Ella se puso rígida. No seas tonta. No concibas esperanzas.
– ¿Cómo puedes decir eso? Me abandonaste.
– Ya sabes por qué.
– Eshe. Pero no tenía que ver nada con nosotros.
– Tenía que ver todo con nosotros. Y aún es así. Es lo que nos hizo reunimos otra vez. Es lo que nos separó.
– ¿Tiempo pasado? -Se le paró el corazón y después comenzó a galopar-. Yo no he cambiado. No puedo cambiar. No respecto a Eshe. Lo he intentado. Creo que te equivocas, Tarik.
Él permaneció en silencio.
– Quizá podamos llegar a algún acuerdo.
Ella aguantó la respiración.
– ¿Por qué?
– Si te dieras la vuelta y me miraras, creo que lo sabrías.
No podía enfrentarse a él. Todavía no.
– ¿Por qué?
– No quiero seguir luchando. No quiero luchar. Pensé que buscaba la paz, pero la paz puede resultar muy aburrida.
– Eso lo dices ahora. Pero ya me abandonaste un día.
– No porque hubiera dejado de amarte. Era esa detestable forma de ser mía. Pero con los años he descubierto que soy más fuerte de lo que creía. Ahora sé que puedo luchar contigo si hace falta.
– ¿Y?
– ¿Por qué? Porque te merezco, Layla. Para bien o para mal, para el resto de nuestras vidas, te merezco.
– Eso no parece una declaración de amor. ¿Para mal? ¿Me insultas? ¿Crees que dejaría que algo malo…
– Mírame, Layla. Estoy harto de verte la espalda.
Ella respiró hondo y se volvió hacia él.
Le estaba sonriendo. Le tendió la mano.
Una inmensa alegría inundó todo su ser. Quería salir corriendo hacia él.
No, ella siempre había sido la agresora. Eso era parte de su problema. Llegar a un acuerdo. Esta vez él debía ir a ella.
– Seguramente tienes razón -dijo ella con voz temblorosa-. Hay una posibilidad de que me merezcas.
Y él dio un paso hacia ella.
CAPÍTULO 21
– Te estás comportando como un auténtico cabezota. -Selene se puso boca arriba y estiró el cuerpo-. ¿Qué necesitas para convencerte de que no puedes vivir sin mí? Estoy segura de que ahora soy tan experta como cualquiera de aquellas mujeres en esa casa de placer donde aprendiste.
– Te concentras en la seducción del cuerpo, no de la mente. -Kadar se sentó, cogió una brizna de hierba y se la tiró burlonamente a la boca-. Pero de todas formas, continúa.
Ella retiró su mano.
– Solo porque tú no me hablas a mí.
– Hace un día demasiado bonito como para discutir. El cielo está azul, brilla el sol, y tú…
– Ayer el cielo estaba tormentoso y tampoco quisiste hablar. Ya llevamos más de un mes y no hemos hecho nada más que el amor.
Él hizo un gesto negativo.
– ¡Qué pérdida de tiempo!
– Es cuando deseo…
Cubrió los labios de ella con los suyos.
Ella le dio un mordisco.
Kadar dio un salto y se llevó la mano al labio inferior.
– Ya veo que vas en serio.
– Quiero que volvamos a la villa y le digas a Tarik que me dé la poción.
Su respuesta fue negativa.
Por Dios santo, sí que era obstinado. No imaginaba que tendría tantos problemas para convencerlo.
– Sabes que al final lo haré. No puede ser de otra manera.
– Quizá.
– ¿Qué tengo que hacer para convencerte?
– Tengo que darte tiempo.
– ¿Cuánto tiempo? ¿Una semana? ¿Un mes? -Abrió los ojos como platos cuando vio que no contestaba-. ¿Un año?
– Cinco años sería un tiempo prudencial para considerar las consecuencias.
– Cinco… -repitió moviendo la cabeza enérgicamente-. No.
– ¿Se te ha ocurrido pensar por qué estás tan deseosa de acabar con esto? ¿Tienes miedo de cambiar de opinión?
– No. Quiero que termine porque estaremos en ascuas hasta que se haya hecho. No deseo eso entre nosotros. No quiero más turbaciones ni conflictos, Kadar.
Él la arrastró hacia sí.
– Me gustaría poder creer que ése es el único motivo para…
– Me gustaría golpearte. -Le dio un empujón y se puso en pie-. De acuerdo, no creo que este Eshe sea un milagro. Pero bien sabe Dios que me lo voy a tomar. -Emprendió la bajada de la colina.
– ¿Adónde vas? -le gritó a sus espaldas.
– Lejos de ti. Vuelve a casa, estúpido. No quiero verte por lo menos en una hora. -Había alcanzado la arboleda y la sombra la envolvía con un agradable frescor. Necesitaba ese frescor. Se sentía frustrada y enojada y no veía la manera de…
Se quedó helada de la impresión.
No.
Otra vez.
Alcanzó tambaleándose un roble cercano y se apoyó en él.
Imposible.
– No te has ausentado durante mucho rato. -Kadar no levantó la vista del estofado que estaba removiendo en la chimenea-. ¿Significa que estoy perdonado? ¿O que me vas a hacer a la fuerza…? Dios mío, ¿qué te ocurre?
– Regresamos a la villa.
Se acercó a ella.
– Estás pálida. ¿Te sientes mal?
– No. Sí. No lo sé. -Empezó a recoger sus cosas-. Tenemos que regresar a la villa.
– Dime qué sucede.
Recibió una negativa por respuesta. ¿Cómo podía contarle lo que ni siquiera comprendía ella misma?
– Solo quiero que me lleves a la villa.
Había un gran alboroto en la villa cuando llegaron allí al cabo de medio día. El patio estaba lleno de carretas cargadas con cajas y muebles. Por todas partes había criados que entraban y salían de la casa a las carretas cargados con pesados bultos.
– ¿Qué está pasando aquí? -murmuró Kadar mientras ayudaba a Selene a desmontar de su caballo-. Se diría que están abandonando el lugar.
– Abandonando no. -Tarik bajaba las escaleras hada ellos-. Simplemente nos estamos mudando. Nunca es prudente quedarse demasiado tiempo en ningún sitio. Tú también te darás cuenta de ello, Kadar.
– ¿Dónde está Layla? -preguntó Selene-. Tengo que ver a Layla. ¿Sigue aquí?
– Por supuesto. Pero habéis llegado justo a tiempo -Se volvió hacia la puerta y la llamó-Layla.
– Un momento. No puedo… -Layla apareció en el umbral de la puerta-. Bueno, ya era hora de que regresarais. Os hemos estado esperando durante semanas.
– Según parece ya no pensabais esperar más -replicó Kadar secamente-. Si hubiéramos vuelto mañana, la villa habría estado desierta.
– Habríamos dejado dicho dónde íbamos. Vaden se está impacientando.
– ¿Vaden? -se sorprendió Kadar-.¿Qué chantre tiene que ver Vaden en todo esto?
– Déjalo. Nada importa ya. -Selene se adelantó unos pasos-. Tengo que hablar con Layla.
– No tienes buen aspecto. -La mirada de Layla escudriñaba el rostro de Selene-. Estás muy pálida.
– Estoy encinta.
Sintió cómo Kadar, a su lado, se ponía tenso con la noticia. Una brillante sonrisa iluminó el rostro de Layla.
– ¿Otra vez? Qué noticia tan maravillosa. Será…
– Otra vez no. Siento vida. Thea no sintió movimiento dentro de ella hasta casi el cuarto mes. Tiene que ser el mismo niño. No perdí a mi bebé.
– ¿Qué?-exclamó Layla, atónita.
– Lo que has oído. ¿Cómo puede ser? Me dijiste que había perdido el bebé.
– Eso es lo que yo creía. Sangraste…
– ¿Cuánto sangré?
– No mucho, pero estabas inconsciente y la conmoción… Supuse que lo habías perdido. -Se le pusieron los ojos como platos cuando una idea se le vino a la cabeza-. A menos que fuera…
– ¿Qué? -preguntó Selene cuando Layla se quedó callada.
– Nada, ¿Qué sé yo de bebés? No soy comadrona. Siempre he procurado mantenerme al margen de… me dolió mucho cuando supe que no podía concebir.