Jordan no le dejó terminar.
– Ya lo sé. Sé lo tuyo y lo de mucha otra gente. Lo he sabido siempre, en todos los años que estuve de servicio, como has dicho tú hace un momento. Pero siempre he pensado que un buen policía, aunque a veces tenga alguna pequeña debilidad, en el balance final da mucho más de lo que coge. Si las debilidades son grandes, deja de ser un buen policía y se convierte en un canalla. Pero entonces es un problema de él y del juez. Pero hay algo más, y esto sí tiene importancia para ti.
– ¿Y es?
– Pues que ahora ya no me importa una mierda, James. Tengo mis motivos para querer ponerle la palabra «fin» a esta historia. En todos los sentidos. Y el hecho de que la víctima sea mi sobrino tiene solo una importancia relativa. Después podré irme a un viaje que habría debido iniciar esta mañana.
La camarera se acercó y dejó sobre la mesa un vaso con un líquido claro lleno de burbujas y se retiró en silencio. Jordan hizo una pausa. Burroni aprovechó para beber un sorbo.
– Esto, en lo que a mí respecta. Por otro lado, tú serás el detective que arrestará al asesino del hijo del alcalde. Serás un héroe. Entonces sabrás qué es ser una estrella. Y también podrás dejar de preocuparte por los sobornos que has aceptado e ir a buscar otros.
Señaló con la mano el periódico deportivo que Burroni había dejado sobre la mesa.
– ¿Apuestas a las carreras o al fútbol?
– Eres un hijo de puta, Marsalis.
Jordan hizo un pequeño gesto con la cabeza y esbozó una vaga sonrisa.
– Tal vez me venga de familia.
Se produjo un instante de silencio durante el cual cada uno hizo su recuento de muertos y heridos. Jordan decidió que, si era necesaria una tregua, aquel podía ser el momento justo para agitar, si no una bandera, al menos un pañuelo blanco. Indicó la carpeta que asomaba en medio del periódico.
– ¿Qué hay ahí?
El detective la sacó, la abrió y la empujó hacia él. Jordan sabía que desplazar unos centímetros esas hojas había sido un enorme avance.
– Una copia de las actas. Todo lo que se ha conseguido hasta ahora. La autopsia se ha hecho en un tiempo récord, lo mismo que los primeros análisis. Léelo con calma.
Jordan pensó que satisfacer el amor propio de Burroni podría ser un óptimo lubricante para los engranajes oxidados de aquella colaboración forzada.
– Prefiero que me lo digas tú.
El tono de voz del otro se distendió un poco.
– La autopsia confirma que la víctima fue estrangulada. Para mantener el dedo en esa posición le llenaron la boca con pegamento, el mismo que sirvió para pegar la manta y la mano a la oreja. Tras analizarlo sabemos que es una marca muy fácil de encontrar en el mercado; se llama Ice Glue y se puede comprar en todas partes, en todo el país. O sea que de ahí no podemos extraer ningún indicio. Por otro lado, al parecer tienes razón en cuanto a cómo se llevó a cabo el delito. Había rastros de cinta adhesiva en las muñecas y los tobillos. También es de una marca tan conocida que no sirve de nada. Probablemente el asesino le inmovilizó primero y después lo mató, cuando ya no podía resistirse. En el cuerpo no hay señales de lucha, salvo los hematomas del cuello.
Sin darse cuenta, a medida que hablaba, Burroni adoptaba cierta actitud del investigador. Jordan recordaba muy bien ese particular estado de gracia, que alcanzaba su momento culminante cuando el detective llegaba al lugar del delito. En ese momento, él se convertía en el único punto de referencia y todos los presentes daban un paso atrás, a la espera de sus instrucciones.
La voz de Burroni lo devolvió al presente.
– La declaración de…
Giró la hoja hacia él para leer el nombre.
– La declaración de LaFayette Johnson no ha sido de gran utilidad por el momento. Decía la verdad en cuanto a lo sucedido y actuó correctamente. Hay un registro que confirma que la llamada telefónica de la víctima a su móvil se hizo más o menos a la hora que dijo. Cuando descubrió el cuerpo llamó a la policía. Por ahora no se le puede excluir como sospechoso, pero…
La hipótesis quedó en suspenso, y Jordan concluyó por él.
– Pero tú no crees que haya liquidado a su principal fuente de ingresos.
– Exacto. Sin embargo, hay un detalle de su declaración que puede abrir una pequeña puerta.
– ¿Cuál?
– Mientras entraba en el edificio casi tropezó con un tío vestido con ropa de deporte, que salía. No logró verle la cara, pero ha dicho que salió corriendo de una forma extraña; iba un poco cojo, como si tuviera una rodilla más débil que la otra. Hemos investigado en el edificio y en los edificios vecinos. No hay nadie con esas características.
– Creo que es una pista que hay que tener en cuenta. ¿Qué más?
– Hemos logrado localizar a la muchacha que pasó la noche con tu sob… con la víctima. En cuanto se enteró del homicidio por las noticias se presentó voluntariamente. Cuando salí de la central todavía la estaban interrogando.
– ¿Cómo es?
– Del montón. Insignificante, se podría decir. Y un poco ajada. De esas que se dejan fascinar por la personalidad caprichosa de un pintor de moda. Trabaja de secretaria en una editorial de Broadway, no recuerdo el nombre.
– ¿Podría haberlo estrangulado ella?
– A juzgar por su físico, imposible.
– ¿Y la Científica qué dice?
– Están saturados. Hay montones de huellas, de fibras, pelos, cabellos, pinturas. Para clasificarlos necesitarían el doble de los medios que tienen a su disposición.
– Y esto es todo lo que tenemos por el momento…
No había resignación en el comentario de Jordan, solo era una simple constatación. Sabía por experiencia que casi todas las investigaciones partían de una absoluta incoherencia.
Como siempre en tales casos, Burroni aventuró una hipótesis.
– ¿Crees que podría ser un asesino en serie?
– No lo sé. Es muy pronto para decirlo. El mensaje en la pared y el tipo de asesinato dejan espacio más que suficiente a la hipótesis de que sea obra de un psicópata. Pero la víctima frecuentaba a personas, o tenía admiradores, a los que podría relacionarse con un acto aislado de este tipo, sin que necesariamente deba repetirse. Como en el asesinato de John Lennon…
– ¿Qué haremos?
– No será muy edificante, aunque sí necesario; debemos hurgar a fondo en la vida de Gerald Marsalis. Todo. Amigos, mujeres, clientes, proveedores de drogas…
Jordan vio la expresión de Burroni y le respondió antes de que preguntara:
– James, sé muy bien quién era mi sobrino y qué clase de vida llevaba. Eso no cambia las exigencias de la investigación. Quiero saberlo todo. El resto es problema mío.
– Es la mejor opción.
A Jordan le pareció captar cierto respeto en el tono distraído de este último comentario.
– ¿Hay gente disponible?
– Por supuesto. En este caso, la que quieras.
– Entonces pon también a alguien tras Johnson. No creo que salga nada, al menos en esta dirección. Pero si encontramos cualquier cosa que sirva para enviarlo a la cárcel, la sociedad nos lo agradecerá.
– Muy bien. ¿Es todo?
– Por ahora, me parece que sí. Y esperemos que me haya equivocado y que nunca lleguemos a saber quién es Lucy.
Burroni se levantó, cogió el sombrero y se lo puso.
– Buenas noches, Jordan. Gracias por el refresco.
– Nos vemos.
El detective le volvió la espalda y tras esquivar las mesas llegó hasta la puerta de vidrio. Jordan lo siguió con la mirada. Sin volverse, Burroni salió y mezcló sus pasos con los del resto de la gente que en aquel momento andaba por Nueva York.
Jordan se quedó solo, con la sensación poco placentera de ser una persona que no existía en un mundo lleno de gente que se contentaba con existir. Miró a su alrededor. En el local había caras, gestos, movimientos, colores, comida en los platos y líquidos en los vasos, cosas dichas y cosas escuchadas. Nada nuevo, nada extraño. Todos llevaban su uniforme, incluso los que creían que no lo tenían. Después del rabioso monólogo de Edward Norton en La hora 25, de Spike Lee, no quedaba mucho que decir sobre la gente de Nueva York.