– ¿Por qué lo desean tus amantes?
– Pero tú no eres ninguna de ellas.
– Ware y Thea no tienen por qué enterarse. Podemos vernos en las colinas y…
– ¿Piensas que no me acostaría contigo por mi amistad con Ware y Thea? -Negó con la cabeza-. Tú no me conoces tan bien como crees. Si estuviera seguro de que es lo mejor para nosotros, nada en este mundo me detendría.
Un destello de esperanza surgió dentro de ella.
– Lo es. Ya lo verás,
– Ojalá.
– Entonces deja de desearlo y haz algo. -Le tomó la otra mano y se la depositó en el hombro-. Ahora.
Ahogó una risa.
– Careces de sutileza, ¿Debería arrastrarte por esas piedras?
– Si lo deseas… -Lo estaba perdiendo, percibió desesperada. Mientras el deseo se desvanecía, la atracción y la ternura ocupaban su lugar. Seguramente lo estaba haciendo todo mal. Ella deslizó una de las manos de él hacia su pecho -Cualquier cosa que desees.
Su sonrisa desapareció.
– Selene… -Tensó la mano en su pecho y lo apretó suavemente, con sensualidad.
Ella se quedó sin aliento y sintió cómo se le encogía el estómago. Tenía los ojos abiertos como platos de la impresión.
– ¿No te lo esperabas? -El presionó de nuevo, mirándola a la cara-. Qué placer será enseñarte a disfrutar.
Ella se arrimó hacia él.
– Entonces deja de hablar y hazlo…
Él se inclinó y le rozó el cuello con sus labios. Ella se estremeció cuando una ola de calor invadió su cuerpo.
– Pero no ahora -susurró-. No estás preparada. Vuelve al salón, Selene.
Se sintió como si le hubieran echado un jarro de agua fría. La conmoción se convirtió en enfado. Lo apartó de sí.
– ¿Preparada? Estoy harta de esa palabra. Ahora o nunca. No voy a esperar a tu conveniencia. Me marcharé. Me casaré con lord Douglas, o con Kenneth, o… -Le dio la espalda-, Te odio, Kadar.
– No, no me odias.
Efectivamente, no lo odiaba. Ojalá lo odiara, pero el vínculo de tantos años era demasiado fuerte. Le brillaban los ojos por las lágrimas cuando lo miró por encima del hombro.
– Espera y verás. Aprenderé a odiarte.
El sonrió con tristeza.
– Pero eso me rompería el corazón.
– Nada puede romperte el corazón.
– Tú puedes. Por eso debo tener paciencia.
– Que el cielo maldiga tu paciencia.
– En realidad el cielo la aplaude. No es frecuente que un pecador abrace tanta virtud.
– No tiene sentido. ¿Por qué?
– Ten fe. No confías en mí. Necesito tu confianza desesperadamente.
– Confío en ti.
Él negó con la cabeza.
– Tú no confías en nadie. A excepción quizá de Thea. Quieres hacernos creer a los demás que confías en nosotros.
– Te equivocas.
– Tengo razón. Recibiste lecciones muy duras en la Casa de Nicolás. Una de ellas fue la falta de confianza. -Sonrió y dijo con delicadeza-: Pero yo merezco tu confianza. He dedicado un buen número de angustiosos años en ganármela. Después de la vida que he llevado, me sorprende que me importe tanto tu fe ciega en mí. Pero lo quiero todo de ti, Selene. No me conformaré con menos.
Ella lo fulminó con la mirada.
– ¿Y se supone que tendré que esperar hasta que consideres que te merezco?
– Se supone que tienes que permitirme enseñarte que soy un hombre en quien puedes confiar. -Bajó la voz a un tono de amenaza velada-. Pero te diré lo que no tienes que hacer. No sonreirás a ninguno de esos pobres diablos que están ahí dentro. Me enerva en grado sumo. Y si dejas que cualquiera de ellos te roce siquiera otra vez, no seré tan indulgente como lo he sido con lord Douglas.
– Tú no me das órdenes. Haré lo que me plazca. -Salió corriendo como un torbellino y subió los escalones hacia el salón.
Se detuvo tras una columna rota por el dolor. Maldito seas. Todos sus esfuerzos no habían servido para nada. ¿Por qué él no…?
– ¿Selene? -Thea se encontraba a su lado-. ¿Estás bien?
No, no estaba bien. Estaba enfadada y frustrada, y le dolía todo el cuerpo. Procuró sonreír.
– Desde luego que estoy bien. ¿Qué te hace pensar lo contrario?
– Por ejemplo las lágrimas que corren por tus mejillas -respondió Thea secamente.
– Tonterías. Yo nunca lloro. -Pero sabía que ahora lo estaba haciendo. Mira lo que había conseguido este idiota testarudo-. Se me habrá metido algo en el ojo.
Thea asintió.
– Bueno, ven a mi habitación y te ayudaré a sacártelo. -Empujó a Selene suavemente hacia las escaleras de piedra que se dirigían a sus aposentos-. No puedes volver a la fiesta de este modo.
No quería encontrarse con nadie. Deseaba irse a la cama y ponerse a dar puñetazos en la almohada para olvidar a Kadar y sus estupideces. Sin embargo, eso sería una victoria para él. Haría precisamente lo que él le había ordenado no hacer. Acompañaría a Thea y se lavaría los ojos, se pellizcaría las mejillas para sacarles color y bajaría para hacerle saber a Kadar que no le importaba nada de lo que le había dicho.
Bueno, es posible que no hablara dulcemente con ninguno de los hombres del salón. No tenía por qué, y tampoco era justo para ellos sabiendo ahora que Kadar había dado un aviso. Pero bailaría, reiría y le demostraría que le importaba un bledo su… Virgen Santa, ¿por qué no podía dejar de sufrir?
Thea abrió la puerta.
– Siéntate en la banqueta. -Se dirigió hacia la palangana y humedeció un paño-. No tardaré nada. ¿De qué ojo se trata?
Selene se dejó caer en el asiento.
– Las dos sabemos que no tengo nada en el ojo.
– No estaba segura de si estabas preparada para admitirlo. -Thea pasó el paño suavemente por las mejillas de Selene-. No deberías culpar a Kadar. Lo has hecho enfadar mucho.
– No, nunca debo culpar a Kadar -remedó amargamente-. Kadar a tus ojos es perfecto. Yo soy la única que causa trastornos.
– Kadar no es perfecto, pero le confiaría todo lo que poseo.
Otra vez con la confianza.
– Entonces confías en un necio. No toma lo que se le ofrece y encima pretende que se lo espere mientras cata a todas las mozas de Escocia.
Thea ahogó la risa.
– Puede que no todas las mozas. Pasa mucho tiempo en el mar.
– Seguramente para escapar de mí.
– Es una posibilidad. Tengo que preguntarle si utiliza el comercio de nuestra seda como excusa. Parecen demasiadas molestias solamente para evitar a una joven. Aunque también es verdad que puedes ser una gran molestia cuando te empeñas.
– Te estás riendo de mí.
Thea le acarició la mejilla.
– Eso nunca.
– Duele, Thea. -Apoyó la cabeza sobre el pecho de su hermana-. Nunca he querido esto. Pensaba que Ware y tu eran unos insensatos, ya sabes. Parecía peligroso querer tanto a alguien. ¿Y si te abandonan o si mueren, como mamá murió?
– Siempre es peligroso querer. Hay que tener fe.
Fe, confianza. ¿Por qué todo el mundo le arrojaba esas palabras?
– Kadar dice que no confío. ¿No es una estupidez?
Thea permaneció en silencio.
Selene levantó la cabeza.
– ¿Thea?
– Nunca pensé que pudiera darse cuenta. Eso significa que Kadar es más perspicaz que la mayoría de la gente. Ya veo hasta qué punto le importa a Kadar que no confíes en él. Kadar no ofrece su afecto a la ligera, y sus sentimientos hacia ti son muy fuertes. Lo quiere todo y le molesta que te quedes con algo -dijo apartando el cabello de la cara a Selene-. No es culpa tuya ser tan precavida. Todos a los que has amado se han ido de tu vida.
– Tú no.
– Incluso yo. Cuando escapé de la Casa de Nicolás y te dejé allí. Sabía que te haría mucho daño.