– ¿Y piensas que quien te dé la espalda voy a ser yo?
– Poco importa. De todas formas el grial no está ahí dentro-intervino Selene.
Kadar se quedó de piedra. Se volvió hacia las piedras y vio a Selene acercándose hacia ellos.
– Dios mío-susurró-, vete de aquí, Selene.
– Ah, la mujer-murmuró Nasim desenvainando su espada-¿Y se puede saber dónde está el grial?
– Aquí. -Sacó la copa de debajo de su capa. El cáliz brillaba a la luz del sol-. ¿Lo quieres, Nasim?
Tenía los ojos fijos en el grial.
– Sí, lo quiero.
– Entonces ven por él -dijo moviéndose hacia el borde del acantilado-, o lo tiraré. Es muy profundo, y debe estar lleno de grietas. Puede que lo encontraras después de buscarlo durante unos cuantos años.
Nasim miró cautelosamente a Kadar antes de dar un paso hacia ella.
– Tú nunca tirarías semejante tesoro.
– Para mí no constituye ningún tesoro. A veces desearía no haber oído hablar nunca de él -dijo buscando sus ojos-. Mírame. ¿Te estoy diciendo la verdad?
– Estás loca. -Dirigió la mirada hacia el campamento-. Mis hombres se están moviendo. Les dije que atacasen a la primera señal de algo extraño. Estarán aquí enseguida.
– Si llegan hasta aquí antes de que tú te acerques más a mí, el grial habrá desaparecido. No moriré además de darte lo que tanto deseas.
– Mujer estúpida. ¿Sabes lo que estás…? Atrás. -Su espada apuntaba de nuevo a Kadar.
– No me he movido -dijo Kadar.
– Te estabas preparando.
– Ven y cógelo -repitió Selene. Giró y corrió hacia el borde del precipicio, moviendo ágilmente los pies por el rugoso terreno.
Nasim soltó una maldición y empezó a acercarse a ella.
Kadar no pudo esperar más. Dio un salto moviéndose hacia la izquierda al mismo tiempo.
La parte plana de la espada de Nasim chocó contra el lateral de su cabeza.
Oscuridad.
Nasim le estaba ganando terreno.
Selene corría más rápido.
Le empezaba a faltar el aliento, respiraba con dificultad, tenía los pulmones trabajando al máximo.
Escuchó el ruido de cascos de caballos.
Los hombres de Nasim se acercaban desde el campamento.
Más rápido.
Tenía que correr más.
¿Dónde estaba Kadar?
Se arriesgó a mirar por encima del hombro pero solo veía a Nasim.
Kadar…
Solo un poco más. Tenía que llegar hasta el borde…
La mano de Nasim cayó sobre su hombro.
Ella se zafó como pudo.
Demasiado cerca, y además tenía la espada.
La invadió el pánico.
Si aminoraba el paso, moriría.
– Detente -murmuró Nasim.
Si tropezaba, moriría.
Tendré que agotarlo. Hacer que vacile.
– ¿Por qué intentas atraparme? Eres un hombre viejo. Eres débil. Morirás pronto. Jamás conseguirás el grial.
Oyó una explosión de ira tras ella.
De acuerdo. Era el momento.
Redujo el paso. La punta de la espada le tocó la espalda cuando él arremetió contra ella.
Cayó al suelo y rodó hasta él.
Dio un gruñido al tropezar y caer sobre el cuerpo de ella.
Le oyó gritar al tambalearse en el borde del precipicio.
Intentó dar un paso atrás.
– ¡No! -Ella se lanzó hacia las rodillas de él.
Nasim resbaló por el acantilado, intentando agarrarse a cualquier cosa, arañando con las uñas la pared. Se aferró a la cabellera de Selene. Sintió un intenso dolor cuando le arrancó algunos mechones.
Se precipitó al vacío.
Y ella vio cómo el terror retorcía su rostro.
– Rápido. -Kadar se estaba poniendo en pie-, ¡Vienen hacia aquí!
Los asesinos.
La arrastró hacia las rocas.
Cascos de caballos.
Cerca. Demasiado cerca.
Se precipitaron en una loca carrera por la llanura.
Pero el sonido de los caballos ya no estaba detrás.
Estaba delante, y luego alrededor de ellos.
Vaden.
Sintió un gran alivio.
Kadar la empujó hacia un lado para esquivar la corriente de jinetes que pasaron como una exhalación hacia la horda de asesinos que llegaba en dirección contraria.
– Ocúltate detrás de las rocas -ordenó Kadar con brusquedad-. No creo que quieras ver esto.
Estaba preparada para verlo. Se estremeció al ver cómo la espada de Vaden decapitaba a uno de los líderes de la carga. Volvió la cabeza y dejó que Kadar la condujera hacia las rocas donde se había escondido para esperarlo.
Allí también había muerte.
Balkir.
Kadar la arrastró hacia las piedras.
Ella se apoyó en una roca y cerró los ojos.
– ¿Estas contenta? -preguntó Kadar con rudeza-. Casi te mata.
Nadie lo sabía mejor que ella. La frenética huida hacia el borde del precipicio la había aterrorizado. Susurró:
– Yo empecé esto. Era mi responsabilidad. Él era mío.
– Y no podías habérmelo dejado a mí.
– No.
– ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Me seguiste?
Negó con la cabeza.
– Si los asesinos no podían seguirte sin que te dieras cuenta, sabía que yo tampoco podría. Me contaste dónde creías que Nasim establecería el campamento. Estaba allí antes que tú y te vi esconder el cofre.
– Sin embargo, tu caballo estaba apostado cuando partí.
– Vaden me dejó uno de sus caballos.
– Vaden. -Murmuró una maldición-. ¿Y si te hubiera visto uno de los guardias de Nasim?
– Tuve mucho cuidado. No me vieron.
Kadar hizo otro juramento en voz baja.
– No tienes ni idea de la suerte que has…
Los ojos de ella se abrieron como platos.
– Tuve cuidado, no suerte -replicó con orgullo-. Ahora deja ya de regañarme. ¿Te crees que quería hacerlo? ¿Piensas que lo iba a dejar todo para ti? Ni siquiera portabas un arma.
– Hay muchas maneras de matar sin una espada. Habría podido hacerlo.
– No podía arriesgarme. No estaba dispuesta a perderte a ti también. Aunque ahora me pregunto por qué me habré molestado. Eres un necio y no tienes más seso que… -De repente se encontró entre sus brazos, con el rostro hundido en su pecho-. Déjame marchar.
– No -respondió con la voz apagada-. Nunca más. El miedo me sacó de mis cabales. Ahora tranquilízate y procura dejar de temblar.
– Yo no estoy… -Se dio cuenta de que sí estaba temblando-. ¿Por qué había de preocuparme? Nunca había matado antes a nadie. Su rostro… -respiró hondo-pero estuvo bien. Lo haría cien veces si me viera obligada a ello…
– Así no. No deseo tener una esposa calva. Si tienes que matar a alguien, recuérdame que te enseñe mejores maneras.
– No quiero aprender maneras mejores. Fue…
– Shh, lo sé. -Tomó el grial que ella aún agarraba con fuerza y lo tiró al suelo. Presionó con la mano la cabeza de ella contra su pecho-. Nunca más tendrás que hacer nada semejante.
Todavía escuchaba vagamente los gritos y demás sonidos de la batalla. Más muerte. ¿Cuándo se acabaría?
Ignoraba el tiempo que permanecieron pegados el uno al otro mientras discurría la batalla. Parecía mucho tiempo.
– Por todos los santos, ¿no podéis esperar a que volvamos al campamento para besaros? -preguntó Vaden-. La guerra merece una cierta dignidad.
Ella levantó la cabeza y vio a Vaden montado en su caballo a unos metros de distancia. Se había quitado el casco y el contraste entre su belleza casi angelical y la sangre que tenía salpicada era una visión extraña y macabra.
Kadar la soltó y se volvió hacia Vaden.
– Tú, bastardo, se suponía que tenías que vigilarla.