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– Ella tenía otras ideas -sonrió Vaden-. Anoche vino a mi tienda y me convenció de que no te lo podíamos dejar todo a ti. No tuvo que persuadirme mucho, me convenció cuando me dijo que tendría que atacar cuando viera morir a Nasim. Era bastante mejor que esperar a que tú me hicieras alguna vaga señal. No me gustaba la idea de no tener el control.

– Casi pierde la vida, maldita sea.

– Pero no la ha perdido, ni tú tampoco. Aunque a juzgar por la herida en tu cabeza, has estado más cerca que ella.

Selene volvió la mirada hacia Kadar. Ni siquiera se había percatado del fino hilillo de sangre que le corría entre el oscuro cabello de su sien.

– No es nada -la tranquilizó Kadar encogiéndose de hombros-. Nasim me golpeó con la hoja de la espada. Solamente me dejó aturdido unos instantes.

– ¿Lo ves? Tenías demasiado encima. ¿Y si te hubiera matado? No habría podido cobrar mis honorarios -añadió Vaden-. Por cierto, tu afirmación de que los asesinos eran mejores guerreros que mis hombres ha resultado ser tan falsa como me imaginaba. -Vaden hizo dar la vuelta a su caballo-. No puedo seguir conversando con vosotros. He de rematar mi tarea.

Kadar miró hacia el escenario de la batalla.

– Yo diría que ya has acabado. No queda nadie en pie. ¿No hay prisioneros?

Vaden hizo un gesto negativo.

– Supervivencia. Pretendo disfrutar de una larga vida, y la única manera de hacerlo es asegurarse de que nadie vuelva a Maysef contando lo ocurrido. Yo ya he terminado aquí, pero iré a atacar el campamento principal. -Espoleó su caballo y se puso al galope-. Y, después de eso, al Estrella oscura.

Selene se estremeció cuando lo vio marchar.

– Es tremendo, ¿no te parece? No me imaginaba que pudiera provocar un baño de sangre.

– Es un baño de sangre que seguramente nos salvará a todos. Tiene razón: el único modo de salvaguardarnos de los asesinos es asegurarse de que nadie se entere en Maysef de lo que ha ocurrido aquí.

Los hombres de Vaden habían prendido fuego a las tiendas y el humo ascendía en columnas rizadas, ennegreciendo el claro azul del cielo.

– Es hora de regresar al campamento -dijo Kadar-. ¿Dónde está tu caballo?

Señaló hacia las rocas tras las cuales había esperado varias horas a Kadar.

– Iré por él. Quédate aquí.

No discutió con él. Estaba fascinada mirando cómo se quemaban las tiendas. Destrucción y muerte… y justicia.

– Ya está hecho, Haroun -susurró.

Layia y Tarik se reunieron con ellos cuando entraron cabalgando en el campamento.

– El grial está seguro. -Selene señaló con la cabeza hacia el arcón atado a la silla de Kadar-. Puedes comprobarlo tú mismo.

Nadie hizo amago de acercarse al cofre.

– ¿Y cómo estás tú? -preguntó Layla.

¿Cómo estaba ella? No lo sabía. Triste. En paz.

– Cansada, supongo. -Desmontó del caballo-. Lo único que deseo es irme a dormir.

– ¿Nasim?

– Muerto -dijo torciendo el gesto-. Según Vaden, estarán todos muertos antes de que todo esto acabe.

– Es lo más seguro -dijo Tarik.

– Lo sé. -Pero no quería pensar en ello. Estaba exhausta. Sentía que le fallaban las piernas mientras se dirigía hacia su tienda.

Kadar la acompañó, agarrándola por el brazo.

– No necesito…

– Silencio. Sí, lo necesitas. No es nada malo necesitar a alguien. Solo Dios sabe cuánto te necesito.

El tenía razón, lo necesitaba. Era hora de aceptar esa necesidad. Se apoyó en él mientras la ayudaba a llegar a la tienda.

Estaba oscuro cuando se despertó. Kadar estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo junto al jergón. Igual que la noche después de llegar a la villa de Tarik, pensó somnolienta. No, en realidad no. Kadar entonces se había mostrado severo y extraño, pero en ese momento no había nada amenazante en él.

Él le dedicó una sonrisa.

– Has dormido como un lirón. Casi ha amanecido. ¿Te sientes mejor?

– Eso creo. He estado soñando.

– ¿Pesadillas?

Asintió.

– Nasim. Era un hombre terrible. Merecía morir. ¿Por qué atormenta mi sueño?

– No debería. Los sueños pasan.

Ella se estremeció.

– Eso espero. -Se incorporó y se retiró el pelo de la cara-. ¿Ha regresado Vaden?

– Hace más de una hora. No habrá nadie que vuelva a Maysef.

– ¿Y qué pasa con el Estrella oscura?

– Está atracado cerca de Roma. Parece que tenemos un barco para llevarnos a casa, a Montdhu. Tendremos que conseguir una tripulación nueva, claro.

– A casa.

– ¿Quieres volver a casa?

– Sí. -Montdhu. Estaba deseando verlo otra vez, se moría de ganas, casi le dolía pensar en ello. Quería dejar esas costas extranjeras y regresar a todo lo que le resultaba conocido y amado-. ¿Tú no?

El asintió.

– Pero tengo una decisión que tomar.

– ¿El grial? ¿Por qué debería importarte? Que lo hagan Tarik y Layla.

– Quizá -sonrió-. Pero siento una pequeña punzada de responsabilidad. Y puede que aún eligiera hacerlo.

– ¿Por qué deberías? Tú no elegiste tomar Eshe.

El se puso rígido.

– ¿Qué te contó Layla?

– Todo lo que deberías haberme contado tú. -Apartó la manta a un lado-. Ahora ve y tráeme algo de comer. Necesito lavarme y comer antes de hablar de ciertos asuntos.

Kadar se puso en pie y la ayudó a levantarse.

– No tenemos nada de qué hablar. Hay tiempo.

– Más tiempo para ti que para mí -replicó dándose la vuelta-. Por eso debemos hablar. Luego iremos a dar un paseo y lo discutiremos.

El cielo era una explosión de rosa anaranjado cuando empezó a amanecer sobre las ruinas de Pompeya. Parecía imposible que solo hubiera pasado un día desde que estuvieran en ese mismo lugar, pensó Selene.

– Iba a contártelo -dijo Kadar.

– Cuando considerases oportuno, siempre a tu conveniencia.

– Parecía mejor esperar.

Ella se encogió de hombros.

– No estoy segura de creer nada de esto, ya lo sabes.

– Lo sé.

– ¿Y tú?

– Todo lo que se puede creer sin pruebas.

Desvió la mirada.

– Entonces quiero que me des la poción.

El tensó todos sus músculos.

– ¿Por qué?

– ¿Dónde está la diferencia? Simplemente dámela.

– Hay una diferencia considerable. He estado luchando conmigo mismo para no convencerte desde que me hablaron de Eshe.

– Entonces deja de luchar. La batalla está ganada. Ve donde Tarik y dile que me la dé.

Hizo un gesto negativo.

– No será porque yo lo quiera.

– Bien, entonces hazlo porque yo lo quiero.

– Pero no es así. Me dijiste que nunca lo elegirías.

– Tenía miedo.

– ¿Y ya no lo tienes?

– Puede -susurró.

Él la miró.

– De acuerdo, todavía tengo miedo. Pero más temo no tomarlo. No te dejaré solo. Me necesitas.

– Eso no es razón suficiente.

– No estoy siendo razonable en esto. La sola idea es una locura. ¿Por qué debería ser sensata?

– Porque no te dejaré que lo hagas por mí. Tendrá que ser porque tú lo quieres para ti.

– Quizá lo quiera. -Se humedeció los labios-. Mientras huía de Nasim estaba aterrorizada. Cada momento pensaba que iba a morir. No quería morir. Quería vivir contigo y criar a tus hijos. Quería ver a Thea de nuevo. Quería vivir.

– No hay nada tan dulce como la vida cuando estás a punto de perderla. ¿Y si cambias de idea?

– No lo haré. ¿Por qué estás discutiendo conmigo?