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»No esperaba esta contestación, te lo aseguro. «Imposible —comentó sonriente—. Es mi venida la que menciona la profecía, soy yo el Amo del Pasado y del Presente. Cuando esté dispuesto regresaré a mi propiedad».

»Pero el miedo se agrandaba en sus pupilas a medida que hablaba pues penetraba mi pensamiento, adivinaba mis designios. «No —confirmé sin necesidad de que expusiera en voz alta sus resquemores—, la profecía no se ha cumplido según tus esperanzas. Pretendías catapultarte del pasado al presente utilizando la fuerza vital que me arrebataste para conservar tu integridad, tan seguro de ti mismo, o tan poco precavido, que no pasó por tu mente la idea de que yo podía robarte tu fuerza espiritual. Tenías que mantenerme vivo, erudito, a fin de sorber mi savia y, con este propósito, me enseñaste el manejo del Orbe de los Dragones. Cuando yacía moribundo a los pies de Astinus inhalaste aire en mi maltrecho cuerpo, que tú habías sometido a suplicio, me llevaste a presencia de la Reina de la Oscuridad y le rogaste que me revelara la clave de los textos antiguos, esotéricos que de otro modo no habrías podido interpretar. Y, una vez concluido mi aprendizaje, te proponías adueñarte de mi ruinosa carcasa y reclamarla como tuya».

Raistlin se encaró con su hermano y éste retrocedió, espantado del odio, y la ira que bullían en sus pupilas, y que centelleaban con más vigor que las danzarinas llamas.

—A la vez que me preparaba para que fuera digno de albergar su alma —prosiguió tras un breve lapso de silencio—, intentaba aumentar mi fragilidad. ¡Pero luché contra él! Luché contra él —repitió más quedamente, pero con un énfasis singular en sus palabras—. Lo utilicé, me fui enseñoreando de su espíritu, recogiendo sus enseñanzas en mi propio beneficio al mismo tiempo que descubría la manera de sobreponerme al dolor. «Eres el Amo del Pasado —admití—, mas te falta la energía precisa para desplazarte al presente. Soy yo el Amo del Presente, y me dispongo a usurpar tu título».

Exhaló un suspiro, dejó la mano laxa y las chispas que lo iluminaban devolvieron a su tez, al apagarse, un tono mortecino.

—Le maté —murmuró—, pero tuve que librar una ardua batalla.

—¡Por los dioses! —vociferó Caramon—. Todos creíamos que, si habías viajado a esta época remota, era con la finalidad de instruirte a su lado.— Las frases salían entrecortadas de sus labios, la perplejidad demudaba su semblante.

—Y así fue aunque, tal como te he relatado, mis designios nada tenían que ver con el perfeccionamiento de mi arte —repuso el hechicero—. Pasé varios meses en su vecindad, bajo un irreconocible disfraz, y no exhibí mi auténtico carácter hasta el momento oportuno. Lo despojé de todo el poder que anidaba en su ser.

—Eso es imposible —negó el gladiador meneando la cabeza—. Partiste la misma noche que nosotros o, al menos, así lo afirmó el elfo oscuro.

—El tiempo es para ti, hermano, el discurrir del sol, desde el amanecer hasta el crepúsculo —declaró Raistlin excitado—. Sin embargo nosotros, los entes privilegiados que dominamos sus secretos, lo consideramos un periplo más allá de los astros. Los segundos se transforman en años, los minutos en milenios. Hace ya meses que recorro estas dependencias bajo la identidad de Fistandantilus. En las últimas semanas he visitado las Torres de la Alta Hechicería, las que todavía no han sido demolidas, y en sus cámaras me he consagrado a mis estudios. He estado con Lorac en el reino elfo, donde le mostré el complejo manejo del Orbe de los Dragones. Fue una dádiva letal para un ser tan débil, tan vano como él. Antes o después se convertirá en una trampa. He acompañado a Astinus en la Gran Biblioteca y, sobre todo, me he ilustrado en el inescrutable mundo de Fistandantilus, él es la mayor fuente de mi actual sapiencia. He recorrido otros lugares, he presenciado horrores y prodigios que no se hallan en el limitado alcance de tu comprensión, ni tampoco de la de Dalamar. El elfo oscuro es sólo un aprendiz, según sus cálculos no llevo ausente más que un día y una noche, al igual que tú.

Aquello era demasiado para Caramon quien, desesperado ante su propia ignorancia, trató de aferrarse a una fracción de realidad.

—¿Significa todo eso que ahora estarás bien? Me refiero al presente, a nuestro tiempo —aclaró, incapaz de argumentar como deseaba—. Tu tez ha cesado de ser dorada, se han desvanecido los relojes de arena de tus ojos. Tu aspecto es el de tus años de juventud, cuando fuimos a la Torre hace siete años. Al regresar, ¿conservarás tu apariencia?

—No, hermano —lo desengañó Raistlin con la paciencia de quien explica un concepto nuevo a un niño—. Suponía que Par-Salian te había puesto en antecedentes, pero veo que me equivocaba. O acaso no supiste entenderle. El tiempo, la Historia, es un río que nunca altera su curso. Lo único que he hecho es encaramarme a un margen y arrojarme al agua en otro punto de su fluir, sin evitar que me arrastre. He…

Se interrumpió de manera brusca para centrar su atención en la puerta. Hizo un rápido gesto con la mano y la hoja, hasta entonces encajada en el dintel, se abrió bruscamente. Tasslehoff Burrfoot, adosado a su otro lado, se precipitó en la sala y cayó de bruces.

—Hola —saludó el kender en actitud jovial, levantándose del suelo—. Iba a llamar, nunca me habría atrevido a espiaros. Además —agregó mientras se alisaba el jubón y prendía la mirada de Caramon—, he desentrañado por mí mismo los entresijos de este fenómeno. Si Fistandantilus era Raistlin, bien podía Raistlin asumir la identidad de Fistandantilus. —Hasta aquí su exposición era clara, mas al seguir hablando nació el embrollo—. Lo ocurrido es que Fistandantilus se metamorfosea en Raistlin y éste pasa a ser Fistandantilus, para luego volver a ser tu hermano. Así de simple.

El guerrero, que nadaba en un confuso torbellino, consultó a su gemelo. Éste, sin embargo, no respondió, demasiado ocupado en examinar a Tas con una expresión tan extraña, tan amenazadora, que el hombrecillo se amedrentó y dio un paso hacia el gladiador… sólo por si precisaba su ayuda, naturalmente.

De pronto, Raistlin ondeó su palma y trazó un signo destinado a atraer al kender. Tasslehoff no notó que sus piernas se movían, pero se nubló su vista unos segundos y, sin saber cómo, se halló sujeto por el cuello de la camisa a escasas pulgadas del hechicero.

—¿Por qué decidió enviarte Par-Salian también a ti? —preguntó en una voz monótona que hizo vibrar la piel de su prisionero, tal como Flint solía comentar.

—Pensó que Caramon necesitaría mi concurso —empezó a mentir el kender pero, al sentir que el nigromante hincaba su zarpa en el hombro que tenía atenazado, rectificó—. Verás, lo c-cierto —balbuceó— es que no entraba en sus planes incluirme en la aventura. Fue un accidente, al menos en lo que a él concierne. —Intentó girar la cabeza hacia Caramon y suplicarle que interviniera, aunque se lo impidió aquella garra fuerte, poderosa, que casi lo asfixiaba—. Si me dejaras respirar me resultaría más fácil referirte los hechos —tuvo agallas para exigir.

—Continúa —le ordenó Raistlin imperturbable, zarandeándole.

—Raistlin, detente —quiso interceder el guerrero, a la vez que se aproximaba al mago con ceñudo ademán.

—¡Cállate! —lo imprecó el aludido en un acceso de cólera, sin apartar sus incendiados ojos de su presa—. Y tú, prosigue.

—Encontré un anillo que alguien había desechado. Bueno, quizá no es este el término apropiado —se corrigió de nuevo, alarmado frente a aquellas pupilas escrutadoras que lo conminaban a decir la verdad dentro, por supuesto, de sus posibilidades—. Sería más exacto afirmar que entré en la habitación de alguien y la sortija cayó, por arte de magia, en una de mis bolsas. Debió de ser así, pues ignoro cómo fue a parar al fondo del saquillo. En cualquier caso, cuando el individuo de la Túnica Roja devolvió a Bupu a su ciudad comprendí que yo sería el próximo ¡y no podía abandonar a Caramon! Elevé una plegaria a Fizban, o sea, a Paladine, ajusté la joya a mi dedo y me transformé en ratón.