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Mientras estaba de pie allí entró por la puerta un ceáldico, dando pisotones para desprender la nieve de sus botas y mirando alrededor con curiosidad. Todavía era temprano, y yo era la única persona en la taberna.

El ceáldico se me acercó; unos copos de nieve atrapados en su barba se derritieron hasta convertirse en relucientes gotas de agua.

– Perdona que te moleste. Busco a una persona -dijo, y me sorprendió comprobar que no tenía ni rastro de acento ceáldico. Se llevó una mano dentro del largo abrigo y sacó un sobre grueso con sello de color rojo sangre-. Ku-voz-e -leyó despacio, y giró el sobre hacia mí para que pudiera verlo yo también.

Kvothe, Posada Anker's

Universidad (tres kilómetros al oeste de Imre)

Belenay-Barren

Mancomunidad Central

Era la letra de Denna.

– En realidad es Kvothe -dije distraídamente-. La «v» y la «e» son mudas.

El hombre se encogió de hombros y preguntó:

– ¿Eres tú?

– Sí -confirmé.

El asintió, satisfecho.

– Mira, esto me lo dieron en Tarbean hace un ciclo. Se lo compré a uno por un penique duro. Dijo que se lo había comprado a un marinero en Junpui por un sueldo de plata víntico. No recordaba el nombre de la ciudad donde lo había conseguido el marinero, pero era del interior.

Me miró a los ojos.

– Te cuento todo esto para que no pienses que intento timarte. Pagué un penique duro, y he venido desde Imre pese a que tenía que desviarme de mi camino. -Echó un vistazo a la taberna-. Pero supongo que al dueño de una posada tan bonita como esta no le importará pagarle a un mensajero lo que merece.

– Esta posada no es mía -dije riendo-. Yo solo tengo una habitación aquí.

– Ah -repuso él, un tanto decepcionado-. Te he visto aquí de pie y me ha parecido que tenías aires de amo y señor. En fin, comprenderás que necesito recuperar mi dinero.

– Sí -dije-. ¿Qué precio te parece justo?

Me miró de arriba abajo examinando mi vestimenta.

– Supongo que me contentaría con recuperar mi penique duro y añadirle un penique blando.

Saqué la bolsa del dinero y rebusqué. Por suerte, había jugado a cartas unas cuantas noches y tenía algo de moneda atur.

– Me parece bien -dije, y le entregué el dinero.

El hombre fue hacia la puerta, pero antes de abrirla se volvió.

– Por curiosidad -dijo-, ¿habrías pagado dos peniques duros por el sobre?

– Seguramente -admití.

– Kist -blasfemó; salió a la calle, y la puerta se cerró de un golpazo.

Era un sobre de pergamino grueso, arrugado, manchado y manoseado. En el sello había un ciervo rampante ante un barril y un arpa. Lo apreté con los dedos y lo rasgué al mismo tiempo que me sentaba.

Kvothe:

Siento mucho haberme marchado de Imre sin previo aviso. Te mandé un Mensaje la noche de mi partida, pero supongo que no lo recibiste.

Me he marchado al extranjero en busca de pastos más verdes y mejores Oportunidades. Me gusta Imre, donde puedo disfrutar del placer de tu Ocasional, aunque Esporádica, compañía, pero es una ciudad muy cara para vivir, y últimamente mis perspectivas son magras.

Yll es muy bonita, hay suaves colinas por todas partes. Me encanta su clima; es más templado y el aire huele a mar. Quizá pueda pasar todo el invierno sin que mis pulmones me obliguen a guardar cama. Sería el primero desde hace años.

He pasado un tiempo en los Pequeños Reinos, donde presencié una escaramuza entre dos bandas de jinetes. Nunca había oído tanto Estruendo de Caballos. También he pasado un tiempo en el mar, y he aprendido todo tipo de nudos marineros y a escupir correctamente. Mi repertorio de Palabrotas también se ha ampliado notablemente.

Si me lo pides educadamente la próxima vez que nos veamos, quizá te haga una exhibición de mis recién adquiridas habilidades.

He visto a mi primer Mercenario adem. (Aquí los llaman camisas de sangre.) Es una mujer no más alta que yo, con unos asombrosos ojos grises. Es hermosa, pero extraña y callada, y nunca se está quieta. No la he visto pelear, y creo que no quiero verlo. Pero siento curiosidad.

Sigo enamorada del arpa. Ahora me hospedo con un caballero muy capacitado (cuyo nombre prefiero no mencionar) para pogresar en mis estudios del instrumento.

Mientras Escribía esta carta he bebido un poco de vino. Te lo digo para justificar cómo acabo de escribir la palabra Progesar. Progresar. Kist. Ya sabes lo que quiero decir.

Perdóname por no haberte puesto unas líneas antes, pero he viajado mucho y hasta ahora no tenía el Material necesario para escribir una Carta. Ahora que ya la he escrito, supongo que tardaré un tiempo en encontrar a algún viajero de confianza que ponga esta misiva en el largo camino hacia ti.

Pienso mucho en ti, y con cariño.

Un abrazo,

D.

p.d.: Espero que el estuche del laúd te sea útil.

Ese día, la clase de Elodin comenzó de forma extraña.

Para empezar, Elodin llegó puntual. Nos pilló desprevenidos, pues los seis alumnos que quedábamos en su clase nos habíamos habituado a dedicar los veinte o treinta primeros minutos de la clase a charlar, a jugar a las cartas y a quejarnos por lo poco que estábamos aprendiendo. Ni siquiera vimos al maestro nominador hasta que, tras recorrer la mitad de los escalones del aula, se puso a dar palmadas para llamar nuestra atención.

El segundo detalle extraño fue que Elodin llevaba su túnica de gala. Se la había visto usar en otras ocasiones que lo requerían, pero siempre de mala gana. Durante el proceso de admisiones, por ejemplo, siempre iba con la túnica arrugada y descuidada.

Ese día, en cambio, Elodin llevaba aquella prenda como era debido. Parecía recién lavada y planchada. Tampoco iba desgreñado, como era habitual en él. Me pareció que se había cortado y peinado el pelo.

Llegó al frente del aula, subió a la tarima y se colocó detrás del atril. Eso, más que ninguna otra cosa, hizo que todos nos enderezásemos y prestáramos atención. Elodin nunca utilizaba el atril.

– Hace mucho tiempo -dijo sin preámbulos-, la gente venía aquí a aprender cosas secretas. Hombres y mujeres acudían a la Universidad a estudiar la forma del mundo.

Elodin nos miró a todos.

– En esta antigua Universidad no había ninguna asignatura más valorada que la Nominación. Todo lo demás era metal común. Los nominadores se paseaban por estas calles como dioses minúsculos. Hacían cosas terribles y maravillosas, y todos los envidiaban.

»Los estudiantes solo ascendían en el escalafón mediante su habilidad en nominación. Un alquimista sin habilidad en nominación era considerado un desgraciado, y no merecía más respeto que un cocinero. La simpatía se inventó aquí, pero un simpatista sin nominación era lo mismo que un cochero. Un artífice sin dominio de los nombres era poco más que un zapatero o un herrero.

«Todos venían a aprender los nombres de las cosas -continuó Elodin; sus oscuros ojos nos miraban con intensidad, y hablaba con una voz resonante y conmovedora-. Pero la nominación no se puede enseñar mediante reglas ni memorización. Enseñar a alguien a ser nominador es como enseñar a alguien a enamorarse. Es inútil. Es imposible.

El maestro nominador esbozó una sonrisa, y por primera vez volvió a ser el de siempre.

– Sin embargo, los estudiantes intentaban aprender. Y los maestros intentaban enseñar. Y a veces lo conseguían.

»¡Fela! -exclamó señalándola, y le hizo señas para que se acercara-. Ven aquí.

Fela se levantó; nerviosa, subió a la tarima y se colocó junto a Elodin.