Выбрать главу

– Espera. No puedes…

Aparentemente sí podía. Estaba hablando a las paredes. Posó la mirada en Kadar. Parecía desvalido. Nunca había visto bebido a Kadar. Como Vaden había dicho, Kadar siempre estaba en guardia, siempre bajo control. En ese momento desde luego no lo estaba. ¿Qué iba a hacer con él?, se preguntaba con exasperación. Había estado pensando mucho a lo largo de toda la noche, pero aún no estaba preparada para enfrentarse a Kadar. En especial a un Kadar totalmente borracho.

Preparada o no, él estaba ahí y tenía que aceptarlo. Se deslizó fuera de la cama y se desplazó, desnuda, hasta la ventana. Los primeros rayos del amanecer iluminaban el cielo. No tenía por qué permanecer allí. Se vestiría e iría a sentarse al jardín, y luego volvería cuando Kadar se despertara. Quizá ya se habría ido cuando ella volviera. No había sido su deseo importunarla. Se mantendría apartada de su camino hasta que…

No te escondas de mí.

¿Se estaba escondiendo, como afirmaba Kadar? El plan para evitarlo había salido fácilmente.

Acepta lo que soy.

Aún no estaba preparada. Tenía que pensar, dejar que los planes de él dieran sus frutos.

Confía en mí.

Cuánto había luchado con el problema de la confianza.

Dios santo, ¿por qué se encontraba ahí de pie, tiritando? Nunca había puesto reparos a la hora de enfrentarse a nada. En realidad, la decisión ya estaba tomada.

Se dio la vuelta y se acercó al lecho. Permaneció allí mirando a Kadar durante un rato.

Luego se metió en la cama junto a él y esperó hasta que se despertara.

Kadar no abrió los ojos hasta bien entrada la tarde. Entonces los cerró inmediatamente.

– Dios santo, cómo me duele la cabeza…

– Te está bien empleado -le riñó Selene.

Abrió los ojos de nuevo.

– ¿Qué estás…? -Su mirada iba de su rostro hasta el desnudo cuerpo bajo la manta-. Cielo santo.

– Ve a enjuagarte la boca. Apestas a vino.

Se sentó con cautela y luego se estremeció cuando giró la cabeza para mirarla de arriba abajo.

– ¿Qué estoy haciendo aquí?

– No viniste por tu propio pie, si eso es lo que te preocupa. Vaden te trajo. Te soltó en mi lecho como un fardo de paja.

Se estremeció de nuevo al levantarse para ir a lavarse.

– Espero que no hayas utilizado esa comparación con Vaden. He comprobado que tiene un perverso sentido del humor.

– No me dio la oportunidad de decir nada. Parecía estar demasiado henchido de felicidad por haberte quitado de encima las complicaciones como para fijarse en nada más.

– En cambio él se ha metido en muchas más. -Se lavó la cara con agua y se enjuagó la boca-. No veo el momento de ser yo mismo otra vez para ir a romperle el pescuezo.

– Yo no llegaría tan lejos. Su franqueza me ha resultado útil.

Se detuvo a mitad de camino mientras se secaba la cara.

– ¿Qué?

Selene respiró profundamente. No te escondas. Sé sincera. Ábrete.

– Creo que me has oído perfectamente. Ahora, si puedes acercarte a mí sin intoxicarme con ese olor nauseabundo, me gustaría que volvieras a la cama.

Colocó la toalla lentamente en su sitio.

– ¿Por qué?

– Deseo hacer el amor contigo -dijo humedeciéndose los labios-. Aunque no entiendo por qué has considerado oportuno privarme de mi noche de bodas.

– Selene.

– No discutas. -Recorrió su cuerpo con la mirada-. No estoy ciega. Veo que estás preparado para mí.

– Y tú, ¿estás preparada para mí?

Se refería a algo más que lo físico.

– Creo… -Encontró su mirada y dijo con claridad-: Claro, sé que estoy lista para ti.

Una brillante sonrisa iluminó su rostro.

– Supongo que debería hacer preguntas y darte la oportunidad de que tú también te cuestiones a ti misma. Sería lo más noble. -De tres zancadas se plantó en la cama y apartó las sábanas-. Pero ya he ido por ese camino y no volveré a hacerlo nunca más. -Le separó los muslos y se colocó entre ellos-. Ya he sido noble para el resto de mi vida.

– Nunca te he pedido que seas…

Perdió el habla y el aliento cuando él se hundió profundamente y empezó el movimiento rítmico. Lo rodeó fuertemente con sus brazos.

Acepto. Confío. Me entrego.

Oh, sí, me entrego.

– Lo has hecho muy bien -dijo besándole en el hombro-. Admito que tenía mis dudas. Nunca te había visto ebrio.

– Me empujaron a ello. -Se apoyó en el codo y fijó la mirada en ella-. Y no es que lo haya hecho solo bien, mi actuación ha sido magnífica.

– Fanfarrón. -Reflexionó sobre ello-. Quizá la primera vez.

– La tercera ha sido incluso mejor.

Ella sonrió tímidamente.

– Estaba demasiado agotada para darme cuenta.

– Me ofendes. -Le apartó el cabello de la cara con una suave caricia-. Pero es cierto, he notado una falta de entusiasmo en ti. Creía haberte enseñado que una mujer debe ser tan diestra en esto como un hombre… -Suspiró profundamente-. ¿Me quitarías… por favor… la mano?

Ella le dio un apretón.

– En realidad, una mujer no tiene que ser tan diestra. Veo que respondes a las cosas más simples.

– ¿Simples? -Se puso rígido mientras ella le acariciaba con las yemas de los dedos-. Si no deseas unirte a mí otra vez en el próximo minuto, deberías quitar la mano.

Ella se echó a reír y lo soltó.

– No hasta que haya cenado algo. -Sacó los pies de la cama y se puso en pie-. Y después deseo un baño bien caliente. -Se enrolló el cuerpo sin poner mucho cuidado con la pieza de seda azul. Layla tenía razón, esa vestimenta tenía muchos usos. Le gustaba la sensación de suavidad en sus pechos. Notaba su cuerpo tan elegante y sedoso como la tela-. Y después veré qué otras cosas sencillas te divierten.

Sentía cómo la seguía con su mirada mientras se acercaba a la ventana. La noche había caído hacía horas y la luz de la luna se reflejaba en el estanque rectangular. Tan sereno. También ella se sentía serena. Hacía solamente unos minutos había estado entregada a la más frenética de las pasiones, pero ahora se sentía tan calmada como ese fresco y tranquilo estanque.

– ¿En qué estás pensando? -quiso saber Kadar.

– Pienso en que los sentimientos rara vez permanecen iguales por mucho tiempo.

– Algunos sí. -Hizo una pausa-. Amor. Odio.

– Sí, pero eso no es lo mismo. -Volvió hacia él-. Además, ahora no quiero pensar en el odio. -Se arrodilló en el suelo junto al lecho y descansó la mejilla en su mano-. Te amo, Kadar -susurró-. Te he amado toda la vida -dijo restregando la mejilla contra él. Añadió con voz entrecortada-: Pensé que podría vivir sin ti. Pensé que estaría bien. Estaba equivocada. Necesito estar contigo.

– Selene.

– Así que cuídate -ordenó con fiereza-. ¿Me oyes? No permitiré que mueras por mí.

– ¿Ah, no? -Acunó su mejilla con la palma de la mano. Le temblaba la voz-. Procuraré complacerte.

– Además tienes que prometerme que me amarás por siempre jamás.

– Eso es fácil. -Le levantó la barbilla y la miró directamente a los ojos-. Te amaré hasta el día de mi muerte, Selene.

– Me gustan estos votos mucho más que los que hemos hecho ante el sacerdote -dijo ella temblando-. Yo también te amaré hasta el día de mi muerte, Kadar.

Por un segundo afloró una expresión indefinible en su rostro, luego desapareció.

– Te lo agradezco. -Inclinó la cabeza y le rozó los labios con los suyos-. Procuraré no traicionar tu confianza.

– Más te vale. Acabo de dártela. -Se levantó-. Aunque yo nunca hago las cosas en corta medida. Ahora confío en ti, hagas lo que hagas.