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– No lo conozco.

– Está en el segundo piso del rincón sudeste -contestó Títere, abstraído-. Segunda fila, segundo anaquel, tercer estante, lado derecho, cubierta roja de piel. -El sacerdote tehlino en miniatura caminó despacio alrededor de los pies de Títere. Llevaba en la mano una réplica diminuta del Libro del camino, perfectamente representado, con la rueda con rayos pintada en la portada.

Wil, Sim y yo vimos cómo Títere tiraba de los hilos del pequeño sacerdote haciéndolo andar adelante y atrás para acabar sentándolo sobre uno de sus pies, enfundado en un calcetín.

Wilem carraspeó respetuosamente y dijo:

– Títere…

– ¿Sí? -replicó Títere sin apartar la vista de sus pies-. Tienes una pregunta. O mejor dicho, Kvothe tiene una pregunta y tú quieres planteármela por él. Está ligeramente inclinado hacia delante en el asiento. Hay un surco entre sus cejas, y el fruncido de sus labios lo delata. Deja que me pregunte él. Quizá eso le ayude.

Me quedé estupefacto, pues estaba haciendo exactamente cada una de las cosas que Títere había mencionado. Siguió moviendo los hilos de su pequeño tehlino. El sacerdote realizó una meticulosa y temerosa búsqueda alrededor de sus pies, blandiendo el libro ante sí; rodeó las patas de la mesa y escudriñó el interior de los zapatos abandonados de Títere. Sus movimientos eran asombrosos, y me distrajeron hasta el punto de que olvidé que me sentía incómodo y empecé a relajarme.

– La verdad es que tengo una duda sobre los Amyr. -Mi mirada seguía atenta a la escena que se desarrollaba alrededor de los pies de Títere. Otra marioneta había entrado en escena: una muchacha vestida de campesina. Se acercó al sacerdote y le tendió una mano como si tratara de darle algo. No, le estaba preguntando algo. El tehlino le dio la espalda. Ella, con timidez, le puso una mano en el brazo. El se apartó, altanero-. Me gustaría saber quién los disolvió. No sé si fue el emperador Nalto o la iglesia.

– Sigues mirando -me reprendió Títere con un tono más cordial que el que había empleado hasta ese momento-. Necesitas ir a perseguir al viento durante un tiempo, eres demasiado serio. Eso te creará problemas. -De pronto, el tehlino se volvió hacia la muchacha. Temblando de rabia, la amenazó con el libro. Ella, asustada, dio un paso atrás y cayó de rodillas-. Los disolvió la iglesia, por supuesto. Lo único que podía afectarles era un edicto del pontífice. -El tehlino golpeó a la muchacha con el libro. Una vez, dos veces, hasta derribarla; la muchacha quedó tendida en el suelo, completamente quieta-. Nalto no habría podido ordenarles ni siquiera que cruzaran la calle.

Un leve movimiento atrajo la atención de Títere.

– Ay, ay, ay -dijo girando la cabeza hacia Wilem-. ¿Ves lo que yo veo? La cabeza se inclina ligeramente. Las mandíbulas se aprietan, pero los ojos no enfocan nada, canalizan la irritación hacia dentro. Si yo fuera de esas personas que juzgan mirando, diría que Wilem acaba de perder una apuesta. ¿No sabes que la iglesia censura el juego? -El sacerdote, a los pies de Títere, blandió el libro hacia Wilem.

El tehlino juntó las manos y se alejó de la muchacha. Dio un par de pasos con aire majestuoso y agachó la cabeza como si rezara.

Conseguí desviar la mirada de aquel cuadro vivo y mirar a nuestro anfitrión.

– ¿Títere? -pregunté-. ¿Has leído Las luces de la Historia de Feltemi Reis?

Vi que Simmon miraba a Wilem con ansiedad, pero Títere no pareció encontrar nada extraño en esa pregunta. El tehlino se puso a dar brincos.

– Sí.

– ¿Por qué afirmaría Reis que el Alpura Prolycia Amyr era el decreto sesenta y tres del emperador Nalto?

– Reis no afirmaría eso -contestó sin dejar de mirar la marioneta que tenía a los pies-. Eso es una tontería.

– Pues hemos encontrado un ejemplar de las Luces que afirma exactamente eso -expliqué.

Títere encogió los hombros sin dejar de mirar a su sacerdote tehlino, que bailaba a sus pies.

– Podría ser un error de transcripción -reflexionó Wilem-. Dependiendo de la edición del libro, la propia iglesia podría haber modificado esa información. El emperador Nalto es el chivo expiatorio preferido de la Historia. Quizá la iglesia tratara de distanciarse de los Amyr. Hacia el final hicieron cosas terribles.

– Muy inteligente -concedió Títere. En el suelo, el tehlino le hizo una reverencia a Wilem.

De pronto se me ocurrió una cosa.

– Títere -dije-, ¿sabes qué hay detrás de la puerta cerrada con llave del piso que hay encima de este? Esa gran puerta de piedra.

El tehlino dejó de bailar y Títere levantó la cabeza. Me miró con severidad. Tenía unos ojos serios y claros.

– No creo que la puerta de las cuatro placas sea asunto de un alumno. ¿Y tú?

– No, claro. -Noté que me sonrojaba y desvié la mirada.

El sonido distante del tañido de la campana de la torre alivió la tensión del momento. Simmon maldijo por lo bajo.

– Llego tarde -dijo-. Lo siento, Títere, tengo que irme.

Títere se levantó y colgó al tehlino en un gancho de la pared.

– Sea como sea, tengo que seguir leyendo -dijo. Fue hacia la butaca acolchada, se sentó y abrió un libro-. Traed a ese otro día. -Me apuntó con una mano sin levantar la vista del libro-. Tengo que trabajar un poco más con él.

Capítulo 41

El bien mayor

Levanté la cabeza, miré a Simmon y susurré:

– Ivare enim euge.

Sim dio un suspiro de exasperación.

– ¿No se suponía que estabas estudiando Fisiognomía?

Ya había pasado todo un ciclo desde que prendiéramos fuego a las habitaciones de Ambrose, y el invierno sacaba por fin las garras, cubriendo la Universidad de ventisqueros que nos llegaban por las rodillas. Como solía pasar cuando el tiempo se ponía inclemente, el Archivo estaba abarrotado de alumnos aplicados.

Como todos los rincones de lectura estaban ocupados, Simmon y yo habíamos tenido que llevarnos nuestros libros a Volúmenes. Ese día, la sala de techos altos y sin ventanas estaba bastante llena, pero aun así reinaba un silencio sepulcral. La piedra oscura y el sordo sonido de los susurros daban al lugar una atmósfera ligeramente inquietante que explicaba por qué los alumnos lo llamaban «la Tumba».

– Estoy estudiando Fisiognomía -protesté en voz baja-. Estaba examinando unas ilustraciones de Gibea, y mira qué he encontrado. -Le acerqué un libro.

– ¿Gibea? -susurró Simmon, horrorizado-. En serio, la única razón por la que estudias conmigo es para poder interrumpirme. -Se alejó del libro que yo le ofrecía.

– No, no es nada grotesco -insistí-. Mira esto. Lee lo que pone aquí. -Simmon empujó el libro apartándolo de sí, y me enfurecí-. ¡Cuidado! -susurré-. Es un original. Lo he encontrado detrás de otros libros, enterrado en Catálogos Muertos. Si le pasa algo, Lorren me cortará los pulgares.

Sim rehuyó el libro como si fuera un hierro al rojo.

– ¿Un original? Tehlu misericordioso, debe de estar escrito en piel humana. ¡No me lo acerques!

Estuve a punto de bromear expresando mis dudas de que pudiera escribirse con tinta sobre piel humana, pero al ver la cara de Sim me abstuve. Aun así, mi expresión debió de delatarme.

– Eres perverso -me espetó Simmon, y su voz alcanzó un nivel casi inaceptable-. Madre de Dios, ¿no sabes que descuartizaba a personas vivas para ver cómo funcionaban sus órganos? Me niego a mirar nada firmado por ese monstruo.

Dejé el libro sobre la mesa.

– Entonces será mejor que dejes de estudiar Medicina -dije suavizando mi tono todo lo posible-. Las investigaciones de Gibea sobre el cuerpo humano son las más exhaustivas que se han hecho jamás. Sus diarios constituyen el eje vertebral de la fisiología moderna.