Le contó lo ocurrido y su historia con Lord, el hombre al que había arrestado y que había tratado de vengarse. No le dijo que los dos habían muerto, ni mucho menos aludió al medio cheque que había encontrado en un bolsillo de Lord y los que había encontrado en casa de ella.
Lysa lo interrumpió y le sorprendió que cambiara por completo de tema, como si lo que le estaba contando ya fuera una historia olvidada. Su mente había seguido otro pensamiento, no las palabras de Jordan.
– Es muy guapa.
– ¿Quién?
– La mujer con la que te vi la otra noche. Es muy guapa y seguro que es lo que parece: una mujer.
– Lysa, Maureen es solo…
– No tiene importancia, Jordan, créeme.
Una sonrisa tirante, una pequeña herida en aquel rostro pálido, iluminado por unos ojos que parecían haber recibido gotas de dolor como colirio. Jordan no sabía dónde había más amargura, si en esa cara o en él, que la miraba.
– La suerte tiene siempre lista una carcajada de burla para cada uno de nosotros, Jordan.
Se volvió hacia la luz de la ventana y los ojos se encendieron en un reflejo que no venía de dentro sino de fuera.
– El problema no es con quién te vi, sino dónde te vi…
Lysa señaló una silla de aluminio que estaba apoyada contra la pared, a la izquierda de la cama, frente a la ventana.
– Siéntate, Jordan. Debo explicarte el motivo por el que te llamé lá otra noche. Siéntate y escúchame y por favor no me mires mientras te hablo, o no tendré valor para hacerlo.
Jordan se sentó y dirigió la mirada hacia el ramo de flores que adornaba la mesa, al otro lado de la habitación, sobre el fondo de la pared azul. Recordó los colores del jardín de The Oaks, cuidados para gente que quizá ni siquiera los veía, y las palabras de una poesía infantil que le recitaba su madre mientras juntos arreglaban los pequeños macizos de flores de delante de su casa.
… una rosa escarlata estrecha como un puño de seda en torno de la pasión…
– Te advierto que lo que voy a decirte no es una justificación, solo una explicación. No llegué a Nueva York por casualidad, sino con un objetivo preciso. Durante toda la vida había tratado de ser una persona normal, con una vida normal, que no se viera, cada vez que se miraba al espejo, como una broma de la naturaleza. Solo deseaba las cosas que tienen todos: la cotidianidad, formar parte de algo, despertarme por la mañana y dormirme por la noche después de un día lleno de pequeñas cosas como el anterior. Envidiaba a las mujeres a las que conocía; incluso les envidiaba el aburrimiento de una vida así. En cambio, a mi alrededor solo había hombres que me evitaban de día y a los que yo debía evitar de noche. Quizá tenía razón mi padre, el reverendo Guerrero, cuando decía que mi belleza era un don de Satanás. Después, un día, llegó esa maldita carta al lugar donde vivía.
… un tulipán amarillo para unos celos tan agudos que hieren los ojos…
– Contenía un mensaje en el que preguntaba si quería ganar cien mil dólares. La tiré a la basura pensando que no era más que una broma. Al día siguiente llegó otra, y al siguiente otra más. En todas repetían que no era una broma y que, si decidía saber de qué se trataba, que pusiera un anuncio en The New York Times con el texto «LG Okay». Lo hice. Dos días después de publicar el anuncio, recibí una carta que contenía cuatro órdenes de pago de veinticinco mil dólares cada una, emitidas por el Chase Manhattan Bank; estaban a mi nombre, pero cortadas por la mitad de un tijeretazo. Junto con los cheques venían las instrucciones de lo que debía hacer para recibir las otras mitades. Esto hizo que se desvanecieran todos los prejuicios.
Lysa hizo una pausa. Jordan se dio cuenta de que estaba llorando, pero continuó con la vista fija en las flores.
… una hilera de margaritas para el amor y el desamor…
– Cuando vi de qué se trataba, me dije: ¿por qué no? En el fondo solo era eso lo que el mundo quería de mí: un cuerpo y un poco de tiempo. Cien mil dólares me parecían una buena recompensa para dejar a un lado todos los escrúpulos.
… una anémona blanca para las mil espinas del corazón…
– Llegué a Nueva York con la determinación de que a partir de ese momento sería lo que se me pedía ser. Un juguete por horas que cobraría un alto precio. Cumplí con mi misión y luego puse lo que debía entregar en una taquilla de la estación Pennsylvania. Dos días después encontré en el buzón de cartas de tu casa un sobre con la otra mitad de los cheques. Mi misterioso benefactor había cumplido su palabra. Pero no tuve en cuenta dos cosas. La primera es que, adondequiera que vayas, tu conciencia va contigo.
… y violeta, la flor de la perfidia y el dolor.
– La segunda, que te encontraría a ti. Traté de olvidarte, seguir mi camino y pensar que solo eras otra ilusión y otra desilusión. Pero no fue así. Cada día, mientras descubría a la persona que eres y a la que no sabes que eres, me di cuenta de que ya no podía dejar de lado a ninguna de las dos. Pero cuando supe que te amaba, yo ya no era la misma a la que sorprendiste desnuda en el cuarto de baño. Por mi culpa era otra, y por muchas duchas que me diera jamás lograría sacarme de encima la sensación de estar sucia. Por este motivo cuando vi que te estabas acercando a mí te eché de casa.
Jordan sabía cuánto le estaba costando decir aquellas palabras. Lo adivinaba por el tono de su voz, por las lágrimas que caían de sus ojos y que parecían humedecer y disolver el sonido de las palabras. Y al mismo tiempo le aterraba la conclusión, porque no sabía cuánto le costaría a él.
– Cuando vi en la televisión la noticia sobre el asesino de tu sobrino y sobre la prueba de ADN que lo incriminaba, me di cuenta de lo que había hecho, de en qué delirio me había metido.
Hizo una pausa que chirriaba como una uña sobre una pizarra y dejaba marcas mucho más profundas.
– Cobré cien mil dólares tras tener una relación con un hombre y enviar a la persona que me los pagaría un preservativo con su semen. El hombre era ese ser abyecto de Julius Whong.
Jordan se quedó tan petrificado, con la mirada perdida en aquel estúpido ramo de flores,
… y violeta, la flor de la perfidia y el dolor…
que casi no oyó las últimas palabras de Lysa.
– Y ahora te ruego que te levantes de esa silla y te vayas. Vete y haz lo que debas hacer, pero vete sin mirarme, por favor.
Jordan se puso de pie y empezó a recorrer lo que le parecía la gran distancia que había hasta la puerta. La abrió y volvió a cerrarla con delicadeza tras de sí. En cuanto se encontró fuera del influjo que Lysa, para bien y para mal, ejercía sobre él, tuvo un súbito pensamiento.
Enseguida sacó el móvil del bolsillo pero se dio cuenta de que allí no había cobertura.
Se acercó al ascensor y, mientras pulsaba el botón de llamada, continuó dando vueltas a ese pensamiento que se clavaba cada vez más hondo en su cerebro.
El trayecto hasta el vestíbulo fue eterno.
Aún no había terminado de salir de la cabina, cuando ya estaba enviando la llamada a Burroni.
– James, de nuevo Jordan.
El detective le contestó con el tono paternalista de un viejo cura.
– Está bien, te perdono, hijo mío. ¿Qué puedo hacer por ti?
– Quiero saber si tienes alguna novedad acerca de lo que te pedí el otro día.
– Ah, claro que sí. Espera un momento.
Jordan oyó, a través del teléfono, un ruido de papeles, como si Burroni estuviera buscando algo en el caos que era su escritorio.
– Aquí está. La orden de pago fue emitida por la sucursal del Chase Manhattan Bank de Broadway y Spring. El pago no se efectuó a una cuenta corriente; la suma se pagó por adelantado, en efectivo.
– ¿Has conseguido averiguar la persona?
– La solicitud la hizo un tal John Rydley Evenge, pero el empleado que se encargó de la operación no le recuerda. Esa sucursal del Chase es enorme y emiten cientos de cheques de ese tipo cada día.