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Verificó, hasta donde podía, la solidez del apoyo del tablón contra el muro sobre el que estaba sentado. Se proponía usarlo como un plano inclinado, tenderse encima y deslizarse, valiéndose de la fuerza de los brazos, hasta tocar tierra.

Sin embargo, cuando trató de poner en práctica su plan, el apoyo resultó menos fiable de lo previsto. En cuanto apoyó en el tablón todo el peso del cuerpo, la parte apoyada en el suelo resbaló de golpe hacia delante. Instintivamente, Jordan trató de aferrarse al borde del muro, pero la mano izquierda se escurrió sobre los ladrillos cubiertos de musgo, y quedó colgado solo de una mano. Su cuerpo se torció de golpe hacia el otro lado y Jordan oyó con claridad el crac de la articulación que cedía y vio cómo el hombro se dislocaba. La violenta punzada hizo que se soltara. Su caída la amortiguó una mata de pittosporum pero lo empujó rodando hacia delante, mientras sentía lo que parecían puñaladas en el hombro dislocado.

Se quedó tendido en el suelo, jadeando, sobre un costado del cuerpo. Esperó hasta que el dolor se hizo más soportable, y luego trató de sentarse.

Notó un cambio perceptible en la luz. Las copas de los árboles y el muro atenuaban bastante la claridad de las farolas, de modo que tuvo que esperar a que sus ojos se adaptaran a la luz. Cuando pudo ver lo que lo rodeaba, se levantó y se acercó al tronco de un árbol, en busca de un punto de apoyo que le permitiera poner en su sitio el hombro. Se apoyó en la corteza áspera de un arce y dio un golpe seco. El dolor casi hizo que se desvaneciera. Se examinó el hombro con la mano sana. Probablemente el precedente de la noche de la agresión de Lord había debilitado los ligamentos, por lo que la maniobra no dio los resultados esperados. Seguía sintiendo un fuerte dolor y el hombro no había vuelto a su lugar, lo que le inmovilizaba casi por completo el brazo.

Soltó un profundo suspiro y trató de no pensar en ello. Se dijo que tal vez Maureen se hallaba en peligro, de modo que él no tenía tiempo para sentir dolor. Volvió a prestar atención al lugar donde se encontraba.

Al otro lado del jardín, como ya había entrevisto, se veía el reflejo de un ventanal. Avanzó hacia allí con cautela sobre el terreno blando y, cuando se aproximó lo suficiente, vio que la superficie posterior de la casa, a todo lo largo del jardín y en un tercio de su ancho, estaba ocupada por una galería con grandes ventanales, que continuaba las paredes formando una especie de jardín de invierno. A la luz tenue, los cristales dejaban entrever en el interior siluetas de plantas y una decoración compuesta por muebles y sillones. La galería comunicaba con el interior por medio de tres puertas correderas, una de las cuales estaba parcialmente iluminada. Jordan se puso de frente y trató de ver más allá del umbral. Había un pasillo alumbrado por un recuadro de luz que llegaba de la pared de la derecha, y al fondo otra zona luminosa, enmarcada por algo que parecían unas cortinas abiertas.

Sacó la piqueta y, con cierta dificultad a causa del brazo inservible, la introdujo entre los dos batientes de madera de la puerta corredera. Se oyó un chasquido seco, aunque no demasiado fuerte. Las dos hojas se deslizaron fácilmente sobre unas guías bien engrasadas, y Jordan entró en la casa.

Cruzó la galería, evitando la trampa de una mesita baja, y llegó ante la puerta corredera iluminada. Antes de utilizar de nuevo la piqueta probó a girar el picaporte, y para su gran sorpresa el batiente se abrió.

Atravesó el umbral y se adentró en el pasillo. A los pocos pasos se encontró junto a la fuente de luz que había visto desde fuera, una puerta abierta que daba a una escalera iluminada que bajaba. Jordan se dijo que en ese sótano debía de haber algo realmente importante, dado el blindaje de la puerta y su sistema de abertura, un lector de huellas digitales. Bajó el primer escalón y oyó que algo se rompía bajo la suela, con un ruido seco.

Levantó el pie y cuando bajó la mirada vio un par de gafas oscuras sobre la superficie áspera del escalón. Se agachó a recogerlas y sintió una nueva punzada en el hombro. Cuando las tuvo en la mano, las reconoció de inmediato, pese a que las lentes polarizadas estaban destrozadas.

Eran las gafas de Maureen.

La casa desierta podía o no ser una señal, pero esas gafas en el suelo desde luego lo eran.

En el silencio, le pareció oír voces que provenían de abajo.

Empezó a bajar con cautela, de lado y sujetándose el brazo derecho con el sano para evitar golpes dolorosos. Llegó a un primer rellano. Allí la escalera doblaba a la derecha y seguía otro tramo.

Ahora las voces eran más fuertes, aunque todavía tan confusas que resultaba imposible distinguir las palabras.

Jamás Jordan había echado tanto de menos tener una pistola. Nunca había sido aficionado a las armas, ni en los tiempos de la academia, ni cuando estaba de servicio. Tenía buena puntería por instinto, no por ejercicio, ya que practicaba en el polígono solo lo estrictamente indispensable para cubrir el expediente.

Sin embargo, en aquel momento habría pagado a peso de oro la 38 que había devuelto junto con la placa. Empezó a bajar también el segundo tramo y a cada escalón que dejaba atrás el volumen de las voces aumentaba. Poco después dejaron de ser un confuso fondo sonoro y Jordan consiguió separar la voz de un hombre de la de una mujer. Llegó por fin al rellano siguiente, agradecido por la suela silenciosa de sus Reebok.

Ahora las voces se habían convertido, en sus oídos y en su mente, en el rostro conocido de dos personas.

Una era la de Maureen; la otra, la había oído una sola vez pero aun así la reconocía.

Las voces llegaban de una puerta abierta que daba a una estrecha galería interior, algo elevada con respecto al semisótano, a la cual se accedía doblando a la izquierda y bajando dos o tres escalones.

Desde su puesto de observación, la parte que alcanzaba a ver parecía un laboratorio. La pared que se alzaba frente a él, que continuaba hasta debajo de la barandilla de la galería, estaba llena de aparatos e instrumentos que a Jordan le recordaron la sede de la brigada científica, en la que había gascromatógrafos y otros aparatos para análisis muy complejos.

Se apoyó en la pared y se asomó por el umbral. Lo que vio no le gustó en absoluto.

En la parte opuesta de la enorme estancia, al otro lado de una mesa de trabajo que ocupaba buena parte del espacio central, estaba Maureen, con la cara vuelta hacia la puerta donde se hallaba él, sentada en un sillón de oficina, con los brazos inmovilizados detrás.

De espaldas, la figura de un hombre al que Jordan había visto hacía un rato, en una filmación, atravesando con sigilo el vestíbulo del Stuart Building en dirección a la salida después de haber matado a Chandelle Stuart.

Había una sola diferencia. Ahora estaba presente en carne y hueso y apuntaba con una gran pistola al estómago de Maureen.

50

Maureen acababa de oír la sentencia sibilante de William Roscoe, cuando por encima del hombro vio que Jordan se asomaba por el umbral de la puerta de la galería. Maureen bajó de golpe la cabeza, como por el efecto de la amenaza de su carcelero. Cuando volvió a alzarla, se obligó a no desviar ni siquiera un instante la vista y continuar mirándolo a los ojos, para no traicionar la presencia de Jordan.

Sin embargo, debía indicarle de algún modo que sabía que él había llegado para ayudarla. Dijo algo que para Roscoe podía ser la continuación de lo que habían dicho antes, y elevó un poco la voz, para que lo oyera Jordan.