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– ¡Ay! -Y la soltó.

Jeannie se lanzo pies para que os quiero.

– ¡Eh! ¡So zorra! ¡Alto!

Emprendieron la persecución.

No contaban con la más remota posibilidad. Jeannie era veinticinco años más joven que ellos y estaba tan preparada como un caballo de carreras. A medida que sacaba ventaja a los dos hombres se alejaba de ellos, el miedo iba abandonándola. Corrió como el viento, sin dejar de reírse. La persiguieron durante unos metros luego abandonaron la empresa. Jeannie volvió la cabeza y los vio doblados sobre sí mismos, jadeantes.

Siguió corriendo hasta el aparcamiento.

Su padre la esperaba junto al coche. Jeannie abrió el vehículo y subieron. Atravesó el aparcamiento con los faros apagados.

– Lo siento, Jeannie -se lamentó el padre-. Pensé que aunque fuese incapaz de hacerlo por mí, quizá podría hacerlo por ti. Pero es inútil. Lo he perdido. No volveré a robar nunca más.

– ¡Esa es una noticia estupenda! -dijo Jeannie-. ¡Y he conseguido lo que quería!

– Quisiera haber sido mejor padre para ti. Me parece que ya es demasiado tarde para empezar a serlo.

Jeannie condujo a través del campus y, al desembocar en la calle, encendió los faros.

– No es demasiado tarde, papá. Realmente no lo es.

– Tal vez. Lo intente por ti, de todas formas lo intenté, ¿verdad?

– ¡Lo intentaste y lo conseguiste! Me facilitaste la entrada. Yo sola no lo hubiera podido hacer.

– Sí, supongo que tienes razón.

Jeannie volvió a casa velozmente. Se moría de ganas de comprobar el número de teléfono de la lista impresa. Si lo habían cambiado, tendría un problema. Deseaba oír la voz de Wayne Stattner.

En cuanto entró en su apartamento fue derecha al teléfono y marcó el número.

Respondió una voz masculina:

– ¿Diga?

Una simple palabra no le permitió llegar a ninguna conclusión.

– ¿Podría hablar con Wayne Stattner, por favor? -preguntó.

– Desde luego, Wayne al aparato, ¿quién le llama?

Sonaba exactamente igual que la voz de Steve. Cabrón de mierda, ¿por qué me rasgaste los pantis? Contuvo su resentimiento y dijo:

– Señor Stattner, pertenezco a una empresa de investigación de mercado que le ha elegido a usted como beneficiario de una oferta muy especial que…

– ¡Váyase a la mierda y muérase! -soltó Wayne, y colgó.

– Es él -dijo Jeannie a su padre-. Incluso tiene el mismo timbre de voz que Steve, sólo que Steve es mucho más educado.

En pocas palabras explicó a su padre toda la historia. El hombre la cogió a grandes rasgos y le pareció algo así como sorprendente.

– ¿Qué vas a hacer ahora?

– Llamar a la policía.

Marcó el número de la Unidad de Delitos Sexuales y preguntó por la sargento Delaware.

Su padre sacudió la cabeza estupefacto.

– Me va a costar Dios y ayuda acostumbrarme a la idea de colaborar con la policía. Te garantizo que confío en que esa sargento sea distinta a todos los detectives con los que me he tropezado.

– Creo que probablemente lo es…

No esperaba encontrar a Mish en su despacho: eran las nueve de la noche. Su intención consistía en dejarle un recado para que se lo transmitieran. Por suerte, sin embargo, Mish se encontraba aún en el edificio.

– Estaba poniendo al día mi papeleo burocrático -explicó-. ¿Qué sucede?

– Steve Logan y Dennis Pinker no son gemelos.

– Pero creí…

– Son trillizos.

Hubo una larga pausa. Cuando Mish volvió a hablar, su tono era cauteloso.

– ¿Cómo lo sabes?

– ¿Recuerdas que te conté cómo di con Steve y Dennis… a través de la revisión de una base de datos, buscando parejas con historia les semejantes?

– Sí.

– Esta semana repasé el archivo de huellas dactilares del FBI en busca de huellas que fueran similares. En el programa me han salido Steve, Dennis y un tercer individuo en un grupo.

– ¿Tienen huellas dactilares idénticas?

– Idénticas con exactitud, no. Similares. Pero acabo de llamar al tercer sujeto. Su voz era igual que la de Steve. Estoy dispuesta a apostarme el cuello a que se parecen como dos gotas de agua. Debes creerme, Mish.

– ¿Tienes una dirección?

– Si. De Nueva York.

– Dámela.

– Con una condición.

La voz de Mish se endureció.

– Estás hablando con la policía, Jeannie. Nada de imponer condiciones, te limitas a responder a nuestras malditas preguntas y a otra cosa. Ahora, dame esa dirección.

– Tengo que darme una satisfacción. Quiero verle.

– Lo que quieres es ir a la cárcel, esa es la cuestión en lo que a ti concierne en estos momentos, porque si no quieres verte entre rejas, dame esas señas.

– Quiero que vayamos a verle las dos juntas. Mañana.

Otra pausa.

– Debería meterte en el talego por proteger a un delincuente.

– Podríamos coger el primer avión que salga para Nueva York mañana por la mañana.

– Vale.

SÁBADO

43

Cogieron el vuelo USAir a Nueva York a las 6.40 de la mañana.

Jeannie se sentía pletórica de esperanza. Aquello podía representar para Steve el fin de la pesadilla. La noche anterior le había telefoneado para ponerle al corriente de los acontecimientos y el muchacho se mostró enajenado. Quiso ir a Nueva York con ellas, pero Jeannie sabía que Mish no iba a permitirlo. Prometió llamarle en cuanto tuviese más noticias.

Mish mantenía una especie de escepticismo tolerante. Le resultaba muy difícil creer la historia de Jeannie, pero tenía que comprobarla.

Los datos de Jeannie no revelaban el motivo por el cual las huellas dactilares de Wayne Stattner estaban en el archivo del FBI, pero Mish lo había verificado durante la noche y le contó a Jeannie la historia cuando despegaron del Aeropuerto Internacional Baltimore-Washington. Cuatro años antes, los preocupados padres de una niña de catorce años que había desaparecido siguieron la pista de su hija hasta el apartamento de Stattner en Nueva York. Le acusaron de secuestro. Él lo negó, alegando que no había obligado a la niña a ir con él. La propia chica dijo que estaba enamorada de Stattner. Wayne sólo tenía entonces diecinueve años, así que no hubo procesamiento.

El caso sugería que Stattner necesitaba dominar mujeres, pero para Jeannie no encajaba de modo absoluto en la psicología de un violador. Sin embargo, Mish dijo que no existían normas estrictas.

Jeannie no le había hablado a Mish del sujeto que la agredió en Filadelfia. Sabía que Mish no iba a aceptar su palabra de que aquel hombre no era Steve. Mish hubiera querido interrogar personalmente a Steve, y eso era lo último que al muchacho le hacía falta. En consecuencia, Jeannie también se abstuvo de mencionar al hombre que le telefoneó el día anterior para amenazarla de muerte. No se lo había contado a nadie, ni siquiera a Steve; no deseaba proporcionarle más preocupaciones.

Jeannie quería caerle bien a Mish, pero entre ellas siempre había una barrera de tensión. Como miembro de la policía, Mish esperaba que todo el mundo hiciera lo que se le ordenase, y eso era algo que Jeannie detestaba en una persona. En un intento de acercarse a ella, Jeannie le preguntó cómo le dio por ingresar en la policía.

– Solía trabajar de secretaria y encontré empleo en el FBI -respondió Mish-. Estuve allí diez años. Empecé a darme cuenta de que podía hacer el trabajo mejor que el agente a cuyas órdenes estaba. De modo que presente mi solicitud para recibir formación de policía. Ingresé en la academia, me hice agente de uniforme y luego me presenté voluntaria para misiones secretas en la brigada antidroga. Aquello era escalofriante, pero demostré que tenía valor y resistencia.

Durante un momento, Jeannie se sintió algo distante de su compañera. Jeannie solía fumar un poco de hierba de vez en cuando y le fastidiaban las personas que querían encarcelar a la gente por ello.

– Después me trasladé a la Unidad de Abusos contra la Infancia -continuó Mish-. No duré mucho allí. Nadie dura mucho allí. Es un trabajo importante, pero una no puede aguantar mucho esa clase de cosas. Acabaría loca. Así que al final vine a parar a Delitos Sexuales.

– No parece una mejora sustancial.

– Por lo menos, las víctimas son adultas. Y al cabo de un par de años me ascendieron a sargento y me pusieron al cargo de la unidad.

– Opino que todos los detectives que se encargaran de casos de violación deberían ser mujeres -dijo Jeannie.

– No estoy muy segura de compartir tu idea.

Palabras que sorprendieron a Jeannie.

– ¿No crees que las víctimas se explayarían más hablando con mujeres?

– Las víctimas de más edad, puede; las que hayan pasado de los setenta, pongamos.

Jeannie se estremeció ante la idea de que violasen a frágiles ancianas.

– Pero, francamente -continuo Mish-, la mayor parte de las víctimas contarían su experiencia a una farola.

– Los hombres siempre piensan que ellas se lo buscan.

– Pero la denuncia de una violación ha de ponerse en duda en algún punto, si ha de haber un juicio imparcial. Y cuando se llega a esa clase de interrogatorio, las mujeres son capaces de comportarse con más brutalidad que los hombres, especialmente con otras mujeres.

A Jeannie le resultaba eso difícil de creer y se preguntó si no estaría Mish defendiendo a sus colegas masculinos ante una intrusa.

Cuando se quedaron sin temas de conversación, Jeannie se sumió en una especie de ensimismamiento. Se preguntaba que le reservaría el futuro. No le cabía en la cabeza la idea de que tal vez no pudiese continuar desarrollando labores científicas durante el resto de su vida. En su sueño del futuro se veía como una anciana famosa, con pelo gris y genio de cascarrabias, pero conocida en todo el mundo. Y a los estudiantes se les decía: «No se comprendió la conducta criminal humana hasta la publicación, en el año 2000, del revolucionario libro de la doctora Ferrami». Ahora, sin embargo, eso no iba a suceder. Y ella necesitaba una nueva fantasía.