inocente por naturaleza, delatara su culpabilidad.

– Quizá haya pasado a verlo -dijo sin definirse-. Y quizá él me haya sugerido un par de libros que contenían información sobre itinolitos. -Al ver la expresión de Wilem, levantó una mano-. No me mires mal. De todas formas, me ha salido el tiro por la culata.

– Títere, otra vez -gruñí-. ¿Pensáis presentármelo algún día? No entiendo por qué mantenéis ese silencio hermético sobre él.

Wilem se encogió de hombros.

– Lo entenderás cuando lo conozcas -dijo.

Los libros de Sim se dividían en tres categorías. Una apoyaba su tesis, y hablaba de ritos paganos y sacrificios de animales. La otra especulaba sobre una civilización antigua que los utilizaba como mojones para señalizar los caminos, pese a que algunos estaban situados en laderas escarpadas o lechos de ríos donde no podía haber ningún camino.

El último libro era interesante por otros motivos:

– «… un par de monolitos idénticos con un tercero atravesado encima» -leyó Simmon-. «Los lugareños lo llaman "la jamba". Si bien durante las fiestas de primavera se los decora y se baila alrededor de ellos, los padres prohíben a sus hijos que se acerquen cuando hay luna llena. Un anciano muy respetado y razonable afirmaba…» -Sim dejó de leer-. Yo qué sé -dijo con desdén, y se dispuso a cerrar el libro.

– ¿Qué afirmaba? -quiso saber Wilem; Sim había conseguido picar su curiosidad.

Simmon puso los ojos en blanco y siguió leyendo:

– «… afirmaba que en determinados momentos los hombres podían trasponer esa puerta de piedra y acceder al país mágico donde mora Felurian, y donde ama y destruye a los hombres con su abrazo.»

– Interesante -murmuró Wilem.

– No tiene nada de interesante. Son tonterías infantiles y supersticiosas -lo contradijo Simmon, obstinado-. Y nada de todo esto nos ayuda a decidir quién tiene razón.

– ¿Cómo vamos hasta ahora, Wilem? -pregunté-. Tú eres nuestro juez imparcial.

Wilem fue a la mesa y hojeó los libros de Sim. Sus oscuras cejas se movían arriba y abajo mientras reflexionaba.

– Siete a favor de Simmon y seis a favor de Kvothe. Tres indistintos.

Echamos un vistazo a los cuatro libros que había llevado yo. Wilem descartó uno de ellos, y el recuento quedó en siete a favor de Simmon y nueve a mi favor.

– No es un resultado del todo concluyente -observó Wilem.

– Podríamos decir que hemos quedado en tablas -propuse, magnánimo.