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Se sentó en la silla de madera de perfecto estilo Nueva Inglaterra que hasta unos segundos antes había ocupado Logan.

Christopher se apartó del escritorio y adoptó un tono de complicidad, buscando un efecto persuasivo.

– Logan hará lo que yo diga. Puedo darte el apoyo necesario; no tienes más que pedirlo. Y tendrás a tu disposición todos los medios de investigación posibles. Oficialmente no se dirá nada, pero la investigación la llevarás tú, a todos los efectos. Si quieres, Burroni estará a tus órdenes en lo que concierna a la parte oficial.

– No creo que se muestre muy entusiasta.

– Me he enterado de que en estos momentos tiene un problema con el Departamento de Asuntos Internos. Ya verás como se entusiasma cuando lo resolvamos y le pongamos ante los ojos un significativo avance en su carrera.

Jordan guardó silencio. El tono cómplice cedió paso a la súplica.

– Jordan, debes hacerlo.

Respondió con una pregunta que iba dirigida a ambos.

– ¿Por qué?

– Porque esta mañana han matado a tu sobrino. Y además, porque trabajar de policía es tu vida.

Jordan bajó los ojos hacia el suelo, como si reflexionara. Pero en realidad se enfadó consigo mismo por no haber encontrado nada válido que replicar. Y había una razón; lo que acababa de decir su hermano era rigurosamente cierto.

«Ya no soy teniente, Rodríguez.»

Tomó su decisión en un instante, como siempre. Algunas veces se había arrepentido, otras no. Rogó que la situación en que se hallaba perteneciera a la segunda categoría.

– De acuerdo, lo haré. Hazme llegar cuanto antes una copia de las declaraciones, el resultado de la autopsia y de todos los análisis de la Científica. Pero tengo que moverme a mi manera. De vez en cuando te haré saber qué necesito y dónde.

– Como tú dispongas. Ruben ya tiene las actas del interrogatorio a LaFayette Johnson y un primer informe del forense. La autopsia se está realizando en estos momentos. Quizá llegue un informe provisional antes de que te vayas de aquí.

– Muy bien. Te mantendré al corriente.

Jordan se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. La voz de su hermano le alcanzó cuando iba a coger el picaporte.

– Gracias, Jordan. Sé que lo haces por mí y…

Su hermano le interrumpió. Y eso era algo a lo que Christopher Marsalis no estaba acostumbrado.

Jordan le miró fijamente y el tono de su voz disolvió de golpe esa precaria solidaridad que durante unos instantes se había establecido entre ellos.

– Aunque sea por una vez, permíteme ser egoísta. No lo hago para acallar tu sentimiento de culpa. Lo hago para acallar el mío.

– Sea cual sea el motivo, te lo agradezco. No lo olvidaré.

A pesar suyo, Jordan esbozó una sonrisa amarga.

– Me parece que no es la primera vez que te oigo decir eso.

Vio que pasaba una sombra por el rostro de Christopher al oír aquellas palabras. Cuando cerró la puerta de la habitación, deseó que su hermano no tuviera conciencia. Quedarse entre cuatro paredes, solo, en compañía de esa presencia feroz, sería una prueba muy dura, incluso para él.

8

– Aquí tienes. Solo, cargado y sin azúcar, como a ti te gusta.

Annette dejó una taza de café espresso sobre la mesa, ante Jordan.

– Gracias, Annette. ¿Me cobras?

– El jefe ha dicho que invita la casa.

Jordan miró a Tim Brogan, que estaba detrás de la caja, y le dio las gracias con un gesto de la mano. La camarera indicó con la cabeza el televisor ubicado en el rincón opuesto del local. En aquel momento estaba sin voz, sintonizado en una película de la HBO. En la pantalla se veía a Harry Potter volando en una escoba, mientras jugaba una encarnizada partida de quidditch. Annette bajó la voz y ese cambio de tono los aisló por un instante del resto del mundo.

– Nos hemos enterado por las noticias, Jordan. Lamento mucho lo del chaval. Un asunto feo. Y yo de asuntos feos entiendo bastante.

– La vida es un asunto feo, Annette. Hace poco más de doce horas pensaba que este había dejado de ser mi restaurante habitual. Y en cambio…

Levantó la taza hacia ella e hizo un gesto de brindar, aunque fue tan amargo como el café que estaba bebiendo.

– Por los viajes fallidos.

Annette sabía qué escondía en realidad aquella frase, y le sonrió. Jordan vio sinceridad en sus ojos.

– Por los viajes aplazados, Jordan. Solo aplazados.

Un tío gordo y calvo, con una mancha de ketchup en una mejilla, que estaba sentado a una mesa situada detrás de ellos, le hizo señas. Annette se vio obligada a volver al mundo al que pertenecía durante ocho horas al día. Más las horas extras, como aquella noche.

– Enseguida vuelvo.

Se marchó y dejó a Jordan con sus pensamientos. Aparte del componente emotivo, era un asunto feo. Habría que andar con pies de plomo, en todos los aspectos. Y, si no se equivocaba, la situación podía ponerse aún más difícil, suponiendo que ello fuera posible. Cuando cerró la puerta del estudio de su hermano en Gracie Mansion, todavía no había llegado el informe de la autopsia. Prefirió marcharse y dejar a Christopher con sus sentimientos de padre y sus deberes de alcalde. Jordan no sabía cuál de los dos papeles era más duro en aquel momento.

Telefoneó a Burroni y le citó para la hora de la cena, en la cafetería que había en la esquina de la Sexta Avenida. Mientras acababa de tomar el café vio al policía a través del cristal; lo siguió con los ojos hasta que llegó a la puerta.

Llevaba la misma chaqueta de ante y el mismo sombrero negro de ala redonda que le había visto por la mañana. Entró y echó una mirada por el local. Cuando vio a Jordan, fue directo hacia la mesa con su extraña forma de andar, como de jugador de fútbol. En una mano llevaba un periódico deportivo doblado en dos, del que sobresalía una carpeta amarilla.

Cuando llegó se quedó de pie ante Jordan. Podía verse reflejado en su rostro que deseaba estar en otra parte y con otra persona.

– Hola, Jordan.

– Siéntate, James. ¿Qué te apetece tomar?

Jordan hizo una seña a una camarera que pasaba. La muchacha se detuvo para tomar el pedido.

– Una Schweppes. Estoy de servicio.

Jordan escuchó sin pestañear el tono con que Burroni había subrayado las últimas palabras. El detective se dejó caer en una silla, frente a él, y dejó el periódico sobre la mesa. La carpeta quedó parcialmente a la vista; Jordan alcanzó a leer las letras «NYPD».

– Aclaremos las cosas de una vez por todas, Marsalis.

Jordan le miró con la expresión más irritante de que era capaz.

– No pido menos.

– Quizá yo no te guste, pero eso no tiene ninguna importancia para mí. El verdadero problema es que tú no me gustas. Y sobre todo no me gusta esta situación. Me duele lo de tu sobrino, pero…

Jordan alzó las manos y cortó de raíz un discurso que sabía adónde iría a parar.

– No digas nada. No sé qué te han dicho, ni me interesa. Pero me parece muy importante que escuches lo que voy a decirte.

Burroni se quitó el sombrero y lo dejó sobre la silla libre que había a su lado. Se apoyó en el respaldo y cruzó los brazos, a la espera.

– Lo estoy haciendo.

– No creo que pueda dolerte lo de mi sobrino. Piensas que era un chalado vicioso que ha tenido el fin que merecía y a quien nadie echará de menos. Es tu opinión, y no pretendo que lo entiendas. Pero creo que tendrás que aguantarte. No vamos a casarnos, James. Solo tenemos un trabajo que cumplir, por anormal que sea, pero es trabajo al fin y al cabo. Tú tienes tus motivos y yo los míos. Cada uno sacará provecho…

Burroni apoyó de repente los codos sobre la mesa y lo miró a los ojos.

– Si te refieres a ese tema del Departamento de Asuntos Internos, debes saber que yo…