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—He visto a Crysania —informó al guerrero una noche, después de cenar y después de que su amigo luchara con Pheragas en un simulacro de combate sin armas.

El kender se hallaba recostado en el camastro mientras Caramon se ejercitaba, en el centro de la alcoba, en el uso de la maza y las cadenas, ya que Arack quería instruirle en los secretos de otros pertrechos además del acero. Al comprobar que el hombretón se desenvolvía con torpeza, el kender se arrebujó en una esquina del jergón con el objeto de eludir un golpe mal dirigido.

—¿Cómo está? —indagó el musculoso humano lanzando a su contertulio una fugaz mirada, sin descuidar su trabajo.

—Lo ignoro —fue la desencantada respuesta—. Supongo que bien, al menos su aspecto no es el de una enferma. Pero tampoco parece feliz, tiene el rostro ceniciento y, cuando traté de hablarle, me ignoró. Creo que no me reconoció.

—Intenta averiguar qué está ocurriendo —ordenó el guerrero, fruncido el entrecejo—. No debemos olvidar que la sacerdotisa también buscaba a Raistlin, de manera que su extraña actitud puede guardar relación con él.

—De acuerdo —accedió Tas, al mismo tiempo que el amenazador silbido de la maza lo obligaba a bajar la cabeza—. ¡Cuidado, podrías lastimarme! —protestó, y se tanteó el copete para asegurarse de que se mantenía en su lugar.

—A propósito de Raistlin —dijo Caramon quedamente—, ¿tampoco hoy has tenido noticias de su paradero?

—No, mis pesquisas han vuelto a fracasar. Y eso que he indagado sin tregua entre los moradores del Templo —agregó a modo de disculpa—. Rodea a Fistandantilus una cohorte de aprendices que transitan incansables por el recinto, mas ninguno conoce a una criatura que responda a la descripción de tu hermano. Dudo que esté entre ellos, ya que un individuo con la tez dorada y las pupilas en forma de relojes de arena debería destacarse incluso en medio de una muchedumbre. Sin embargo, quizá no tarde en descubrir algo —anunció en tono confidencial—. He oído comentar que Fistandantilus ha regresado.

—¿De verdad? —El hombretón interrumpió sus ejercicios con la maza y giró el rostro hacia Tasslehoff.

—Sí. Yo no lo he visto, pero los clérigos no cesaban de comunicárselo a sus colegas. Si no me equivoco, reapareció anoche en la sala de audiencias del Príncipe de los Sacerdotes. Se oyó un estallido y allí estaba, surgido de la nada. Estos magos son muy teatrales.

—Sí —gruñó Caramon.

El guerrero comenzó a balancear su maza, sumido en hondas cavilaciones. Tanto rato permaneció callado que Tas bostezó y se estiró en el camastro, presto a dejarse envolver por los vapores del sueño. El vozarrón de su amigo lo devolvió, pobre kender, al mundo real.

—Tas, se nos ofrece al fin la oportunidad.

—¿Qué oportunidad? —preguntó Tasslehoff, sobresaltado y somnoliento a la vez.

—La de matar a Fistandantilus —declaró Caramon sin alterarse.

7

Traición

El frío aserto de Caramon despertó por completo al kender.

—¡Matarle! Creo que deberías pensarlo con calma —balbuceó Tasslehoff—, y tener en cuenta un detalle de la máxima importancia. Fistandantilus es un buen mago, perverso en sus intenciones pero dotado de un talento extraordinario. Si lo que se rumorea es cierto, ni siquiera Raistlin y Par-Salian juntos pueden equiparársele, así que no te resultará sencillo sorprenderlo de no fraguar antes un plan. ¡Y menos tú, que nunca asesinaste a nadie! Aunque estoy de acuerdo en la conveniencia de intentarlo, no me parece oportuno actuar de manera precipitada.

—Tiene que dormir, ¿no es verdad? —lo atajó el guerrero.

—Todo el mundo necesita descansar —concedió el kender—, incluidos los practicantes de la brujería.

—Ellos más que nadie —afirmó Caramon—. ¿Recuerdas cuánto se debilitaba Raistlin si no disfrutaba de un largo reposo? Esta fórmula debe ser aplicable a todos los nigromantes, sin excepción de ninguna clase. Es una de las razones por las que fueron derrotados en las mayores lides, como las Batallas Perdidas que jamás libraron. El enemigo aprovechó sus intervalos de sueño para reducirlos. Y no debes preocuparte por los riesgos, en definitiva soy yo quien me expondré. Ni siquiera te pediré que me acompañes, tú limítate a descubrir dónde están sus aposentos, qué tipo de defensas lo protegen y a qué hora se acuesta. Una vez me comuniques estos pormenores, yo me ocuparé de todo.

—¿Estás seguro de que tu actitud es atinada? —sugirió el hombrecillo—. Ya sé que ésta es la misión que nos encomendaron los magos al enviarnos al pasado, o al menos eso creo, pues al final todo se complicó tanto que todavía me siento confuso. Tampoco ignoro que Fistandantilus es una criatura aborrecible investida de la Túnica Negra y de dotes demoníacas, pero me pregunto si al destruirle no incurriremos en un crimen tan abyecto como los suyos. No desearía por nada del mundo asemejarme a él.

—A mí eso no me importa —replicó el guerrero sin un atisbo de emoción en sus rasgos, centrados sus ojos en la maza que, despacio, balanceaba de un lado a otro—. Es su vida o la de Raistlin, Tas. Si aniquilo a Fistandantilus ahora, en este tiempo, se esfumará y no podrá adueñarse de la personalidad de mi hermano. De conseguir mi propósito, mi gemelo se desembarazará de su estragado cuerpo y recuperará la salud perdida. En cuanto lo libere del influjo de esa criatura sé que volverá a ser el viejo Raist, el que yo amé y cuidé. —Su voz se entrecortó ante tal perspectiva, sus párpados se humedecieron—. Podrá vivir con nosotros, como habíamos proyectado.

—¿Has olvidado a Tika? —apuntó Tas dubitativo—. ¿Qué opinará ella de que hayas matado a sangre fría?

—Te lo he advertido en más de una ocasión, no menciones a mi mujer —lo amonestó el guerrero, centellantes sus pupilas.

—Pero Caramon…

—¡Hablo muy en serio, Tas!

Profirió su amenaza con unos ribetes de cólera que silenciaron al kender, consciente de que había ido demasiado lejos. Se arrebujó en el jergón, tan compungido que Caramon se dulcificó.

—Escúchame atentamente —le indicó—, porque sólo te lo explicaré una vez. No me porté bien con Tika. Tuvo razón al expulsarme de casa, ahora lo comprendo, aunque hubo una época en que pensé que nunca la perdonaría. —Hizo una pausa para tratar de ordenar sus ideas y, transcurridos unos segundos, continuó—. Antes de casarnos le expuse con total claridad mis sentimientos respecto a Raistlin, ella siempre supo que mientras él viviera ocuparía un lugar preferente en mi corazón. Hasta le aconsejé que buscara a otro hombre capaz de prodigarle las atenciones que merecía. Luego, cuando mi hermano emprendió su camino en solitario, creí que lograría borrarlo de mi mente. Pero no funcionó. Tengo un deber que cumplir, es mi destino, y el recuerdo de Tika no hace sino entorpecer mis acciones. Por eso prefiero evitar toda alusión a ella, ¿has entendido?

—¡Te quiere tanto! —se lamentó el kender a falta de otro argumento. Era obvio que, de nuevo, se había equivocado. Caramon emitió un gruñido y se aplicó, aún con mayor interés, a sus ejercicios.

—De acuerdo —susurró, con una voz profunda que parecía surgir de sus entrañas—. Supongo que ha llegado el momento de la despedida, puedes solicitar al enano que te asigne otra alcoba. Voy a hacer lo que antes te he revelado y, si fracaso o sufro algún percance, no deseo que te veas involucrado.

—Caramon, en ningún instante me he negado a ayudarte —repuso Tas.— ¡Me necesitas!