Выбрать главу

Sintió que los dedos de Jordan ejercían una pequeña presión en su hombro.

– Búscame el número del hospital Samaritan de Troy.

Maureen abrió el sitio de las Páginas Amarillas y a los pocos instantes aparecieron en la pantalla los números de teléfono y la dirección del hospital.

Poco después Jordan cogió el teléfono y marcó un número. La operadora respondió inmediatamente.

– Hospital Samaritan, ¿en qué puedo ayudarlo?

– Necesitaría hablar con el departamento de personal.

– Aguarde un momento, por favor.

Tras unos instantes con la habitual musiquilla de espera, se oyó una voz decidida.

– Michael Stills.

– Buenos días, señor Stills. Soy Jordan Marsalis; llamo en nombre del alcalde de Nueva York.

– Ya. Disculpe si lo he hecho esperar, pero tenía en la línea al presidente de Estados Unidos.

Jordan admiró la rapidez de reflejos de la respuesta y no se lo tomó a mal. Se esperaba una reacción como aquella, aunque en tono menos irónico.

– Señor Stills, comprendo su escepticismo. Habría ido en persona, pero se trata de algo de máxima urgencia. Le ruego que pida en la centralita que le den el número de Gracie Mansion y pregunte por mí. Soy el hermano del alcalde.

– No, está bien. Su tono me ha convencido. Dígame.

– Necesito una información sobre una empleada. Una enfermera que se llama Thelma Ross. Quisiera saber si todavía trabaja ahí y, de ser así, si puedo hablar con ella, o pueden facilitarme su dirección.

Del otro lado hubo una pausa y un ligero suspiro.

– Ah, Thelma. Esa pobre chica…

Jordan intervino para impedir que le contara los hechos que acababa de leer.

– Estoy al corriente de lo que les ocurrió a ella y a su hijo. Quisiera saber dónde puedo encontrarla.

En su mente dio un rostro provisional a Michael Stills, a quien lo imaginó perdido en sus recuerdos personales.

– Aquí todos le teníamos mucho cariño. Era una persona muy dulce y una enfermera extraordinaria. Pero después de la desgracia no se recuperó. Cayó en una depresión que se agravó día tras día hasta dejarla en un estado catatónico. Actualmente está internada en un hospital para enfermos mentales.

– ¿Recuerda cómo se llama?

– No estoy seguro, pero me parece que es The Cedars o The Oaks, algo así. Sé, por sus compañeros que de vez en cuando van a verla, que queda cerca de Saratoga Springs, hacia el norte. Creo que es la única clínica de ese tipo que hay en la zona.

– ¿No podría hablar con el marido?

– Thelma no está casada. O por lo menos cuando llegó aquí ya no lo estaba.

– Se lo agradezco, señor Stills. Ha sido de gran ayuda.

Jordan colgó y se quedó en silencio con la mano apoyada en el auricular, como si no quisiera despegarse de aquella conversación hasta haberla asimilado.

– Thelma Ross está internada en un hospital para enfermos mentales cerca de Saratoga Springs. No sé si servirá, pero creo que debemos ir a hacerle una visita.

Por el tono de Jordan, Maureen dedujo que la visita a Gracie Mansion había terminado. Christopher todavía estaba ocupado y la idea de marcharse sin verlo ni tener que explicarle el motivo de su presencia no molestaba a ninguno de los dos.

Se despidieron de Ruben, abrieron la puerta y avanzaron en silencio por el pasillo, hacia la entrada.

Dawson se quedó solo en la sala, de pie en el umbral, mirándolos mientras se alejaban hasta verlos desaparecer. Después volvió a entrar, cogió el móvil del bolsillo y marcó un número que correspondía al nombre de una asociación de beneficencia.

Cuando descolgaron, ni siquiera se molestó en decir su nombre. Pese a su proverbial frialdad, bajó un poco la voz.

– Dile al señor Whong que tengo un par de noticias que podrían interesarle mucho…

43

El helicóptero sobrevolaba el Hudson con rumbo norte a una altura de setecientos metros.

Desde su asiento, junto a la ventanilla, Jordan podía ver cómo los seguía la sombra del aparato; se deslizaba flexible sobre la superficie encrespada del río, lanzada en su persecución como si estuviera ansiosa por alcanzar el objeto que la había creado. Christopher, por expreso deseo de Jordan, sin hacer demasiadas preguntas, puso a su disposición su helicóptero, un Augusta Bell AB139, que despegó del Downtown Manhattan Heliport con destino a Saratoga Springs. Antes se puso en contacto con The Oaks, la clínica en la que estaba internada Thelma Ross. Después de hablar con Colin Norwich, el director, Jordan optó por esa solución, ya que el hospital tenía una pista de aterrizaje para helicópteros.

Ahora él y Maureen iban sentados el uno junto al otro detrás del piloto. Aunque la cabina estaba insonorizada, habían aceptado el consejo de ponerse unos auriculares Peltor con intercomunicador, para poder hablar durante el viaje sin que les molestara el ruido de las aspas del rotor.

Jordan pulsó el botón que excluía al piloto de su conversación y se volvió hacia Maureen, que estaba apoyada contra el respaldo con la cabeza un poco levantada y hacia atrás, como si dormitara, con los ojos cerrados tras las gafas oscuras.

– Hay algo que no puedo entender.

Por su rápida respuesta, Jordan vio que estaba despierta y reflexionando, al igual que él.

– Veamos si es lo mismo que me pregunto yo.

– Teniendo en cuenta los precedentes, nada nos hace pensar que lo que has visto no sea cierto. Si las cosas ocurrieron así y Julius Whong mató al hijo de Thelma Ross, ¿por qué ella nunca lo denunció?

– Exacto.

– Esperemos que ella pueda decirnos algo, aunque el médico con el que he hablado me ha parecido un poco impreciso al respecto.

Se miraron. Volaban a setecientos metros del suelo, pero se sentían mucho más en el aire de lo que estaban en esa caja de acero y cristal que desde lo alto rompía el silencio.

El helicóptero viró a la derecha y Maureen volvió a observar el paisaje por su ventanilla. Sin embargo, su voz llegó a los oídos de Jordan clara y amarga como un mal pensamiento.

– Alguien puso a los seres humanos ante la duda de ser o no ser, y otro ante la elección de ser o tener. Yo, en este momento, lo único que deseo es entender.

La capacidad de visualización de Jordan lo puso de repente ante La balsa de la Medusa, la enorme pintura que había visto en la casa de Chandelle Stuart. No le sorprendería, si volviera a verla ahora, encontrar en medio de aquellos náufragos el rostro de Maureen.

Quizá porque no estaba enamorado de ella, la sentía más cercana de lo que había sentido a nadie en su vida. Lo que les ocurrió dos días atrás, lo metió aún más a fondo en la historia de esa extraña mujer italiana, a la cual el destino había reservado vivencias tan difíciles de superar. Cuando vio a Lysa en el suelo, con aquella mancha roja de sangre que se ensanchaba sobre la blusa y le robaba el color de la cara, entendió lo que debió de sentir Maureen en su terrible experiencia con Connor Slave.

Lysa…

La noche anterior, después de la visita a Gracie Mansion, y a pesar de la llamada al doctor Leko, Jordan pasó por el Saint Vincent a verla. Cuando entró un momento en su habitación, de puntillas, la encontró dormida, con el pelo desparramado sobre la almohada, pálida y hermosa como si en lugar de yacer en una cama de hospital se encontrara en una sesión fotográfica. Los latidos de su corazón, que se veían en una línea verde en movimiento en el monitor, eran mucho más regulares que los de él.

Mientras estaba allí, de pie, junto a la cama, Lysa abrió un instante los ojos y lo miró, con la mirada empañada del sopor de las medicinas. A Jordan le pareció que una ligera sonrisa aparecía unos segundos en sus labios, pero enseguida volvió a caer en ese lugar sin dolor en el que los fármacos le permitían refugiarse. Jordan salió tal como había entrado, en silencio, dejando a Lysa en un sueño profundo que él, durante toda la noche, no consiguió conciliar.