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– Me ha gustado la túnica -dijo Wil-. Pero siempre me he imaginado a Táborlin con una voz suave.

– Oh. -Me miró, por fin-. Hola.

– Hola -lo saludé con educación.

– No te conozco. -Una pausa-. ¿Quién eres?

– Soy Kvothe.

– Pareces muy seguro de ello -repuso él mirándome de hito en hito. Otra pausa-. A mí ellos me llaman Títere.

– ¿Quién es «ellos»?

– ¿Quiénes «son» ellos? -me corrigió levantando un dedo.

Sonreí.

– ¿Quiénes son ellos, entonces?

– ¿Quiénes «eran» ellos entonces?

– ¿Quiénes son ellos «ahora»? -aclaré, y ensanché la sonrisa.

Me devolvió la sonrisa también con aire distraído e hizo un vago ademán.

– Ya sabes, ellos. La gente. -Siguió mirándome con fijeza, como yo examinaría una piedra interesante o un tipo de hoja que no hubiera visto nunca.

– ¿Cómo te llamas a ti mismo? -pregunté.

Títere se mostró un poco sorprendido, y me miró de una forma algo más normal.

– Sospecho que eso sería revelador -dijo con una pizca de reproche. Miró a Wilem y a Simmon, que permanecían en silencio-. ¿Por qué no pasáis? -Se dio la vuelta y entró en la habitación.

No era una estancia muy grande. Pero parecía fuera de lugar, escondida en lo más hondo del Archivo. Había una butaca muy acolchada, una gran mesa de madera y un par de puertas que conducían a otros cuartos.

Había libros por todas partes, desbordándose en toda clase de estanterías. Los había apilados en el suelo, desparramados por mesitas y amontonados en las sillas. Me sorprendieron unas cortinas corridas en una de las paredes; mi mente se empeñaba en imaginar que detrás de esas cortinas había una ventana, pese a que yo sabía que estábamos bajo tierra.

La habitación estaba iluminada con lámparas y velas, candelas largas y delgadas y gruesos tacos de cera goteantes. Cada una de las llamas me producía una vaga ansiedad y traía a mi pensamiento la imagen de un incendio en un edificio lleno de cientos de miles de valiosos libros.

También había títeres. Colgaban de los estantes y de unos ganchos que había en las paredes. Se amontonaban desmadejados en los rincones y bajo las sillas. Algunos estaban inacabados, o los estaban reparando, y yacían esparcidos entre herramientas por el tablero de la mesa. Había estantes llenos de estatuillas cuidadosamente labradas y pintadas que representaban figuras humanas.

Cuando se dirigía hacia su mesa, Títere se quitó la túnica negra y la dejó caer descuidadamente al suelo. Bajo la túnica llevaba ropa sencilla: una camisa blanca arrugada, pantalones oscuros arrugados y calcetines desparejados y con los talones zurcidos. Me fijé en que era mayor de lo que había imaginado. Tenía el cutis liso y sin arrugas, pero empezaba a escasearle el pelo, completamente blanco.

Títere despejó una silla para mí, retirando con cuidado una pequeña marioneta del asiento y buscándole un sitio en un estante cercano. Entonces se sentó a la mesa y dejó a Wilem y a Simmon de pie. He de decir que ellos no se mostraron terriblemente desconcertados.

Títere rebuscó un poco entre los objetos esparcidos por la mesa y cogió un taco de madera con forma irregular y un cuchillo pequeño. Me dirigió otra mirada larga y escrutadora y se puso a tallar metódicamente la madera. Empezaron a caer virutas sobre la mesa.

Curiosamente, yo no sentía ningún deseo de preguntar a nadie qué estaba pasando. Cuando eres tan preguntón como yo, al final acabas sabiendo cuándo es inapropiado preguntar.

Además, sabía cuáles habrían sido las respuestas. Títere era una de esas personas con talento, pero no del todo cuerdas, que habían encontrado un hueco en la Universidad.

Estudiar en el Arcano tiene efectos complejos sobre la mente de los alumnos. El más destacado de esos efectos es la capacidad para realizar lo que la mayoría de la gente llama magia y nosotros llamamos simpatía, sigaldría, alquimia, nominación, etcétera.

Las mentes de algunas personas se adaptan fácilmente a eso, y otras tienen más dificultades. De las últimas, algunas enloquecen y acaban en el Refugio. Pero la mayoría de las mentes no se derrumban cuando se someten al estrés del Arcano, sino que solo se resquebrajan un poco. A veces esas grietas se apreciaban en pequeños detalles: tics nerviosos, tartamudeos. Otros alumnos oían voces, se volvían olvidadizos, o ciegos, o mudos… A veces esos síntomas solo duraban una hora o un día; a veces eran permanentes.

Deduje que Títere era un alumno que se había resquebrajado hacía mucho tiempo. Parecía haber encontrado un lugar para él, como Auri, aunque me sorprendía que Lorren le dejara vivir allí abajo.

– ¿Siempre está así? -preguntó Títere a mis dos amigos. Alrededor de sus manos se había formado un montoncito de peladuras de madera clara.

– Casi siempre -respondió Wilem.

– Así ¿cómo? -preguntó Simmon.

– Como si acabara de decidir sus tres siguientes movimientos en una partida de tirani y ya supiera cómo iba a ganarte. -Títere volvió a mirarme largamente y cepilló otra fina viruta de madera-. Resulta irritante, la verdad.

Wilem soltó una carcajada.

– Esa es su cara de pensar, Títere. La pone a menudo, pero no siempre.

– ¿Qué es tirani? -preguntó Simmon.

– Un pensador… -caviló Títere-. ¿En qué piensas ahora?

– Pienso que debes de ser un observador muy atento, Títere -dije educadamente.

Títere dio un resoplido sin levantar la cabeza.

– ¿De qué sirve la atención? Es más, ¿de qué sirve observar? La gente siempre está observando cosas. Lo que debería hacer es ver. Yo veo las cosas que miro. Soy el que ve.

Miró el trozo de madera que tenía en la mano, y luego escudriñó mi cara. Aparentemente satisfecho, entrelazó las manos sobre su talla, pero no antes de que yo alcanzara a ver mi perfil hábilmente tallado en la madera.

– ¿Sabes lo que has sido, lo que no eres y lo que serás? -me preguntó.

Sonaba a acertijo.

– No.

– El que ve -dijo con certeza-. Porque eso es lo que significa E'lir.

– De hecho, Kvothe es Re'lar -dijo Simmon con respeto.

Títere hizo un gesto desdeñoso.

– Lo dudo -dijo mirándome atentamente-. Quizá llegues a ser uno que ve, pero todavía te queda mucho. Ahora eres uno que mira. Serás un verdadero E'lir cuando llegue el momento. Si aprendes a relajarte. -Me mostró el rostro tallado en la madera-. ¿Qué ves aquí?

Ya no era un taco con forma irregular: ahora mis facciones, en seria contemplación, me miraban desde la madera. Me incliné hacia delante para examinar la talla desde más cerca.

Títere rió y alzó las manos.

– ¡Demasiado tarde! -exclamó, y por un instante adoptó una actitud infantil-. Has mirado demasiado y no has visto suficiente. Mirar demasiado puede impedirte ver, ¿lo ves?

Títere dejó la talla de mi cara sobre la mesa; parecía que la figura contemplara una de las marionetas que yacían diseminadas por el tablero.

– ¿Ves al pequeño Kvothe de madera? ¿Ves cómo mira? Qué concentración. Qué dedicación. Podría pasarse cien años mirando, pero ¿verá lo que tiene delante? -Títere se sentó y paseó la mirada por la habitación con aire satisfecho.

– ¿E'lir significa «el que ve»? -preguntó Simmon-. ¿Los otros rangos también significan cosas?

– Puesto que eres un alumno con libre acceso al Archivo, imagino que eso podrás averiguarlo por tu cuenta -dijo Títere. Fijó la atención en una de las marionetas que había sobre la mesa. La bajó con cuidado al suelo para evitar que se enredaran los hilos. Era una miniatura perfecta de un sacerdote tehlino con túnica gris.

– ¿Podrías darle algún consejo, alguna indicación de por dónde empezar a buscar? -pregunté dejándome llevar por la intuición.

– Por el Dictum de Renfalque. -La marioneta del tehlino, guiada por Títere, se levantó del suelo y movió cada una de sus extremidades como si despertara de un largo sueño.