– Por supuesto.
Ella respiró aliviada.
– Bien. Y ahora que está todo hablado, tendré que buscar un criado para decirle que nos lleve a su aposento comida para las dos.
– Yo lo haré -se ofreció Kadar-. Vuelve y hazle compañía. Te necesitará. La veo inquieta esta noche.
– Inquieta. Una palabra extraña para describir a una novia.
– No más extraña que la situación -replicó sonriendo-. Ni que las personas que rodean a la novia, incluyéndote a ti, Layla.
– Yo no soy extraña. Soy muy… -Hizo una mueca y luego dijo a regañadientes-: Quizá un poco rara, si quien me mira tiene una mente aburrida y sin imaginación.
Él asintió con solemnidad.
– Y a quien no le importa aburrirse de todas formas.
Se echó a reír.
Y ella se sorprendió de que no le importara. Su risa era como la de Tarik, sin malicia, solo buen humor que invitaba a ser compartido.
– Exactamente. -Se giró sobre sus talones-. No para aquellos que hablan mucho y no hacen nada. Espero que un criado con comida llame a la puerta del aposento de Selene en un cuarto de hora.
El sacerdote murmuraba sus palabras y hacía gestos con el crucifijo.
Ya tenía que estar a punto de acabar, pensó Selene. No recordaba que la ceremonia de Ware y Thea hubiera durado tanto. Parecía que Kadar y ella habían estado arrodillados ante el sacerdote una eternidad.
– No frunzas el ceño. No ha sido tan largo -susurró Kadar.
Ella lo miró sorprendida. Le había leído el pensamiento, como de costumbre.
Estaba sonriendo.
– ¿Podrías estar un poco menos seria? Layla desconfía. No quiero que venga corriendo y te saque de aquí antes de firmar.
Desvió la mirada hacia Layla y Tarik, que se encontraban al otro lado de la estancia.
– Ella no hará nada -susurró-. Anoche me habló muy bien de ti.
– ¿Bien? ¿Layla?
– Bueno, mejor de lo habitual. ¿Qué le has…? -Se calló al darse cuenta de que el sacerdote la estaba mirando con severidad. Seguramente no mostraba suficiente respeto. Pero Kadar había hablado primero, y el sacerdote no lo miraba mal a él. Ahora que reparaba en ello, el sacerdote había ignorado a ambas, a Layla y a ella, cuando había llegado a la villa. A los ojos de la iglesia la mujer no servía para nada excepto cuando había que echarle la culpa de algo. En ese caso la mujer siempre era la culpable, pensó con enfado. Susurró a propósito en voz más alta-: No me gusta este sacerdote. Es descortés y me estoy aburriendo.
Kadar se aguantó la risa.
– No creo que él considere que su deber consista en divertirte a ti.
– Además esta ceremonia no es como los esponsales de Ware y Thea. -Dios santo, le temblaba la voz. ¿De dónde había salido esta tristeza tan repentina?
Kadar apretó la mano con más fuerza.
– Shh, no pasa nada. Esto en realidad no tiene nada que ver con nosotros.
¿Cómo podía decir eso? Los votos eran para siempre. El sacerdote podría no ser importante, pero los votos se elevaban como una inmensa sombra sobre todo lo que los rodeaba.
– Mírame. -Él le sostuvo la mirada, con la voz suave pero vibrando con fuerza-. Sigue mirándome. No pasa nada, Selene. Nunca ha pasado nada. Desde aquel primer día en que te conocí en la Casa de Nicolás.
No podía dejar de mirarlo. Ya no escuchaba las palabras del sacerdote. No existía nadie excepto Kadar. Kadar cogiéndole de la mano en la oscuridad. Kadar bromeando mientras jugaban al ajedrez. Kadar tendido junto a ella en la habitación de la torre. Kadar…
– Ya está hecho -anunció Kadar. Una brillante sonrisa iluminaba su rostro-. Bueno, no ha sido tan doloroso, ¿o sí?
– ¿Qué? -Estaba hablando de sus votos. Por fin el sacerdote había terminado. Kadar estaba de pie, ayudándola a levantarse-. No, me imagino que no.
Él la hizo girar y la empujó suavemente hacia Tarik y Layla.
– Enseguida me reuniré con vosotros. Creo que voy a despedir al sacerdote antes de que sigas insultándolo. Puede que necesitemos el poder de la Iglesia antes de que todo esto termine.
– Muy bien.
– Dios santo, ¿docilidad?
Ella estaba tan sorprendida como él. De alguna manera, esos últimos momentos habían hecho olvidar toda la tensión y la impaciencia. No se sentía dócil, sino soñadora, tibia y serena.
Tan serena como cuando se había enterado de que iba a ser madre.
No supo de dónde salió esa idea. De eso trababa todo aquello. Esa noche estaría otra vez con Kadar y podrían concebir otro hijo.
Pero no era esa impaciente y feliz expectativa lo que estaba haciéndole sentir un cosquilleo por todo el cuerpo.
– ¿Selene? -preguntó Kadar.
Ella le sonrió y luego se dio la vuelta para ir hacia Tarik y Layla.
– ¿Estás segura de que es lo que deseas? -preguntó Layla en voz baja-. El hecho de desposarte no significa que tengas que acostarte con él.
Selene sonrió.
– La mayoría de la gente piensa que es un segundo paso necesario.
– Pero tú no.
– ¿Por qué te preocupas? No es como si nunca hubiera copulado antes.
– Sientes las cosas de manera muy profunda. La pasión a veces domina a las personas y las obliga a hacer cosas que no son buenas para ellas. Kadar puede ser muy persuasivo.
– Sí, en efecto.
Kadar en la habitación de la torre, moviéndose dentro de ella, susurrando palabras excitantes.
– No me estás escuchando -dijo Layla con disgusto-. Tienes una expresión suave como la seda. Deberías ir a tu aposento. Yo te enviaré a Kadar.
Kadar todavía estaba hablando con el sacerdote, sonriendo, reparando cualquier enfado que pudiera sentir aún.
Era su esposo. Estaban unidos.
– Ve -dijo Layla-. No me gusta la idea de verte derretir ante mis ojos.
– Exageras. -Pero no mucho, pensó un poco a su pesar. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Además estoy harta de verte gruñir. Te veré por la mañana.
Sentía la suavidad de sus ropajes acariciándole el cuerpo a cada paso. El roce era sensual, como una caricia.
Como Kadar…
¿Por qué no podía pensar en otra cosa?
Cerró la puerta y se apoyó contra ella.
Pronto estaría allí.
Su corazón latía con fuerza. Se encontraba rara, como sin aliento.
No podía quedarse ahí esperando. Tenía que hacer algo.
La habitación estaba casi en penumbra. Encendió una vela.
– Me gustas con ese vestido.
Se dio la vuelta y vio a Kadar de pie en el umbral de la puerta.
Se humedeció los labios.
– En realidad no es un vestido. Layla me lo ha enrollado… -Se olvidó de lo que estaba diciendo cuando sus ojos se encontraron-. ¿Se ha ido ya el sacerdote?
– Después de que Tarik le compensara generosamente. -Cerró la puerta y se acercó a ella-. No le has gustado nada. Me ha compadecido por mi mala suerte al adquirir semejante arpía por esposa. Quería saber si tu dote era suficiente para compensar el sufrimiento que me traerías.
– ¿Y qué le dijiste?
– Le conté que había cometido numerosos y enormes pecados y que tú eras mi penitencia. -Se detuvo ante ella podía sentir el calor de su cuerpo-. Me respondió que debería haberme confesado con él y que jamás me habría impuesto semejante expiación.
Ella apenas podía encontrar sentido a sus palabras. Le temblaban las rodillas y solo podía mirarlo. ¿De qué estaba hablando? Algo sobre el sacerdote.
– No le gustan las mujeres.
– Eso no está mal en un hombre que ha tomado los votos de castidad.
– Debería tener un respeto por… -Respiró hondo cuando él le tocó con el dedo pulgar el hueco de la garganta.