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– ¿Te pusiste esa prenda el día de tu boda?

Su sonrisa se desvaneció.

– No, nosotros nos casamos en secreto. Llevaba la misma túnica blanca de lino que usaba a diario. Pero me puse una flor de loto en el pelo. Tarik me dijo que estaba muy bella. -Se encogió de hombros-. Sabía que mentía, pero a veces las mentiras proporcionan un gran consuelo.

– Estoy segura de que estabas muy bella.

– En realidad no importaba. Yo me sentía bella. -Abrió la puerta-. Vuelvo enseguida.

Tarik le besó el pecho antes de susurrar:

– ¿Te casarás conmigo, Layla?

Ella se quedó rígida.

– ¿Casarme? -Se apoyó sobre un brazo y lo miró a los ojos-. ¿Quieres casarte conmigo?

El sonrió.

– ¿Por qué te sorprende tanto? Ya sabes que te amo.

– Sí.

– Y tú también me amas.

Ella permaneció en silencio.

– ¿Layla?

Acomodó la cabeza en el hueco de su hombro.

– ¿Por qué quieres casarte? Copulamos, disfrutamos juntos.

– ¿Por qué tú no?

Escudriñó en la oscuridad más allá de la ventana al fondo de la habitación. Hacía calor, era una noche húmeda y había dejado las persianas abiertas. Percibía el aroma a incienso de aceite de palma que ella había encendido para ocultar el hedor de las calles. Conocía ese vecindario: ladrones que robaban a los vivos y a los muertos, mendigos, prostitutas. Se había visto obligada a caminar por esos caminos y a aprender la maldad que se desprendía en cada esquina. Pero era un mundo que Tarik nunca había conocido tras los muros de la Gran Biblioteca.

Hasta que ella lo había forzado a salir de aquellas cuatro paredes.

– Layla.

– Yo no… soy como tú.

– ¿Y eso qué importa?

– Yo no medito y venero a esos grandes filósofos cuyas palabras copias en los pergaminos. Me paso el tiempo apenas sin pensar. Me limito a hacer lo que creo mejor, lo que quiero hacer.

– Tú piensas mucho. Eres la mujer más inteligente que conozco.

– Claro que soy inteligente. No me refiero a eso. -Se acurrucó aún más contra él mientras escogía las palabras que lo distanciarían-. No soy… yo no… no debería casarme contigo. Tú no me conoces.

El la besó en la cabeza.

– Lo suficiente. Me has contado todo lo que necesito saber.

– No sabes nada. Soy egoísta y… ¿sabes por qué me metí en tu lecho por primera vez? Pensé que tu interés por encontrar el pergamino estaba disminuyendo. Necesitaba retenerte. Desde el primer momento en que te vi en la biblioteca, lo que pretendía era utilizarte para conseguir lo que deseaba.

– Lo sabía.

Se sentó y lo miró atónita.

– ¿Lo sabías?

Él se echó a reír.

– Eres muy mala disimulando, amor mío.

– Eso no es cierto -replicó indignada-. No lo he hecho mal engañando a los sacerdotes durante todos estos años.

– Entonces quizá ahora veo con más claridad porque te amo.

– ¿Y por qué me amas? -le preguntó intrigada-. Me miro a mí misma y no veo nada que pueda gustarte. Soy egoísta y mordaz y lo único que he hecho ha sido utilizarte.

– Sí, has hecho algo más.

– ¿El qué?

– Me has amado -respondió simplemente-. No al principio, pero gradualmente fue llegando el amor.

– Yo no… -No pudo acabar la frase. Cerró los ojos-. No sé nada de este amor. Hace tanto tiempo… Si de verdad te amo, lo que siento es duro, extraño y doloroso.

– Será mejor cuando te acostumbres a la idea. ¿Te casarás conmigo, Layla?

Abrió los ojos, aunque todavía estaban bañados por las lágrimas.

– Es una locura. No serás feliz.

– No seré feliz sin ti. ¿Te casarás conmigo?

Se tendió de nuevo junto a él.

– Tienes razón, no serías feliz -dijo con voz temblorosa-. Seguramente te he estropeado para cualquier otra mujer. ¿Quién sería tan inteligente y lista y…?-Tuvo que parar un momento-. Así que supongo que es mi deber desposarme contigo. Lo haremos mañana.

Sonrió.

– Y ponte una flor de loto azul en el pelo.

– Las flores no me quedan bien.

– Hazlo para complacerme.

Sabía que al día siguiente llevaría una flor de loto en el cabello.

– Layla.

Se dio la vuelta y vio a Kadar bajando hacia el salón.

La miraba con curiosidad.

– Estabas absorta en tus pensamientos. Te he llamado tres veces.

Recuerdos, no pensamientos, y daba igual que la hubiera arrancado de ellos.

– Sí, ¿qué quieres?

– Una tregua. Aunque no nos pongamos de acuerdo sobre el grial, tenemos que trabajar juntos.

– Ya tienes a Tarik -añadió con ironía-. ¿Cómo es que necesitas la ayuda de una simple mujer?

– Porque esa simple mujer puede causar innumerables dificultades, si se empeña.

– Eso es totalmente cierto. Eres lo suficientemente inteligente como para darte cuenta de ello, y más aún para reconocerlo ante mí -dijo centrándose en su mirada-. Pero siempre he sabido que eres inteligente. Lo que no sabía era lo egoísta que puedes llegar a ser.

– Tan egoísta como cualquiera. Sin embargo cumplo con mi palabra. El grial está seguro.

Asintió lentamente.

– ¿Y Selene está igual de segura?

El la miró sorprendido.

– ¿Acaso te importa?

– No carezco de sentimientos. He empezado a considerar a Selene como mi amiga.

– No tienes que preocuparte por Selene. La he cuidado durante mucho tiempo. Eso nunca cambiará.

– ¿Nunca? -Torció el gesto-. Eso podría ser más tiempo del que te imaginas. ¿Has considerado en algún momento la posibilidad de darle la poción a Selene?

– Sí. No he podido evitarlo.

– A pesar de tu escepticismo sobre Eshe.

– Sí.

– Me lo imaginaba. Es natural que quieras jugar seguro con las vidas de las personas que quieres. Has estado pensando que la poción no te ha hecho daño y que, si esperas hasta comprobar si es verdad lo que te hemos contado, Selene será una anciana. Así que te estás planteando el dársela ahora.

– Solamente si ella quiere.

– Siempre te elegirá a ti, aunque no sea lo que en realidad quiere.

– No en este momento. Ahora tiene la mente en otras cosas -dijo levantando una ceja-¿Por qué estás preocupada? Creo recordar que para ti representa un gran regalo.

– Es un gran don. -Hizo una pausa-. Pero está Chion. Y Selene sufrió terriblemente cuando Haroun y su bebé murieron. ¿Cómo sabré el efecto que causará en ella con los años? -Ella lo miró a los ojos-. ¿Quieres mi ayuda? La tendrás con una condición. Si decides darle Eshe a Selene, primero lo discutiremos tú y yo.

– Hecho.

– Y tiene que poder elegir. ¿Lo entiendes? No importa lo tentado que estés, es lo único que debes tener en cuenta.