¿Dónde estaba? Tumbada, sus manos palparon la suavidad de las sábanas. Forzó la vista y alcanzó a distinguir la silueta de la cortina que había delante de la cama. Así pues, seguía en su habitación. ¿Qué demonios había pasado?
De repente, oyó una voz inesperadamente cerca de su oreja. -Lo siento. Lo siento mucho, Maggie.
Uri.
Intentó incorporarse, pero el dolor la traspasó de nuevo. -Me desperté y vi que la cama estaba vacía. Pensé que te había ocurrido algo. Esperé detrás de la puerta y entonces… -Me golpeaste.
– No sabía que eras tú. No sabes cuánto lo siento, Maggie.
¿Qué puedo hacer para compensarte?
Maggie decidió sobreponerse al dolor y sentarse. Uri le colocó detrás varios almohadones y le acercó un vaso de agua. Ella bebió un sorbo y notó una leve presión en el cabello, la mano de Uri que la acariciaba. Cuando sus ojos acabaron de adaptarse a la oscuridad, vio que estaba arrodillado junto a la cama. Uri le acarició la mejilla.
– Todo lo que toco acaba recibiendo. Todos los que me importan acaban heridos.
Maggie notó el agua deslizarse por su garganta. De algún modo, parecía que le aliviaba el dolor de la nuca. -Joder, Uri… ¿Dónde has aprendido a pegar así?
– Conoces la respuesta.
– Los israelíes no os andáis con medias tintas, ¿eh? -dijo frotándose el cuello. -Toma, ponte esto.
Uri había cogido una toalla humedecida, la enrolló y se la puso en la nuca, pero primero tuvo que levantarle el cabello para dejarla al descubierto. Maggie fue consciente de las contradictorias sensaciones: una combinación de dolor y de renovado deseo. La toalla estaba fría y la alivió.
– Uri -dijo de repente, cogiéndole la toalla de las manos para poder mirarlo mientras hablaba-, pásame la chaqueta que hay encima de la silla.
Uri vaciló, no sabía si lo había perdonado. -¡Vamos, Uri!
Él se levantó y le entregó la prenda. Maggie, haciendo caso omiso al dolor, rebuscó en los bolsillos hasta que encontró lo que buscaba: el post-it con las anotaciones que había tomado en el despacho de Rosen.
– Enciende la luz. Bien. Escúchame. Tu padre dijo: «Solo puedo decirte que esta búsqueda comienza en Ginebra, pero no en la ciudad que todos conocen, sino en un lugar nuevo y mejor donde puedes ser quien quieras ser. Ve allí». ¿Te acuerdas?
– Sí.
– Pues creo que sé a qué se refería.
– A Ginebra.
– Sí, pero no a la ciudad que todos conocemos. -Maggie siguió leyendo hasta llegar a la última línea-: «y si resulta que dejo esta vida, entonces me verás en la otra vida, que también es vida». Ahora dime una cosa, Uri, y dímela con la mayor exactitud posible: ¿cuáles fueron las palabras precisas que tu padre dijo en hebreo?
– No entiendo nada de lo que dices.
– Ya lo entenderás. ¡Ahora dime lo que dijo!
– Muy bien. Dijo: «Im eineini ba-chaim ha 'ele, tireh oti ba- chaim ha-hem»,
Maggie miró las anotaciones del post-it.
– Y eso quiere decir «y si resulta que dejo esta vida, entonces me verás en la otra vida», ¿no?
– En efecto.
– De acuerdo, sigue. -Maggie notó que la adrenalina le corría por las venas y anestesiaba el dolor.
– Entonces, mi padre añadió algo extraño: «B'chaim chteim», lo cual yo diría que significa «en la segunda vida».
– ¿Te refieres a cuando dijo «también es vida»?
– No, no, me refiero a que «Shteim: quiere decir «dos», el «número dos».
– o sea -dijo Maggie cuya excitación iba en aumento-, que en realidad, cuando tu padre estaba diciendo «me verás en la otra vida» quería decir «me verás en la vida número dos», ¿no es eso?
– Sí.
– ¿Y esa es la traducción literal?
Maggie se dio cuenta de que parecía que había perdido un tomillo, pero no era la primera vez que actuaba de ese modo. Lo había hecho en una ocasión, durante unas negociaciones, cuando todos estaban a punto de firmar y se inició una discusión sobre la traducción al inglés del acuerdo que iba a ser el documento vinculante según la legislación internacional. Entonces se había visto obligada a revisar, con dos traductores, cláusula por cláusula y palabra por palabra para asegurarse de que ningún bando se aprovechaba del otro. No había cena entre mediadores en la que alguien no contara la anécdota de Menájem Beguin en Camp David y cómo había logrado que la versión en hebreo del acuerdo con Egipto fuera mucho menos exigente con su país que el texto en inglés que Jimmy Carter se llevó a Washington. Por tanto, presionar a Uri como lo estaba haciendo no era nuevo para ella. Eso sí, nunca antes lo había hecho en la cama y con una toalla húmeda en el cogote.
– La frase es rara, pero eso fue lo que dijo: «chaim shteim», Vida dos.
– O para expresarlo de otro modo -dijo Maggie con un brillo en los ojos-: Second Life.
Capitulo 46
Jerusalén, viernes, 3.20 h
Maggie le echó los brazos al cuello y le plantó un largo beso en la boca. Sintió la repentina suavidad y humedad de los labios de Uri cuando empezó a separarlos.
– ¡Lo sabía! -exclamó, cerrando los ojos y sumergiéndose en la satisfacción que sentía-. ¡Tenía que ser eso!
Por primera vez le parecía que aquel problema tenía solución. Sabía que Shimon Guttman era astuto. Sus acrobacias políticas eran famosas por su capacidad para llamar la atención. Ella misma había sido testigo de su sagacidad a la hora de ocultar su colaboración con Nur creando el álter ego israelí de Ehud Ramon. Además, Uri le había contado que su padre, a pesar de su edad, se desenvolvía perfectamente con las nuevas tecnologías. ¿Acaso no le había dicho incluso que al viejo le gustaban los juegos de ordenador?
Lo que había hecho encajaba perfectamente con su carácter. Sometido a presión, consciente de que tenía en sus sudorosas manos una bomba geopolítica que podía estallar en cualquier momento, había decidido esconder la tablilla de Abraham donde nadie la buscaría: no en el mundo real, sino en el virtuaclass="underline" «Un lugar nuevo y mejor donde puedes ser quien quieras ser.»
Había escondido su tesoro, o como mínimo el secreto de su ubicación en Second Life.
Entonces sintió que se le hacía un nudo en el estómago. «iOh, no!», se dijo. No podía ser que hubiera llegado hasta allí solo para estropearlo todo. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? -¿Qué ocurre? -preguntó Uri, desconcertado.
Maggie no contestó, se limitó a ponerle un dedo en los labios. «¡Qué idiotas!» Desde el asesinato de Afif Aweida habían comprendido que alguien espiaba constantemente sus conversaciones. A partir de ese momento solo habían conversado cuando tenían de fondo ruido o música a todo volumen, o entre susurros en lugares públicos e incluso habían llegado a pasarse notas. Sin embargo, cuando ella recobró el conocimiento después de que Uri la noqueara, a ninguno de los dos se le había ocurrido tomar precauciones. Quizá estaba atontada por el golpe; tal vez Uri todavía estaba medio dormido o se sentía culpable. El caso era que ambos se habían olvidado. No bastaba con que hubieran cambiado de habitación: sus perseguidores habían dispuesto de varias horas para tomar medidas, lo cual significaba que el crucial descubrimiento que acababan de hacer podía hallarse en manos de quien los espiaba, fuera quien fuese.
Maggie arrancó una hoja del cuadernillo del hotel y escribió a toda prisa: «Vístete». No tenían tiempo que perder. Debía entrar en Second Life antes que ellos. Si se ponía en marcha ya quizá tuviera cierta ventaja. Los israelíes -o quienesquiera que fuesen-e- seguramente tardarían un poco en digerir la información. Estuvo tentada de usar su portátil, pero era demasiado arriesgado. Si se lo habían pinchado, descubrirían lo mismo que ella descubriera y en el mismo momento.