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Dejó el auricular en su sitio y escribió el número 5.319 en el secante de la carpeta. Luego se volvió y dirigió una suave aunque escrutadora mirada a Poirot.

El detective empezó a hablar con viveza.

—Me he enterado de que tienen una casa para vender en las afueras del pueblo. Me parece que se llama Littlegreen House.

—Perdón, ¿cómo ha dicho?

—Una casa por alquilar o vender —repitió Poirot despacio y recalcando con fuerza las palabras—. Littlegreen House.

—Ah, Littlegreen House —contestó la joven vagamente—. ¿Littlegreen House ha dicho usted?

—Eso es.

—Littlegreen House —repitió ella haciendo un tremendo esfuerzo mental—. Oh, bien. Creo que el señor Gabler sabrá algo de eso.

—¿Podría ver al señor Gabler?

—Ha salido —respondió la señorita con una especie de tenue y anémica satisfacción, como si dijera: «Me he apuntado un tanto».

—¿Sabe usted cuándo volverá?

—Lo siento, pero no lo sé.

—Como usted habrá comprendido, estoy buscando una casa por estos alrededores.

—¿Ah, sí? —dijo la joven sin ningún interés.

—Y Littlegreen House, parece ser la que yo andaba buscando. ¿Podría darme algún detalle de la casa?

—¿Algún detalle? —se sobresaltó la muchacha.

—Sí; detalles de Littlegreen House.

De mala gana, la chica abrió un cajón y sacó un rimero de papeles arrugados. Luego llamó:

—¡John!

Un larguirucho mozalbete que estaba sentado en un rincón, levantó la cabeza.

—Diga, señorita.

—¿Tenemos detalles de...? ¿Cómo dijo usted que se llama?

—Littlegreen House —repitió Poirot pacientemente.

—Tienen ustedes aquí un anuncio sobre el particular —intervine yo señalando la pared.

La muchacha me miró fríamente. Dos contra uno no está bien, pareció pensar. Así es que recurrió a sus propios refuerzos para cumplimentar.

—Tú no sabes nada acerca de Littlegreen House, ¿verdad, John?

—No, señorita. En todo caso, estará entre esos papeles —y señaló el montón que sacó antes la muchacha.

—Lo siento —dijo ella sin mirar siquiera donde se le había sugerido—. Me parece que habremos enviado esos detalles a alguien.

C'est dommage.

—¿Cómo dice?

—Que es una lástima.

—Tenemos un bonito bungalow en Hemel End, con sitio para dos camas.

La joven hablaba sin ningún interés, como quien quiere cumplir sus obligaciones con el dueño del negocio.

—Muchas gracias, no me interesa.

—Y una habitación semi independiente con un pequeño invernadero. Le puedo dar detalles de ella.

—No, gracias. Lo que me interesa saber es cuánto piden de renta por Littlegreen House.

—Pero si no se alquila —dijo la joven abandonando su posición de completa ignorancia por el mero placer de discutir—. Solamente se vende.

—El anuncio dice: «Por alquilar o vender».

—No quiero discutirlo, pues sólo se vende.

Cuando la batalla estaba en este punto, se abrió la puerta y entró un caballero de mediana edad, con los cabellos grises. Sus ojos nos miraron inquisitivamente y con las cejas pareció formular una pregunta a la empleada.

—Éste es el señor Gabler —dijo la joven.

El aludido abrió la puerta de su despacho privado con un gesto elegante.

—Pasen por aquí, señores.

Cuando entramos nos señaló con amplio ademán dos sillas, mientras se sentaba frente a nosotros detrás de una gran mesa.

—Bueno; ¿en qué puedo servirles?

Poirot empezó de nuevo con perseverancia admirable.

—Necesito conocer unos pocos detalles sobre Littlegreen House...

No llegó más lejos. El señor Gabler inmediatamente tomó la iniciativa.

—¡Ah, Littlegreen House...!, ¡ésa sí que es una buena finca! Una verdadera ganga. Y acaba de ponerse en venta. Les puedo asegurar, caballeros, que no encontramos a menudo casas de esta clase al precio con que se ofrece ésta. Es de un gusto exquisito. La gente está ya harta de edificios presuntuosos y cursis. Quieren cosas positivas. Buenas y honradas construcciones. Una finca hermosísima... con carácter... sentimiento... estilo georgiano en su totalidad. Eso es lo que la gente quiere ahora... Hay cierta predisposición por las casas de época. Supongo que comprenderán a qué me refiero. Sí; desde luego. Littlegreen House no estará mucho tiempo en venta. Me la quitarán de las manos, ¡estoy seguro! Un miembro del Parlamento vino a verla precisamente el sábado pasado. Le gustó tanto que volverá este fin de semana. Y también hay un señor agente de Bolsa, que se interesa por la finca. La gente quiere disfrutar de tranquilidad cuando va al campo y prefiere estar lejos de las grandes autopistas. Esto está muy bien para algunos; pero nosotros queremos atraer aquí «clase». Y eso es lo que tiene la clase, ¡clase! Reconocerán ustedes que antes sabían cómo construir para señores. Si, no figurará mucho tiempo en nuestros libros Littlegreen House.

El señor Gabler, a quien le estaba muy bien aplicado el nombre[2], hizo una pausa para tomar aliento.

—¿Ha cambiado de propietario a menudo en los últimos años? —preguntó Poirot.

—Al contrario. Ha pertenecido a una misma familia durante medio siglo. La familia Arundell. Muy respetada en el pueblo. Señores a la antigua usanza.

Calló de pronto; abrió la puerta del despacho y ordenó:

—Señorita Jenkins, déme los pormenores de Littlegreen House. De prisa.

Volvió a sentarse frente a nosotros.

—Necesito una casa, poco más o menos, a esta distancia de Londres —comentó Poirot—. En el campo; pero no en un descampado. Supongo que me comprenderá...

—Perfectamente, perfectamente. No conviene demasiada soledad. La servidumbre protesta. Aquí, sin embargo, existen todas las ventajas del campo; pero no sus inconvenientes.

—La señorita Jenkins entró apresuradamente llevando una hoja de papel escrita a máquina. La puso delante de su jefe y éste, con un gesto, la despidió.

—Aquí lo tenemos —dijo el señor Gabler, leyendo luego con una rapidez hija de larga práctica—. «Casa de estilo georgiano, con las siguientes notas características: Cuatro salones, ocho dormitorios con gabinete; servicios en proporción; espaciosa cocina; amplias dependencias accesorias, establos, etc. Agua corriente, jardines de estilo antiguo; gastos de conservación insignificantes, ocupando todo el conjunto unos trece acres; dos pabellones de verano, etcétera. Todo ello por el precio de 2.840 libras u oferta aproximada.»

—¿Puede facilitarme un permiso para ver la casa?

—No faltaba más.

El corredor de fincas empezó a escribir con un florido estilo caligráfico y con toda pausa.

—¿Su nombre y dirección? —preguntó.

Sin inmutarse lo más mínimo y con gran sorpresa por mi parte, Poirot dio su nombre algo cambiado: señor Parotti.

—Tenemos una o dos fincas más en venta que quizá puedan interesarle —prosiguió el señor Glaber.

Mi amigo le dejó que añadiera unos cuantos permisos más al que ya tenía extendido.

—¿Podemos ver Littlegreen House a cualquier hora? —preguntó.

—Claro que sí, caballero. En la casa viven unos cuantos sirvientes. Quizá convenga que llame por teléfono para asegurarme. ¿Quiere ir en seguida? ¿O después de comer?

—Tal vez sea preferible después de comer.

—Naturalmente... naturalmente. Llamaré y diré que irá usted a eso de las dos. ¿Le parece bien?

—Sí. Muchas gracias. Dijo usted que la propietaria de la casa es una tal señorita Arundell... Creo que dijo eso, ¿no es cierto?