Выбрать главу

– … de modo que quedamos a la espera de más información, que les daremos en el curso del programa. Mientras tanto, parece que hay importantes adelantos en el caso del asesinato de Gerald Marsalis, el pintor hijo del alcalde, más conocido como Jerry Kho. Ahora nos hablará Peter Luzdick desde el One Police Plaza. ¿Estás allí, Peter?

La imagen cambió y apareció un reportero en plano americano con un micrófono en la mano. A sus espaldas se veía el inconfundible monumento abstracto de color rojo llameante situado a la entrada de la central de la policía.

– Sí, Damon. Estoy aquí y debo confirmar que la detención de Julius Whong que se ha realizado esta noche por el asesinato de Gerald Marsalis se ha convertido hace poco en arresto. Según fuentes no oficiales, sobre su cabeza también pende la acusación por el asesinato de Chandelle Stuart y el secuestro del escritor Alistair Campbell, ocurrido ayer por la noche y que le causó la muerte por un ataque cardíaco.

Lysa sintió que un proyectil helado golpeaba su estómago y de allí seguía a través de las venas como una infección, transformando en hielo toda su sangre. Se sentó en la cama antes de que le fallaran las piernas. Su rostro tenía la misma palidez que el mármol del cuarto de baño.

Desde la pantalla, el reportero continuó con su profesional exposición de los hechos.

– Como ya se ha dicho, estamos hablando de comentarios no oficiales, pero parece que los investigadores están a la espera de una prueba definitiva de ADN, que se realizará en tiempo récord. Al parecer, en el cuerpo de Chandelle Stuart quedaron rastros de líquido seminal, que probablemente es de su asesino. Por el momento no han trascendido otros pormenores, pero esperamos el resultado del análisis y la conferencia de prensa que se hará a continuación para aclarar algunos aspectos de este caso que aún están oscuros.

El encuadre volvió a cambiar. Apareció una foto en colores, mientras en el fondo seguía hablando la voz del presentador.

– Julius Whong, hijo de Cesar Whong, no es nuevo en las crónicas judiciales. Hace algunos años…

Lysa pulsó una tecla y quitó el sonido.

Permaneció inmóvil, mirando el televisor con los ojos muy abiertos.

La imagen de Julius Whong le devolvía una mirada fría y silenciosa desde la pantalla, que reflejaba su cara.

37

Jordan levantó los brazos de la mesa y se apoyó en el respaldo de la silla, para permitir que el camarero con chaqueta oscura dejara ante él el plato que sostenía en la mano. Mientras el hombre que le había servido se apartaba y se marchaba con discreción, Jordan se quedó mirando con perplejidad la composición que tenía delante.

– ¿Qué es?

Maureen sonrió desde el otro lado de la mesa, puesta con copas de cristal y un elegante mantel de lino blanco. También ella tenía delante un plato que contenía la misma comida fantasiosa y colorida.

– Pechuga de paloma con cacao y salsa de uvas.

Jordan acercó la silla a la mesa y cogió los cubiertos.

– Suena importante. Y además tiene aspecto de ser rico.

– Mi padre siempre dice que la cocina es como la literatura: el único límite es tu fantasía. Está convencido de que la comida debe satisfacer todos los sentidos: al gusto con el sabor, al olfato con el aroma y a la vista con la presentación.

Jordan alzó, irónico, una ceja.

– Un hombre que tiene pensamientos tan profundos debería ocuparse de política, no de un restaurante.

Cortó un pequeño trozo de comida y se lo llevó a la boca. Empezó a masticarlo lentamente, sin el frenesí de un devorador de bistecs.

Después de haberlo saboreado, su rostro mostró una expresión extática.

– Fabuloso. Debo decir que la fama del Martini's es merecida. Este lugar representa un auténtico conflicto de intereses.

– ¿Por…?

– El cocinero es un diablo que prepara platos salidos del paraíso.

Maureen rió. Por primera vez después de mucho tiempo rió.

– Lo has hecho.

– ¿Qué?

– Te has reído. Nunca te había visto hacerlo. Deberías practicarlo más a menudo.

– También tú.

Jordan cogió la copa que acababa de servirle el camarero, con un vino tinto de la reserva personal de Carlo Martini, y rozó la de Maureen.

– Es la primera vez que tomo alcohol desde hace mucho tiempo, pero creo que por ti vale la pena romper un firme propósito.

Le acudió a la mente otro brindis, reciente, hecho con una taza de café amargo en presencia de Annette, la camarera del bar que estaba cerca de su casa.

«Por los viajes frustrados», había dicho él.

«Por los viajes aplazados, solo aplazados», respondió ella.

Jordan bebió un sorbo de ese vino excelente, saboreándolo pero sabiendo que el momento del viaje aún no había llegado. Y que ya no estaba tan seguro de desearlo.

Maureen lo había invitado a cenar en el restaurante de su padre, un elegante palacete de época, de dos plantas, situado en la calle Cuarenta y seis entre la Octava y la Novena avenidas, no muy lejos de las luces de Times Square y los carteles con caras famosas de los teatros de Broadway. Jordan solo cayó en la cuenta cuando ella le dijo que era la hija del dueño de uno de los restaurantes más conocidos de Nueva York, y aceptó la invitación como un pequeño privilegio.

Maureen lo vio llegar en moto, con el casco y el pelo canoso algo despeinado, con esa forma de ser rebelde, no por el vehículo que conducía o la ropa que llevaba, sino por cómo era. Él se acercó a la mesa con su andar ágil y una sonrisa que pocas veces le había visto en el rostro y en los ojos al mismo tiempo.

Luego observó con placer cómo Jordan se entregaba al menú de degustación del restaurante, sin pedir que le trajeran ketchup.

Ahora, al parecer, celebraban la feliz conclusión de una investigación en la cual oficialmente ninguno de los dos había participado y en la cual ninguno de los dos había querido nunca participar. En realidad, el verdadero motivo de su presencia allí, juntos, era esa sensación indefinible pero sólida que los había vinculado desde el principio.

Quizá fuera solo el deseo de poner fin a un asunto desagradable, apoyándose el uno en el otro. Ambos tenían un camino difícil por delante y cada uno a su modo fingía no saberlo, quizá como un augurio de buena suerte.

Maureen continuó observando a Jordan disimuladamente, mientras fingía comer. Notó la delicadeza y la precisión con que usaba los cubiertos y por primera vez reparó en sus hermosas manos. Tenía algo que le recordaba a Connor, aunque eran muy distintos, tanto su personalidad como el aspecto físico.

Connor era la vibración de la creatividad, un duende que poseía la magia de la música. Jordan era la fuerza, la forma y el silencio constructivo, que forman parte integral de la música.

Connor tenía unas manos hermosas y largas que se estremecían con el deseo de empuñar el violín. Jordan tenía unas manos de hombre que, ahora se daba cuenta, deseaba que jamás tuvieran que empuñar una pistola.

Y no obstante, lo había hecho.

Se preguntó si en otro tiempo o en otro lugar entre ella y Jordan habría podido nacer algo. Prefirió no dar una respuesta inútil a una pregunta inútil. Siguió mirándolo de vez en cuando, disfrutando de aquel momento placentero y de la sensación de pausa que le daba la presencia de ese hombre.

Había ocurrido todo tan deprisa…, como en una sucesión de diapositivas entre la luz y la oscuridad. En la oscuridad había seguido viendo unas imágenes de muerte que no lograba borrar de su recuerdo. Al volver la luz, llegaron, sin posibilidad de elección, las imágenes que alguien no conseguía olvidar ni siquiera después de la muerte.