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– Extraordinario -comentó Berrington-. Sencillo, pero original e ingenioso.

Lo decía con toda sinceridad. Los gemelos idénticos educados por separado eran muy importantes para la investigación genética, y los científicos recorrían grandes distancias para reclutarlos. Hasta entonces, el principal sistema para dar con ellos había sido a través de los medios de comunicación: los sujetos leían en las revistas artículos sobre el estudio de gemelos y se presentaban voluntariamente para tomar parte en tales estudios. Como Jeannie acababa de decir, ese proceso aportaba una muestra constituida de forma predominante por individuos respetables, de clase media, lo que en términos generales representaba una desventaja y un problema grave para el estudio de la criminalidad.

Pero, para Berrington, personalmente, era una catástrofe. Miró a Jeannie a los ojos y se esforzó en disimular la consternación que le abrumaba. Era peor de lo que temía. La noche anterior, sin ir más lejos, Preston Barck había dicho: «Todos sabemos que esta empresa tiene secretos». Jim Proust respondió que nadie podía descubrirlos.

No contaba con Jeannie Ferrami.

Berrington se agarró a un clavo ardiendo.

– Encontrar partidas similares en un banco de datos no es tan fácil como parece.

– Cierto. Las imágenes de Graphic ocupan espacios de una barbaridad de megabites. Examinar tales registros es infinitamente más difícil que hacer una revisión de tu tesis doctoral.

– Creo que es todo un problema de diseño de lógica. ¿qué hiciste tú, pues?

– Preparé mi propio programa.

Berrington mostró su sorpresa.

– ¿Hiciste eso?

– Claro. Hice un master de informática en la universidad de Princeton, como sabes. Durante mi estancia en Minnesota trabajé con mi profesor en programas de red neurálgica tipo para reconocimiento de patrones.

«¿Es posible que sea tan lista?»

– ¿Cómo funciona eso?

– Emplea lógica difusa para acelerar el emparejamiento de patrones. Las parejas que buscamos tienen similitudes, pero no son totalmente iguales. Ejemplo: las radiografías de dentaduras idénticas, tomadas por técnicos distintos y con aparatos diferentes, no coinciden exactamente. Pero el ojo humano puede verlas como si fuera así, y cuando se examinan, digitalizan y almacenan electrónicamente, un ordenador equipado con lógica difusa puede reconocerlas como equivalentes.

– Supongo que necesitarías un ordenador de las proporciones del Empire State Building.

– Ideé un sistema para abreviar el proceso de emparejamiento de patrones examinando una pequeña parte de la imagen digitalizada. Piensa una cosa: para reconocer a un amigo no te hace falta examinar todo su cuerpo…, con la cara tienes bastante. Los entusiastas de los automóviles son capaces de identificar la mayoría de los modelos corrientes con sólo ver la fotografía de uno de sus faros. Mi hermana puede darte el título de cualquier disco de Madonna con sólo escucharlo diez segundos.

– Eso deja la puerta abierta al error.

Jeannie se encogió de hombros.

– Al no explorar la imagen completa, uno se arriesga a pasar por alto algunas parejas, sí. Pero supuse que se podía acortar radicalmente el proceso de búsqueda con sólo un pequeño margen de error. Es una cuestión de estadística y probabilidades.

Todos los psicólogos estudiaban las estadísticas, naturalmente.

– Pero ¿cómo es posible que el mismo programa sirva para explorar radiografías, electrocardiogramas y huellas dactilares?

– Reconoce patrones electrónicos. Prescinde de lo que representan.

– ¿Y tu programa funciona?

– Parece que sí. Obtuve el correspondiente permiso para probarlo en la base de datos de los archivos de una importante compañía de seguros médicos. Me proporcionó varios centenares de parejas. Pero, naturalmente, sólo me interesan los gemelos a los que se educó por separado.

– ¿Cómo hiciste la selección?

– Eliminé todas las parejas con el mismo apellido, así como a todas las mujeres casadas, puesto que la mayoría de ellas habían tomado el apellido del esposo. El resto son gemelos sin ningún motivo aparente para tener apellido distinto.

Ingenioso, pensó Berrington. Se debatía entre la admiración hacia Jeannie y el miedo a lo que pudiese averiguar.

– ¿Cuántos quedaron?

– Tres parejas… lo que resulta un tanto decepcionante. Esperaba algunas más. En un caso, uno de los gemelos había cambiado su apellido por razones religiosas: al hacerse musulmán adoptó un nombre árabe. Otra pareja había desaparecido sin dejar rastro. Por suerte, la tercera pareja corresponde exactamente al modelo que estaba buscando: Steve Logan es un ciudadano respetuoso de la ley y Dennis Pinker es un asesino.

Berrington lo sabía. Una noche, a hora avanzada, Dennis Pinker había cortado el suministro eléctrico de un cine, en plena proyección de la película Viernes, 13. En medio del pánico subsiguiente procedió a magrear a varias mujeres. Una muchacha trató al parecer de resistirse y la mató.

Así que Jeannie había encontrado a Dennis. ¡Jesús!, pensó Berrington, es peligrosa. Podría estropearlo todo: la operación de venta, la carrera política de Jim, la Genético, incluso el prestigio académico de Berrington. El miedo le puso furioso: ¿cómo era posible que su propia protegida amenazase el fruto de tantos esfuerzos, el objetivo por el que tanto había trabajado? Pero ¿cómo iba a saber lo que sucedería? No tuvo forma de adivinarlo.

La circunstancia de que ella estuviese allí, en la Jones Falls, era una suerte, ya que le permitió enterarse a tiempo de lo que Jeannie llevaba entre manos. Sin embargo, Berrington no veía ninguna salida. Claro que un incendio podía destruir los archivos de Jeannie o la propia Jeannie podía sufrir un accidente de automóvil que acabara con su vida. Pero eso era fantasía.

¿Sería posible socavar la fe de la muchacha en su programa informático?

– ¿Sabía Logan que era hijo adoptivo? -preguntó con velada malignidad.

– No. -Una arruga de preocupación surcó la frente de Jeannie-. Sabemos que las familias suelen mentir respecto a la adopción, es algo que hacen con frecuencia, pero él cree que su madre le hubiera dicho la verdad. Sin embargo, puede haber otra explicación. Supongamos que, por algún motivo, no les fuera posible efectuar la adopción por los canales corrientes y tuvieron que comprar un niño. En tal caso muy bien podían haber mentido.

– O supongamos que tu sistema tiene fallos -sugirió Berrington-. Por sí mismo, el hecho de que dos muchachos posean dentaduras idénticas no garantiza que sean gemelos.

– No creo que mi sistema falle -replicó Jeannie como el rayo-. Pero me preocupa eso de tener que decir a docenas de personas que es posible que sean hijos adoptivos. Ni siquiera estoy segura de tener derecho a invadir su vida de esa forma. Empiezo a darme cuenta de la magnitud del problema.

Berrington consultó su reloj.

– Se me ha echado el tiempo encima, pero me encantará tratar este asunto un poco más extensamente. ¿Tienes compromiso para cenar?

– ¿Esta noche?

– Sí.

Berrington observó que titubeaba. Ya habían cenado juntos una vez, en el Congreso Internacional de Estudios sobre Gemelos, donde se conocieron. Después de que Jeannie ingresara en la UJF, también tomaron copas una vez en el bar del Club de la Facultad, en el propio campus. Una tarde se encontraron casualmente en la calle comercial de Charles Village y Berrington le enseñó el Museo de Arte de Baltimore. Jeannie no estaba enamorada de él, ni mucho menos, pero en las tres ocasiones aludidas tuvo ocasión de comprobar que le encantaba su compañía. Además, era su mentor: a ella le resultaba difícil declinar la invitación.

– Bueno -accedió.

– ¿Qué te parece Hamptons, en el Hotel Harbor Court? Lo tengo por el mejor restaurante de Baltimore.

Al menos era el más ostentoso.

– Estupendo -dijo Jeannie, al tiempo que se ponía en pie.

– ¿Paso a recogerte a las ocho?

– De acuerdo.

Cuando se alejaba de él, a Berrington le perturbó una repentina visión de la espalda de la muchacha, tersa y musculosa, de sus nalgas y de sus largas, larguísimas piernas. Durante unos segundos, el deseo le dejó la garganta seca. Luego, la puerta se cerró tras Jeannie.

Berrington sacudió la cabeza para librar su cerebro de aquella fantasía lasciva y volvió a telefonear a Preston.

– Es peor de lo que pensaba -manifestó sin preámbulos-. Ha creado un programa que explora las bases de datos clínicos y localiza parejas equiparables. En su primer intento dio con Steven y Dennis.

– ¡Mierda!

– Tenemos que decírselo a Jim.

– Hemos de reunirnos los tres y decidir qué vamos a hacer. ¿Te parece bien esta noche?

– Esta noche llevo a Jeannie a cenar.

– ¿Crees que eso solucionará el problema?

– No puede agravarlo.

– Me sigue pareciendo que al final vamos a tener que anular el acuerdo con la Landsmann.

– No estoy de acuerdo -dijo Berrington-. Jeannie es inteligente, pero una muchacha sola no va a descubrir toda la historia en una semana.

Sin embargo, una vez hubo colgado, se preguntó si debía estar tan seguro de ello.

8

Los estudiantes del Aula de Biología Humana estaban intranquilos. Su concentración dejaba mucho que desear y no paraban de agitarse nerviosos. Jeannie conocía el motivo. También ella estaba un poco alterada. La culpa la tenían el incendio y la violación. Su cómodo mundo académico se había desestabilizado de pronto. La atención de todos vagaba sin rumbo mientras los cerebros volvían una y otra vez hacia lo sucedido.