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Le brillaron los ojos.

– Ya te he dicho que estoy cansado. Pero si insistes, procuraré…

– Déjalo. -Selene sentía cómo el rubor le subía por las mejillas-. Estás intentando disuadirme. No lo conseguirás por ese camino.

– La sugerencia de intimidad me está empezando a molestar -dijo Kadar con una sonrisa sardónica-. Selene cree que tu participación es imprescindible. Para ser sinceros, tu aparición en este preciso momento y lugar parece caída del cielo.

– No tengo nada que ver con el cielo y no tengo credenciales en ese lugar.

– Ni me importa. Te necesito -insistió Selene-. Ware confiaba en ti. Si nos ayudas, te prometo que nadie te hará daño.

Kadar le presionó el hombro.

– Vamos a dejarlo que lo piense. Estaremos en la villa. Cuando tengas la mente más despejada, quizá puedas hacernos saber tu decisión.

Selene se levantó a regañadientes. Suponía que Kadar tenía razón. No estaban llegando a ninguna parte con Vaden.

– Ayúdanos, Nasim es un monstruo. Hace daño a mucha gente.

Vaden se la quedó mirando con esos fríos ojos azules que parecían un lago glaciar.

– ¿Te ha hecho daño a ti?

– Sí-susurró-. Me ha hecho daño.

Fijó la mirada en su copa de vino.

– A mí no me ha hecho nada.

Selene se volvió sobre sus talones y se dirigió hacia la salida.

Kadar la alcanzó fuera.

– No está perdido del todo.

– Ya no sé cómo persuadirlo.

– No estoy seguro. Es difícil saber lo que Vaden está pensando.

– Nos ha dicho lo que pensaba. Y su respuesta ha sido no.

– Eso no significa que sea su última palabra. Incluso Ware dudó en algún momento de Vaden. Esperaremos unos días y luego lo intentaremos otra vez.

– Ya no estoy segura de seguir queriendo su ayuda. Es muy arrogante, demasiado indulgente consigo mismo, brutal…

– Y un gran guerrero, mejor incluso que Ware. Sí que lo quieres.

Suspiró.

– Sí, lo quiero.

Al cabo de dos días Vaden apareció en la villa. Llevaba puesta una armadura ligera que brillaba a la luz del atardecer. Estaba limpio, sobrio, e incluso más extraordinariamente atractivo a la luz del día.

– ¡Cielo santo! -murmuró Layla al verlo subir las escaleras-. Magnífico. ¿Quién es?

– Vaden. Estoy segura de que él estaría de acuerdo contigo. -Selene se acercó, deseosa de saludarlo-. Has venido. ¿Por qué?

– Lady Selene. -Hizo una reverencia-. Era necesario. Me había quedado sin vino.

– Aquí tenemos todo el que necesites. -Kadar se acercó hasta donde se encontraba Selene.

– Bien. Entonces mi viaje no habrá sido en balde. -Paseó la mirada por la antesala y fijó los ojos en un busto del Papa Julio.

– Lo había olvidado. Me sorprende que no os hayáis deshecho de esa estatua de Su Santidad.

– ¿Por qué? Está muy bien elaborada -dijo Tarik-. Todo en esta casa está exquisitamente trabajado. Tu madre tenía un gusto excelente.

– No tenía gusto para ella misma. Estudiaba los gustos y caprichos de Su Santidad y le daba todo lo que él quería. -Su tono carecía de expresión-. Era un espejo. -Se volvió hacia Kadar-. Primero el vino y después la conversación. ¿Salimos a la terraza? -No esperó respuesta y salió de la antesala dando grandes zancadas.

– Como te parezca -murmuró Tarik-. ¿Tendré que recordarte que ya no eres el amo de este lugar?

– Dudo que le hiciera ningún bien. -Selene corrió en pos de Vaden, seguida de Kadar, Layla y Tarik.

– Pagaste demasiado, Tarik -dijo Vaden apoyándose en la balaustrada de espaldas al jardín-. Habría aceptado mucho menos con tal de deshacerme de este sitio.

– Lo sé -reconoció Tarik sentándose en el banco-, pero entonces la culpa habría estropeado mi regocijo.

– Es la perdición que gobierna su vida -comentó Layla.

Vaden se volvió hacia ella.

– ¿Y tú eres…?

– Layla. Soy la esposa de Tarik. -Kadar sirvió una copa de vino y se la ofreció a Vaden-. Tu vino. ¿Tendremos que esperar a que termines para empezar a hablar?

– Nada debe interferir con una buena copa de vino -dijo Vaden sonriendo-. Pero supongo que puedo hacer una excepción.

– ¿Has decidido ayudarnos? -preguntó Selene.

– Si alcanzas mi precio.

– Lo alcanzaremos.

– No seas tan impaciente -intervino Tarik-, es mi boIsa de dinero la que estás vaciando.

– Sin duda eres un hombre rico -afirmó Vaden-. Solamente los muy ricos pueden permitirse sentirse culpables.

– ¿Cuál es tu precio?

– Primero dime qué papel desempeño en este asunto.

– Lo que siempre haces: tú y tus huestes atacaréis cuando nosotros lo estimemos necesario -respondió Selene.

– Cuando yo lo estime necesario -corrigió Kadar-. Un ejército con demasiadas cabezas suele terminar con todas ellas cortadas.

– Por eso seré yo quien tome las decisiones -resolvió Vaden.

Kadar negó con la cabeza.

– Conozco a Nasim, y tu papel en esto podría ser menor, dependiendo de cómo lo posicionemos.

– Mi papel nunca es menor -dijo mirando a Kadar y encogiéndose de hombros-. Pero podemos decidir los detalles más tarde.

Era una victoria importante, pensó Selene, además no había esperado que Kadar la ganase.

– Lo primero que hay que hacer es encontrar a Nasim. Creemos que está en algún lugar cerca de Roma.

– Pompeya -dijo Vaden-. Los asesinos nunca se aventuran demasiado cerca de cualquier ciudad de la cristiandad. El miedo es una de sus armas, y la distancia les da un aire de misterio. Nasim y sus hombres han establecido su campamento sobre las ruinas.

– ¿Cómo lo sabes? -quiso saber Selene.

– Esto es Roma. Es el lugar donde nací. Me ocupo de saber todo lo que pasa por aquí.

– Entonces sabías que Nasim estaba aquí la primera vez que hablé contigo.

– Sabía que estaba cerca, y lo localicé ayer por la mañana. -Vaden exhibía una sonrisa angelicalmente bella-. Pero aún no se me había acabado el vino.

Ella tenía ganas de golpearlo. Respiró profundamente.

– Nasim nos está buscando. Tenemos que alcanzarlo antes de que descubra dónde nos encontramos.

– Podríamos atraerlo hasta aquí. -Vaden observó a su alrededor la fresca belleza de los azulejos de la terraza-. De hecho, me parece una idea espléndida. La villa podría ser un buen campo de batalla. Si Nasim se adentra aquí con sus caballos, Tarik podría librarse de varias de esas abominables estatuas.

– Eso no tiene ninguna gracia -remarcó Tarik-. Es evidente que no solo pretendes convertirme en un mendigo, sino que además deseas privarme de mi propiedad.

– Bien, de todas formas no creo que pudiéramos atraerlo hasta aquí -reconoció Vaden-. Tendremos que confiar en el ataque.

– Podemos atraerlo con un señuelo. Tenemos algo que él quiere -le informó Kadar-. No obstante, elegiremos un lugar que no sea esta casa.

Vaden lo miró fijamente.

– ¿Qué tienes que Nasim tanto desea?

– No es asunto de tu incumbencia -replicó Layla.

– Todo lo que afecta a mi vida y a la de mis hombres es de mi incumbencia. -Se detuvo unos instantes-. No será el cofre dorado, ¿verdad?

Layla se puso rígida.

– ¿Qué sabes tú de…?

– Rumores -respondió devolviendo la mirada a Tarik-. Circulaban muchas historias interesantes sobre ti cuando te vendí esta casa de campo. Estuve tentado de venir y coger el cofre yo mismo.

– Tuve suerte de que no lo intentaras.

– No seré yo quien juzgue a Nasim por interesarse en un pequeño tesoro. ¿Qué hay en el cofre?

– Ya sabes, lo suficiente -dijo Layla.

– No, tiene razón -intervino Selene en su defensa-. Está poniendo en juego su vida. En el cofre solo hay un grial.