Выбрать главу

– Desde aquí percibo en vos el olor a zorra barata. Id donde las cuadras. Vuestros amigos os esperan para partir. Aprovechad el tiempo en Clairvaux.

Arriaga se preguntó si había notado un destello de celos en la mirada de Jean. Se despidió con un lacónico «hasta pronto» e hizo lo que se le decía. Toribio y Tomás le dieron algo de queso y pan que comió sobre el caballo en cuanto salieron del pueblo. ¿No iba a sancionarlo Jean por su ausencia? Los dos sirvientes le contaron que De Rossal había dicho que estaba haciendo un recado para él. El comendador le había cubierto ante el resto del capítulo. Sintió alivio. Tendría que volver a ganarse a su amigo Jean de Rossal a la vuelta. Había cometido un error. Pensó en los inmensos y tersos senos de Beatrice.

– Vos, Toribio, borrad esa estúpida sonrisa de vuestra cara -comentó Arriaga enfadado.

– Todos caemos en lo mismo mi señor. Las mujeres… las mujeres.

– Plures crapula quam gladius [12] -sentenció el joven Tomás.

– No conocéis hembra, ¿verdad, joven? -preguntó Toribio- Pues tendremos que arreglarlo.

Y dicho esto los tres amigos se adentraron en el bello sendero que cruzaba el bosque hacia el sur.

3 de noviembre del Año

de Nuestro Señor de 1140

A la atención de su Paternidad, Silvio de Agrigento,

de parte de Rodrigo Arriaga

Estimado hermano en Cristo:

Os escribo estas líneas apresuradamente antes de partir hacia Clairvaux acompañado por Tomás y mi buen Toribio. Jean me ha avisado casi de improviso que se había aceptado su sugerencia de enviarme a tomar clases de hebreo para que refresque mis conocimientos de dicha lengua. Al parecer, en Clairvaux los cistercienses cuentan con un grupo de aventajados hombres de letras de origen judío que me instruirán. Sólo dispongo de un mes, según se me ha dicho, pero espero que el contacto con dichos maestros pueda proporcionarnos alguna pista sobre los siete sabios desaparecidos en París hace diez años. No me extrañaría que incluso alguno de ellos permanezca retenido en la abadía o en sus inmediaciones. ¿Qué querrían traducir mis hermanos del Temple? Sigue siendo un misterio.

Por otra parte, tengo noticias sobre el joven Robert Saint Claire: permanece recluido en la Grande Tour del Temple de París y, según me cuenta Jean, esto es motivo de graves discrepancias con la familia del joven, que no hace falta que os diga es altamente influyente. Parece que los Saint Claire sostienen que Robert se recuperaría más fácilmente en sus dominios, en la casona familiar de Rosslyn, en la lejana Escocia, pero según dice Jean la inestabilidad mental de que hace gala el joven templario no hace aconsejable su liberación. Incluso el Gran Maestre, Roberto de Craon, ha dispuesto que no se le libere bajo ningún concepto.

Según creo, la reclusión no le ha venido bien, y al parecer las incoherencias que continuamente farfulla ponen en peligro hasta su vida. No sé qué es o qué sabe este joven, pero a la orden parecen preocuparle sus futuras indiscreciones en el exterior. Jean sostiene que la postura de la familia no es lógica, pues debían haberlo ajusticiado y le perdonaron la vida por ser quien es. En fin, que espero poder ver al joven a mi vuelta y sonsacarle.

Y ahora, el plato fuerte de esta misiva: sabemos cómo y de qué murió nuestro compañero y vuestro servidor Giovanno de Trieste.

Debo confesar que por momentos llegué a temer que nos encontráramos ante una suerte de poder sobrenatural, algo maligno y poderoso que nos superaba. Esto es lo que pensaban los muy ignorantes Tomás y Toribio, pero yo me mantuve firme -más de cara a ellos que a mí mismo- y demostré que tenía razón.

Debo recordar a vuesa merced que no sabíamos dónde podían esconder el misterioso objeto -fuera lo que fuese- por lo que tras hacer un minucioso inventario de las dependencias de la encomienda llegamos a la conclusión de que debía estar oculto en la cripta situada junto a las mazmorras, donde Jean y los otros cinco celebraron aquella extraña reunión secreta. Nos pusimos manos a la obra de inmediato para conseguir una réplica de la llave que sólo tiene Jean de Rossal y que siempre lleva colgada al cinto. Corrí un gran riesgo, pues tuve que acercarme a su camastro de noche, cuando todos dormían profundamente, e imprimir una copia de la llave en cera que de inmediato di a Tomás. Éste la llevó a un herrero del pueblo, que nos hizo una copia idéntica a la original y con ella nos dispusimos a desvelar este extraordinario misterio. Hace dos noches, antes de maitines, cuando el sueño de todos se hace más pesado y profundo, nos vimos a la entrada de las escaleras que bajan al sub-sótano; nada menos que tres figuras embozadas que no eran otras que la mía, la de Toribio y el fiel Tomás. Debo decir sin temor a faltar a la verdad que ambos temblaban de miedo. Unas horas antes de completas, y con la excusa de que iba a echar un vistazo a la mazmorra, donde sólo pena ya un prisionero, estuve hablando durante un rato con el sargento de guardia. Mientras hablaba con él, el bueno de Tomás se encargó de añadir al botijo del agua una buena dosis de polvo de adormidera. Por si vuestra merced no lo sabe, es una especie de amapola que se cultiva más allá de Tierra Santa y que provoca un sueño dulce y profundo en el paciente. Siempre llevo conmigo el pequeño saquito de hierbas medicinales que el mismísimo Jean me autorizó a ocultar como un detalle especial con su amigo recién llegado, pese a ir en contra de la regla. Supongo que pensó que mis habilidades al respecto podrían serle útiles algún día. En fin, el hecho es que este movimiento previo nos aseguró que, al bajar de madrugada, el centinela de la mazmorra dormía como un niño. Presas del más absoluto temor abrimos la recia puerta con la llave e, iluminados tan sólo con una débil palmatoria, nos encontramos con una sala de aspecto circular, no muy ancha y con una bancada esculpida en la pared a lo largo de todo su perímetro. El techo era bajo, tanto que agobiaba. Aquello no era, obviamente, un almacén, como se me había dicho. Parecía más bien una sala capitular de reducido tamaño, mínima. Del extremo opuesto a la recia puerta de entrada salía un túnel que nos aprestamos a inspeccionar. Yo iba delante, con la luz, y el castañeteo de los dientes de Tomás me hacía sentirme invadido por un miedo que no experimentaba desde mis tiempos de soldado. El túnel era estrecho y bajo, y la humedad rezumaba sin dejar respirar apenas. Al doblar una esquina me di de bruces con una extraña figura esculpida en la piedra; de pronto, de la oscuridad, surgió una cara frente a mí, una especie de rostro barbudo de aspecto maligno que me hizo soltar un grito y perder la candela, que cayó al suelo apagándose para siempre. En aquel tramo la cercanía del río era manifiesta, pues el agua nos llegaba a los tobillos. Quedamos a oscuras. Palpé la pared y en cuanto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad pude reparar en que los tabiques de piedra se hallaban, en aquella zona, enteramente labrados de imágenes que al tacto se me antojaban horripilantes y demoníacas.

– ¡Vámonos de aquí, mi señor, vámonos! -rogaba Tomás entre susurros.

– ¡Silencio! -ordenó Toribio en aquel instante.

Un extraño canto, una letanía lenta y repetitiva, llegaba desde el fondo de aquel túnel. Me armé de valor y dije:

– Vamos.

Así, avanzamos agarrados los unos a los otros, tropezando como ciegos e indefensos ante el mal que acechaba. Un tenue resplandor nos guiaba al fondo, así que, callados como muertos, continuamos caminando.

вернуться

[12] Más víctimas ha hecho el vicio que la espada.