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– Ya hemos estado aquí otras veces -dijo la niña.

Se abrió la puerta a espaldas de Steve. Elizabeth alzó la mirada y saludó:

– ¡Hola, doctora Ferrami!

Al volver la cabeza, Steve vio a la jugadora de tenis.

Ocultaba su cuerpo musculoso bajo una bata blanca de laboratorio que le llegaba a las rodillas, pero entró en la habitación caminando como una atleta. Aún conservaba el aire de intensa concentración que tanto le había impresionado en la pista de tenis. Steve se la quedó mirando, sin apenas dar crédito a su buena suerte.

La mujer correspondió al saludo de las niñas y se presentó a los demás. Cuando estrechó la mano de Steve repitió el apretón.

– ¡Así que eres Steve Logan! -articuló.

– Jugaste un partido esplendido -alabó él.

– Pero perdí.

La doctora Ferrami se sentó. Su espesa cabellera oscura le caía suelta sobre los hombros y Steve observó, a la implacable luz del laboratorio, que tenía un par de hebras grises. En vez del aro de plata, ahora llevaba en la nariz una lisa bolita de oro. Se había maquillado y los afeites se encargaban de que sus ojos oscuros resultasen todavía más fascinantes.

Agradeció a todos el que pusieran su tiempo al servicio de la investigación científica y les preguntó si las pizzas eran sabrosas. Al cabo de unos minutos de intercambiar lugares comunes envió a las niñas y a los vaqueros a los departamentos donde se iniciarían las pruebas de la tarde.

Tomó asiento cerca de Steve, el cual tuvo la impresión, sin saber por qué, de que la doctora se sentía un poco violenta. Era casi como si se dispusiera a darle una mala noticia.

– A estas alturas, te estarás preguntando a que viene todo esto -dijo la mujer.

– Supongo que me seleccionaron porque en el colegio me las arreglé bastante bien.

– No -respondió ella-. Es cierto que en el instituto alcanzaste puntuaciones altas en todas las pruebas de inteligencia. En realidad tus resultados en la escuela están por debajo de tus aptitudes. Tu cociente intelectual es desproporcionado. Lo más probable es que figurases entre los primeros de la clase sin tener que esforzarte en lo más mínimo, ¿me equivoco?

– No. ¿Y no estoy aquí por eso?

– No. El proyecto que desarrollamos consiste en averiguar hasta qué punto la herencia genética predetermina la formación del carácter de una persona. -Su incomodidad anterior se desvaneció al animarse con su tema-. ¿Es el ADN lo que decide si somos inteligentes, agresivos, románticos o atléticos? ¿O es nuestra educación? Si ambos ejercen su particular ascendiente, ¿en qué modo se influyen el uno al otro?

– Una polémica antigua -dijo Steve. En la facultad había seguido un curso de filosofía y aquel debate le hechizaba-. ¿Soy como soy porque nací como nací? ¿O soy producto de la educación recibida y el medio ambiente en que me crié? -Recordó el lema que resumía la controversia-: ¿Naturaleza o educación?

La doctora asintió con la cabeza y su larga cabellera onduló gravemente como el oleaje de un océano.

– Pero nosotros tratamos de resolver la cuestión de un modo estrictamente científico -dijo-. Verás, los gemelos univitelinos tienen los mismos genes… exactamente los mismos. Los gemelos fraternos no, pero normalmente se han criado en el mismo medio. Estudiamos ambas clases y los comparamos con los gemelos que se han educado por separado, estimando sus similitudes.

Steve se preguntaba en que podía afectarle aquello. También se preguntaba cuantos años tendría Jeannie. El día anterior, al verla en la pista de tenis con el pelo recogido y oculto bajo la gorra, dio por supuesto que sería de su misma edad; ahora le calculaba una edad próxima a la treintena. Eso no cambiaba sus sentimientos hacia ella, pero era la primera vez que se sentía atraído por alguien tan mayor.

– Si el entorno era lo más importante, los gemelos que se criaran juntos serían más parecidos, y los que se educaran separados serían completamente distintos, al margen de si se trataba de gemelos monovitelinos o fraternos. La verdad es que nos hemos encontrado con lo contrario. Los gemelos idénticos se parecen, los haya criado quien los haya criado. Realmente, los gemelos idénticos educados por separado son más semejantes que los fraternos que se criaron juntos.

– ¿Benny y Arnold representan el primer caso?

– Exacto. Ya has visto lo igualitos que son, a pesar de que se criaron en hogares distintos. Eso es típico. Este departamento ha estudiado más de un centenar de parejas de gemelos univitelinos que se educaron por separado. De esas doscientas personas, dos eran poetas con obra publicada, una pareja de gemelos. Otras dos se dedicaban profesionalmente a tareas relacionadas con animales domésticos (una era adiestradora y la otra criadora de perros), igualmente una pareja de gemelos. Hemos tenido dos músicos (un profesor de piano y un guitarrista), también pareja de gemelos. Pero estos son los ejemplos más gráficos. Como has visto esta mañana, efectuamos mediciones científicas de personalidad, cocientes intelectuales y diversas dimensiones físicas, las cuales muestran a menudo las mismas pautas: los gemelos idénticos son extraordinariamente similares, al margen de su crianza.

– Mientras que Sue y Elizabeth parecen muy distintas.

– Exacto. Sin embargo, tienen los mismos padres, el mismo hogar, van al mismo colegio, han tenido la misma dieta alimenticia toda la vida, y así sucesivamente. Supongo que Sue ha guardado silencio durante todo el almuerzo, en tanto Elizabeth te ha contado la historia de su vida.

– En realidad, lo que ha hecho ha sido explicarme la palabra «monocigótico».

La doctora Ferrami se echó a reír, con lo que mostró una dentadura perfectamente blanca y el centelleo rosado de la punta de la lengua. Steve se sintió exageradamente complacido por haber provocado su alegría.

– Pero todavía no me has aclarado que pinto yo en esto -dijo.

La mujer volvió a dar la impresión de sentirse violenta.

– Es un poco difícil -confesó-. Esto no había sucedido antes.

Steve lo comprendió de pronto. Saltaba a la vista, pero era tan sorprendente que hasta entonces no se le había ocurrido.

– ¿Creen que tengo un gemelo cuya existencia ignoro? -preguntó, incrédulo.

– No se me ha ocurrido ningún modo de explicártelo de forma gradual -reconoció Jeannie, evidentemente mortificada-. Sí, eso creemos.

– Formidable.

Steve se sentía aturdido: era duro de asumir.

– Lo lamento de verdad.

– No tienes por qué disculparte, supongo.

– Pero ahí está. Normalmente, las personas saben que son gemelos antes de venir a vernos. Sin embargo, he iniciado una nueva forma de reclutar sujetos para este estudio y tú eres el primero. A decir verdad, el hecho de que no sepas que tienes un hermano gemelo constituye una tremenda reivindicación de mi sistema. Pero no había previsto el detalle de lo difícil que es dar a alguien una noticia tan sorprendente.

– Siempre deseé tener un hermano -dijo Steve. Era hijo único, nacido cuando sus padres tenían treinta y ocho o treinta y nueve años-. ¿Es un hermano varón?

– Sí. Sois idénticos.

– Un hermano gemelo idéntico -articuló Steve-. ¿Pero cómo ha podido suceder sin que yo lo supiera?

Jeannie parecía desazonada.

– Un momento, a ver si lo adivino -murmuró Steve-. Puede que me adoptaran.

La doctora asintió.

En el cerebro de Steve surgió una idea aún más inesperada: tal vez papá y mamá no fueran sus padres.

– O puede que el adoptado fuese mi hermano gemelo.

– Sí.

– O que lo fuésemos los dos, como Benny y Arnold.

– O los dos -repitió la mujer en tono solemne. Tenía fija en Steve la intensa mirada de sus ojos oscuros.

Pese a la confusión que reinaba en su cabeza, Steve no podía por menos que recrearse en la idea de lo adorable que era la muchacha. Deseaba que le estuviese mirando así toda la vida.

– Según mi experiencia -dijo Jeannie-, incluso aunque un sujeto ignore que es miembro de una pareja de gemelos, lo normal es que sepa que lo adoptaron. Con todo, yo debería suponer que podíais ser diferentes.

– Me cuesta trabajo creerlo -silabeó Steve en tono dolorido-. No puedo creer que mis padres me hayan ocultado la adopción, que la hayan mantenido en secreto para mí. No es su estilo.

– Háblame de tus padres.

Steve se daba cuenta de que le inducía a hablar para ayudarle a superar el choque, pero eso estaba bien. Hizo acopio de sus pensamientos. -Mamá es una persona excepcional. Seguro que la conoces, aunque sólo sea de oídas, se llama Lorraine Logan.

– ¿La del consultorio sentimental?

– La misma. Cuatrocientos periódicos publican su columna y es autora de seis best-sellers sobre salud femenina. Es rica y famosa, y se lo merece.

– ¿Por qué lo dices?

– Realmente se preocupa por las personas que le escriben. Contesta a miles de cartas. Ya sabes, las personas que escriben desean básicamente que mi madre agite su varita mágica… que consiga que se disipen los embarazos no deseados, que los hijos abandonen la droga, que los hombres insultantes y brutales se transformen en maridos amables y bondadosos. Ella siempre les proporciona la información que necesitan y les aconseja sobre la decisión que deben adoptar, confiar en sus sentimientos y no permitir que nadie abuse de ellas. Es una buena filosofía.

– ¿Y tu padre?

– Papá es más bien corriente y moliente, supongo. Está en el ejército, trabaja en el Pentágono, es coronel. Relaciones públicas, redacta discursos para generales, esa clase de cosas.

– ¿Fanático de la disciplina?

Steve sonrió.

– Tiene un sentido del deber altamente desarrollado. Pero no es un hombre violento. Presenció algo de acción en Asia, antes de que yo viniera al mundo, pero nunca la puso en práctica en casa.