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– Suspendido -dijo Simmon-. Mira que eres tonto.

Me encogí de hombros; estaba más avergonzado de lo que habría sido capaz de admitir. Confiaba en que algún otro estudiante explicara que en realidad no había hecho más que acallar a aquellos dos imbéciles, y no lo contrario.

– Solo intentaba hacer lo correcto.

Simmon rió y echamos a andar hacia Anker's. Por el camino, dio una patada a un pequeño cúmulo de nieve.

– El mundo necesita a gente como tú -dijo en un tono de voz que me indicaba que se estaba poniendo filosófico-. Resuelves las cosas. No siempre de la mejor manera, ni de la manera más sensata, pero las resuelves. Eres un bicho raro.

– ¿Qué quieres decir? -pregunté, intrigado.

– Como hoy -dijo Sim encogiendo los hombros-. Alguien te molesta, alguien te ofende, y de pronto saltas. -Puso plana una mano e hizo un rápido ademán cortando el aire-. Sabes exactamente qué hacer. Nunca vacilas; ves y reaccionas. -Se quedó pensativo un momento-. Me imagino que los Amyr debían de ser así. No me extraña que la gente les tuviera miedo.

– No siempre tengo tanta seguridad en mí mismo -admití.

Simmon esbozó una sonrisa.

– Curiosamente -dijo-, eso me tranquiliza.

Capítulo 42

Penitencia

Corno ya no podía estudiar y el invierno lo cubría todo de ventisqueros, decidí que aquel era el momento ideal para ponerme al día respecto a algunos asuntos que había ido postergando.

Intenté hacerle una visita a Auri, pero los tejados estaban cubiertos de hielo y en el patio donde solíamos encontrarnos se había acumulado mucha nieve arrastrada por el viento. Me tranquilizó no encontrar huellas de pisadas, porque dudaba que Auri tuviera zapatos, y mucho menos un abrigo o un gorro. Habría bajado a buscarla a la Subrealidad, pero la rejilla de hierro del patio estaba cerrada y congelada.

Hice unos cuantos turnos dobles en la Clínica y toqué una noche extra en Anker's para compensar la que había tenido que marcharme antes de hora. Hice largas jornadas en la Factoría, calculando, haciendo pruebas y fundiendo aleaciones para mi proyecto. También me tomé muy en serio mi propósito de recuperar un mes de muy pocas horas de sueño.

Pero uno no puede pasarse el día durmiendo, y al cuarto día de mi suspensión, me había quedado sin excusas. Por muy pocas ganas que tuviera, necesitaba hablar con Devi.

Para cuando decidí ir, el tiempo había mejorado un poco y la nieve se había convertido en un aguanieve helada.

El camino hasta Imre fue un suplicio. No tenía gorro ni guantes, y al cabo de cinco minutos el aguanieve ya me había empapado la capa. Al cabo de diez minutos estaba calado hasta los huesos y lamenté no haber esperado o haber pagado un coche. El aguanieve había derretido la nieve acumulada en el camino, y había una gruesa capa de nieve fangosa.

Paré en el Eolio para calentarme un poco antes de ir a ver a Devi, pero, por primera vez, encontré el local cerrado y a oscuras. No me extrañó: ¿a qué noble se le ocurriría salir con ese tiempo? ¿Qué músico expondría su instrumento a aquel frío y aquella humedad?

De modo que seguí caminando con gran esfuerzo por calles desiertas hasta llegar al callejón de detrás de la carnicería. Era la primera vez que la escalera no apestaba a grasa rancia.

Llamé a la puerta de Devi y me alarmé de lo entumecida que tenía la mano. Apenas notaba nada cuando golpeaba con los nudillos. Esperé largo rato y volví a llamar, inquieto por la posibilidad de que Devi no estuviera allí y hubiese recorrido todo el camino en vano.

Entonces la puerta se abrió un poco. Un resquicio de cálida luz de lámpara y un solo ojo, frío y azul, asomaron por la rendija. Después, la puerta se abrió de par en par.

– Por las pelotas de Tehlu -dijo Devi-. ¿Qué haces aquí con la que está cayendo?

– Pensé…

– No, no pensaste -dijo ella con desdén-. Pasa.

Entré, goteando y con la capucha de la capa adherida a la cabeza. Devi cerró la puerta y echó la llave y el cerrojo. Miré alrededor y me fijé en que había una estantería nueva, aunque todavía estaba prácticamente vacía. Trasladé el peso del cuerpo de una pierna a otra, y una gran masa de nieve medio derretida se desprendió de mi capa y cayó al suelo.

Devi me miró desapasionadamente, de arriba abajo. Vi un fuego chisporroteando en la chimenea, en el otro extremo de la habitación, cerca de la mesa, pero Devi no me invitó a acercarme, así que me quedé allí, goteando y temblando.

– Tú nunca haces nada de la forma más fácil, ¿verdad? -me preguntó.

– Ah, pero ¿hay una forma fácil?

Devi no se rió.

– Si crees que presentándote aquí medio congelado y con cara de perro apaleado conseguirás que me compadezca de ti, estás muy… -Se interrumpió y se quedó mirándome con aire pensativo-. Que me aspen -dijo con tono de sorpresa-. La verdad es que me gusta verte así. Me sube el ánimo hasta unos niveles casi irritantes.

– Pues no era esa mi intención -repuse-. Pero no me importa. ¿Ayudaría que pillara un catarro de mil demonios?

– Quizá -contestó Devi tras considerarlo un momento-. La penitencia implica cierto grado de sufrimiento.

Asentí con la cabeza, y no hizo falta que me esforzara para ofrecer un aspecto lamentable. Metí los dedos entumecidos en mi bolsa y saqué una moneda de bronce pequeña que le había ganado a Sim jugando a aliento unas noches atrás.

Devi la cogió.

– Una pieza de penitencia -dijo sin impresionarse-. ¿Se supone que es simbólica?

Encogí los hombros, y volvió a caer nieve derretida al suelo.

– Algo así -dije-. Quería ir a un cambista y saldar toda mi deuda contigo en piezas de penitencia.

– Y ¿qué te lo ha impedido? -me preguntó.

– Me di cuenta de que solo conseguiría enojarte más -respondí-. Y no quería tener que pagar al cambista. -Contuve el impulso de mirar con ansia la chimenea-. Llevo mucho tiempo tratando de encontrar un gesto que pudiera servirme para pedirte disculpas.

– ¿Y has decidido que lo mejor sería venir hasta aquí a pie el día más riguroso del año?

– He decidido que lo mejor sería que hablásemos -dije-. El tiempo fue una feliz casualidad.

Devi arrugó la frente y se volvió hacia la chimenea.

– Ven. -Fue hasta una cómoda que había cerca de la cama y sacó una gruesa bata de algodón azul. Me la dio y señaló una puerta cerrada-. Ve y quítate la ropa mojada. Escúrrela en el lavamanos, o no se secará nunca.

Hice lo que me había dicho; luego cogí mi ropa y la colgué en los ganchos que había ante la chimenea. Estar tan cerca de la lumbre me produjo una sensación maravillosa. A la luz del fuego pude ver que tenía la piel de debajo de las uñas un poco amoratada.

Aunque lo que más deseaba era quedarme donde estaba y calentarme, me reuní con Devi en la mesa. Me fijé en que había lijado y barnizado de nuevo el tablero, aunque todavía se distinguía el círculo negro que el golfillo había dejado en la madera.

Allí sentado, sin nada más que la bata que Devi me había prestado, me sentí bastante vulnerable, pero no podía hacer nada para remediarlo.

– Después de nuestra última… reunión -me esforcé para no mirar el círculo quemado de la mesa- me informaste de que el importe total de mi préstamo vencería a finales del bimestre. ¿Estarías dispuesta a renegociarlo?

– Es poco probable -dijo Devi resueltamente-. Pero ten por seguro que si no puedes saldar la deuda en efectivo, todavía me interesa cierta información. -Compuso una sonrisa mordaz y hambrienta.

Asentí con la cabeza; Devi seguía queriendo entrar en el Archivo.

– Confiaba en que estuvieras dispuesta a reconsiderarlo, ahora que ya conoces toda la historia -dije-. Alguien estaba haciéndome felonía. Necesitaba saber que mi sangre estaba a salvo.