– Sí, lo eres. Por Dios santo, si tu historia es cierta, pensaría que los años te han hecho más civilizada.
– El alma nunca cambia. Soy de la opinión de que todos nacemos con el alma que nos llevamos a la tumba. Aprendemos, pero no podemos cambiar esa parte de nosotros. En todo caso, aumentamos lo que empezamos a ser.
– Entonces que Dios nos ayude.
– A veces lo hace. En otras ocasiones nos ayudamos a nosotros mismos. -Layla hizo una pausa-. Y otras veces titubeamos y cometemos errores. Cuando esto sucede, o te perdonas a ti mismo o dejas que ello te destruya. No permitiré que Tarik o yo nos destruyamos por lo que le ocurrió a su hermano. Simplemente tenemos que seguir adelante. -Movió los hombros como sacudiéndose de una carga-. Ya es suficiente. Te he contado todo lo que me has pedido. No me resulta fácil estar aquí sentada frente a ti, mirándome y preguntándome cosas que yo misma me he cuestionado. Ahora vete y déjame que encuentre algo de paz.
Selene se puso en pie a regañadientes. Paz. No conocería la paz esa noche. Tenía la cabeza demasiado ocupada con sus crecientes emociones.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Layla.
– ¿Sobre Eshe? No lo sé. -Se dirigió hacia la entrada de la tienda-. Quizá no haya que hacer nada. Puede que Tarik y tú estéis locos y que no exista Eshe ni nada parecido. En este momento no puedo seguir pensando en ello. Ya estoy bastante trastornada, y ahora hay que ocuparse de Nasim.
Se detuvo en el umbral de la tienda y respiró hondo. Había caído la noche y el aire fresco le sentaba bien a sus arreboladas mejillas. Se dio cuenta de que estaba temblando. Era fácil decir que no podía permitirse pensar en Eshe ahora, pero ¿cómo evitarlo?
No tuve alternativa.
Cinco viales… No más.
No puedes esconder la cabeza bajo el ala.
Sin embargo procuraría no enfrentarse a ello esa noche. Ya sabía lo que quería. Ahora no apartaría su atención de Nasim.
Recorrió el campamento con la mirada y vio a Vaden y a Kadar conversando junto al fuego. Bien, tendría tiempo de recobrar la compostura antes de hacer lo que tenía que hacer.
CAPÍTULO 20
Kadar estaba sentado a la entrada de la tienda cuando ella llegó dos horas más tarde.
Se puso en pie.
– Has desaparecido un buen rato. Pensaba que te habrías escapado.
– No, no es verdad. Sabes que nunca cometería esa locura. ¿Por qué habría de engañarme a mí misma?
Él sonrió.
– Aun así estaba tan preocupado que comprobé si tu caballo seguía con los demás. ¿Dónde estabas?
– Hablando con Layla.
Su sonrisa se evaporó.
– ¿Y?
– Ella no tiene tantos reparos como tú a la hora de pensar en mis sentimientos.
– Es que no te ama como yo.
– No ama a nadie más que Tarik, pero creo que me tiene aprecio. Aunque eso tampoco la detendría si tuviese que sacrificarme en el altar. Sin embargo, es sincera, realmente sincera. Y es una cualidad que he empezado a valorar últimamente. -Se acercó y le cogió la mano-. Y ahora quiero acostarme contigo. No quiero hablar de Layla, Tarik, Nasim o Eshe. Quiero abrazarte y que me abraces. Quiero que me hagas el amor. Quiero dormirme en tus brazos y espero que ya te hayas marchado cuando despierte. No deseo volver a verte hasta que estés de vuelta del campamento de Nasim sano y salvo. ¿Entendido?
– Perfectamente. -Sonrió y la llevó al interior de la tienda-. ¡Cómo no! Ven y acuéstate a mi lado, amor mío.
Las tiendas estaban junto al acantilado que miraba hacia las colinas occidentales, tal y como el mensajero de Nasim había dicho a Kadar en su anterior reunión.
Kadar cabalgaba a unos cien metros de distancia. No tenía ante sus ojos el formidable ejército de Nasim, pero aun así parecía bastante peligroso.
Kadar pudo divisar a Nasim y a Balkir de pie frente a la más grande de las tiendas, con los ojos fijos en él. Acertó a contar al menos veinte asesinos arremolinados en el campo.
Bien, era lo que esperaba. Tendría que confiar en su ingenio y en la oportunidad.
Puso su caballo al trote.
– ¿Dónde está el cofre? -preguntó Nasim.
– Cerca de aquí. ¿De verdad creías que lo traería conmigo? -Los ojos de Kadar recorrieron el círculo de hombres que rodeaba a Nasim-. ¿Qué te impediría rebanarme el cuello y coger el cofre sin más?
– Mi promesa.
Kadar soltó una carcajada.
– Eso sí que tiene gracia.
– ¿Dónde?
– Te llevaré hasta allí. Pero solamente a ti y a Balkir. Estaremos a la vista de tus hombres, pero quiero que una cabeza salga disparada una vez tengas el grial. -Miró a Balkir-. Ve a buscar las bolsas de oro y átalas a tu silla.
Nasim hizo una negativa.
– No vamos a ninguna parte.
– ¿De qué tienes miedo? -Kadar señaló hacia la caída vertical junto a la que se asentaba el campamento de Nasim-. Has comprobado que no hay trampa posible. Desafío a cualquiera a escalar ese acantilado. -Desenfundó su daga y la tiró al suelo-. Estoy desarmado.
Nasim guardó silencio por unos instantes, luego montó en su caballo.
– Vamos. Pero no perderé de vista el campamento.
– ¿Balkir? -preguntó Kadar.
– Esto no me gusta -dijo Balkir.
– Ve a buscar el oro, Balkir -ordenó Nasim.
Balkir dudó, pero luego entró en la tienda. Salió al cabo de unos instantes con cuatro sacos y los ató a su montura.
– Muy bien -dijo Kadar.
Balkir no le quitaba los ojos de encima mientras se subía al caballo y les seguía los pasos desde el campamento.
– ¿Dónde has escondido el grial? -quiso saber Nasim tras haber cabalgado unos cientos de metros.
Kadar señaló hacia un montón de rocas en la distancia.
– No muy lejos de aquí.
– Detrás de esas piedras no me meteré. Permaneceré en campo abierto, a la vista de mis hombres.
– Por supuesto. -Kadar espoleó suavemente a su caballo para que apretase el paso-. No esperaba otra cosa.
Cuando llegaron a las rocas desmontó de un salto y desapareció tras las piedras. Reapareció un momento después, con un cofre de madera. Lo depositó frente a Nasim.
– Bajaos los dos del caballo y examinadlo.
Balkir desmontó despacio, con la mirada fija en el arca. Nasim ya había descendido de su cabalgadura, enrojecido por la impaciencia.
– ¿Esto es todo? -susurró-. ¿Es realmente el grial?
– No estoy tan loco como para haberte traído otra cosa. -Abrió el cofre y retiró la seda púrpura que lo cubría. El dorado cofre brillaba a la luz del sol.
Nasim quiso tocarlo.
Kadar se puso delante y miró a Balkir.
– ¿No olvidas algo? -preguntó en voz baja.
– Hazlo tú mismo -respondió Nasim con impaciencia-. No necesitas una daga para semejante individuo.
– No lo haré con todos tus asesinos mirando desde el campamento.
– De acuerdo. -Nasim se sacó la daga, giró bruscamente y la hundió en el corazón de Balkir.
Los ojos de Balkir se salieron de las cuencas, la expresión de sorpresa quedó congelada para siempre en su rostro.
Nasim observó cómo se desplomaba en el suelo antes de dirigirse de nuevo a Kadar.
– ¿Satisfecho?
– Sí. -Kadar se apartó del cofre-. Rápido. Grácil. Pero yo lo habría hecho mejor.
– Nadie lo hace mejor. -Nasim no apartaba la vista del cofre-. Ábrelo. ¿Crees que te voy a dar la espalda?
Maldición. Tenía la esperanza de que la ansiedad de Nasim hubiera sobrepasado su precaución. Unos pocos segundos le habrían bastado para atacarle por detrás y partirle el cuello.