Hizo una pausa al pronunciar esta última frase, a la espera de provocar en su audiencia una reacción de asombro. Pero, insensible a su teatralidad, Raistlin comenzó a arder de impaciencia y retorció un poco más el cuello de su camisola, de tal suerte que Tas se apresuró a reanudar su historia, temeroso de que le faltase el resuello.
—Conseguí esconderme —explicó con voz chillona, similar a la que usara como roedor— en el laboratorio de Par-Salian y contemplé los portentos que allí se estaban obrando. Las rocas cantaban, surgió de la nada una pared plateada que rodeó a la yaciente Crysania, al aterrorizado Caramon, y tuve que tomar una determinación. ¡No había de permitir que mi amigo emprendiera el viaje en solitario! Así pues… —Se encogió de hombros y miró a su interlocutor, con una expresión de inocencia capaz de desarmar al más cruel adversario—. Así pues, aquí estoy.
Sin aflojar su garra, Raistlin lo devoró con los ojos como si se dispusiera a desollarlo y traspasar su alma.
Transcurridos unos instantes, al parecer satisfecho, el mago soltó a su víctima y se volvió hacia el fuego, absorto en sus cavilaciones.
—¿Qué significa un evento tan irregular? —murmuró—. Un kender transportado en el tiempo, algo que prohiben las leyes más sagradas del arte arcano. ¿No será que, contra lo que creemos, puede cambiarse el curso de la Historia? ¿Es verdadero su relato, o es ésta su manera de desbaratar mis proyectos?
—¿Qué dices? —indagó Tas, interesado, desde la alfombra, donde intentaba normalizar el funcionamiento de sus pulmones—. ¿Cambiar la Historia una criatura como yo? ¿Insinúas que…?
Le interrumpió la actitud del nigromante, que había girado la cabeza en su dirección. Tanta era la agresividad que destilaba, que el kender cerró la boca y retrocedió hasta donde se hallaba el guerrero.
—Me he sorprendido mucho al tropezarme con tu hermano, ¿y tú? —inquirió a su compañero, ignorando el espasmo de dolor que surcaba su semblante—. Raistlin también se ha quedado atónito al descubrir mi presencia, ¿te has fijado? Resulta extraño, porque cuando visitó el mercado de esclavos bien debió percatarse de que estábamos juntos.
—¿El mercado de esclavos? —Repitió Caramon. Tras tantas disquisiciones abstrusas sobre ríos e Historia, al fin oía algo revelador—. Raistlin, acaba de asaltarme una duda. Si, como aseveras, llegaste a Istar meses antes que nosotros, gracias a esa facultad tuya de magnificar el tiempo, podrías haber sido tú quien convenciste a los clérigos del Templo de que nosotros atacamos a Crysania. ¡Y también nuestro comprador, el misterioso personaje que dictaminó mi presencia en los Juegos!
Raistlin se agitó, irritado ante esta brusca interrupción de sus pensamientos. Pero el hombretón insistió.
—¿Por qué? —le reprochó, seguro de haber acertado—. ¿Por qué me hiciste encerrar en ese lugar?
—¡En nombre de los dioses Caramon! —replicó el hechicero exasperado, resuelto a encararse con su gemelo—. ¿De qué ibas a servirme en el estado en que te hallabas al venir? Necesito un guerrero fuerte, no un borrachín obeso, para mi próxima misión.
—¿Y ordenaste la muerte del bárbaro? —El musculoso humano sintió el aguijón de la ira—. ¿Fuiste tú quien, a través mío, lanzaste una advertencia a ese Quarath?
—No seas absurdo, hermano —lo reconvino Raistlin—. ¿Qué pueden importarme a mí las mezquinas intrigas de la corte, sus insulsas patrañas? Si quisiera deshacerme de un enemigo, la vida escaparía de sus visceras en cuestión de segundos. Quarath se vanagloria de merecer mi interés, para él es un honor.
—Pero el enano…
—El enano sólo oye el tintineo del dinero al caer en su palma. De todos modos, puedes imaginar lo que gustes. No es asunto que me inquiete.
Caramon guardó silencio, sumido en la reflexión. Tas, por su parte, abrió la boca —había centenares de preguntas que deseaba formular al mago—, pero el gladiador le dirigió una mirada fulgurante y volvió a cerrarla.
Tras revisar mentalmente las manifestaciones de su hermano, el hombretón rompió su mutismo a fin de indagar:
—¿De qué misión hablabas hace unos momentos?
—Por ahora prefiero guardar el secreto —contestó el hechicero—. Lo sabrás a su debido tiempo, si me permites expresarlo así. Aunque mi trabajo progresa aún no ha concluido, hay alguien además de ti a quien tengo que moldear hasta que se avenga a mis designios.
—Crysania —adivinó Caramon—. Todo está relacionado con tu plan de desafiar a la Reina de la Oscuridad, ¿no es cierto? Si no me equivoco, necesitas a una sacerdotisa…
—Estoy fatigado —lo atajó Raistlin. Con un gesto apagó la fogata de la chimenea, con una queda voz de mando disolvió la luz del Bastón de Mago. Una penumbra gélida, desoladora, descendió sobre el trío, ya que también Solinari se había ocultado tras los edificios de Istar. El nigromante atravesó la estancia entre el susurrante murmullo de su túnica, y suplicó—: Deja que me abandone al sueño. Partid sin demora, no conviene que los espías de Quarath averigüen vuestra irrupción en el Templo. Es un enemigo peligroso; procura que no te maten sus esbirros ya que, si eso sucediera, tendría que adiestrar a otro guardián personal y no hay nada que me moleste más. Adiós, hermano. Debes estar preparado, no tardaré en llamarte. Y recuerda la fecha.
El guerrero despegó los labios, mas topó con una puerta. Tas y él se hallaban en el, ahora, tenebroso corredor. Una vez más, la magia se había hecho presente.
—¡Es increíble! —dijo el kender maravillado—. Ni siquiera he percibido un movimiento al trasladarme. Estábamos en el aposento y, en un santiamén, nos encontramos fuera de él. Un ligero ademán ha bastado para desplazarnos, ¡debe resultar estupendo ser mago! —comentó anhelante, fijos los ojos en la puerta cerrada—. Envidio esa facultad de transgredir las leyes del espacio y del tiempo.
—Vámonos —propuso su compañero abruptamente, a la vez que echaba a andar por el pasillo.
—Caramon, ¿has comprendido la última recomendación de tu hermano? —inquirió Tas, que había emprendido un rápido trotecillo a fin de alcanzarlo—. «Recuerda la fecha». ¿Se acerca algún día señalado? ¿Espera quizá que le hagas un obsequio?
—No seas necio —lo reprendió el hombretón.
—No lo soy —se ofendió el kender—. Después de todo, no tardarán en llegar las Fiestas de Invierno y, en esos días, es costumbre intercambiar presentes. Supongo que en Istar las celebran, igual que en nuestra época. ¿No opinas tú lo mismo?
Caramon se detuvo, de pronto, sin previo aviso.
—¿Qué sucede? —Tas se espantó al detectar el horror que desfiguraba el rostro de su amigo y, en una reacción instintiva, escudriñó el pasillo con la mano posada en la empuñadura de su arma, un cuchillo que portaba en su cinto—. ¿Qué has visto? Yo no…
—¡La fecha! —vociferó el gladiador sin hacer caso a sus resquemores—. ¡La fecha, Tas! ¡Las Fiestas de Invierno en Istar! —Dando media vuelta, sujetó por el brazo al sobresaltado kender—. ¿En qué año estamos?
—Deja que piense —contestó él desconcertado—. Alguien mencionó que pronto concluiría el año 962.
Emitió el hombretón un gemido y sus manos cayeron, pesadas como el plomo, junto a sus costados.
—¿Qué pasa? —insistió Tasslehoff.
—¿Dónde está tu agudeza? —lo espetó Caramon y, cabizbajo, desazonado, siguió caminando a ciegas por la oscuridad—. ¿Qué quieren que haga yo? ¿Qué pretenden? —farfulló.
El kender avanzaba despacio, meditabundo.
—Recapitulemos. Estamos en el apogeo del invierno del año 962 i.a. ¡Qué ridiculas resultan estas cifras elevadas para medir el tiempo! Invierno del 962, se me antoja familiar. ¡Ya lo tengo! —exclamó triunfante—. Fue la última gran fiesta que se celebró antes de… de… —No pudo terminar, quedó sin aliento.
—Antes del Cataclismo —confirmó el guerrero.