—¡Es tan sórdido el dinero...! —suspiró Isabel con voz apagada.
—Tengo entendido que la difunta señorita Arundell fue una de las convertidas a las creencias espiritistas —comentó Poirot.
Las dos hermanas se miraron.
—Me extrañaría —dijo Isabel.
—No estuvimos nunca seguras de ello —susurró Julia—. Tan pronto parecía convencida, como empezaba a decir unas cosas tan... tan irreverentes...
—Ah; pero recuerda la última manifestación —replicó Julia—. Fue algo verdaderamente extraño —se dirigió a Poirot—. Sucedió la misma noche en que se puso enferma la pobre señorita Arundell. Mi hermana y yo fuimos a su casa, después de cenar, y organizamos una sesión de velador..., éramos sólo cuatro. Y fíjese usted; vimos... las tres... vimos distintamente una especie de halo alrededor de la cabeza de la señorita Arundell.
—Comment?
—Sí. Algo como un haz luminoso —se volvió a su hermana—. ¿No es así como lo describirías, Isabel?
—Sí; eso es. Un haz luminoso de luz finísima. Era una señal... ahora nos damos cuenta... Una señal de que la pobre estaba a punto de morir.
—Extraordinario —dijo Poirot con voz impresionada—. La habitación estaba a oscuras, ¿no es eso?
—Desde luego. Conseguimos siempre mejores resultados en la oscuridad. Además, como era una noche bastante templada no se había encendido el fuego.
—Nos llamó un espíritu muy interesante —dijo Isabel.
—Se llamaba Fátima. Nos dijo que murió en el tiempo de las Cruzadas. Qué mensaje tan hermosísimo nos dio.
—¿Habló directamente con ustedes?
—No; no de viva voz. Golpeó la mesa. Amor. Esperanza. Vida. Hermosas palabras.
—¿Y la señorita Arundell cayó enferma en la séance?
—No, eso fue después. Nos trajeron unos bocadillos y un poco de oporto; pero la pobre señorita Arundell no quiso tornar nada porque no se sentía muy bien. Eso fue el principio de su enfermedad. Afortunadamente, no tuvo que sufrir mucho.
—Murió cuatro días después —dijo Isabel.
—Ya hemos recibido varios mensajes de ella —comentó Julia con ansiedad—. Nos ha dicho que es muy feliz y que allí todo es hermoso. Que espera sea todo amor y paz entre sus queridos familiares.
Poirot tosió.
—Eso... ejem... me temo que sea un poco difícil.
—Los parientes se han portado ignominiosamente con la pobre Minnie —dijo Isabel, mientras su rostro se coloreaba de indignación.
—Minnie es una de las almas más bondadosas que existen —añadió Julia.
—La gente ha estado contando las cosas más desagradables que se puede imaginar. ¡Hasta dicen que planeó la cosa para que su señora le dejara el dinero!
—Cuando en realidad se llevó la más grande de las sorpresas...
—A duras penas pudo dar crédito a sus oídos cuando el abogado leyó el testamento.
—Ella nos lo contó. «Julia —me dijo— querida, pellízcame para convencerme de que no sueño. Unos pocos legados para los sirvientes, y luego, Littlegreen House y el resto de su fortuna para mí.» Estaba tan emocionada que apenas podía hablar. Y cuando pudo hacerlo, pregunto a cuánto ascendía la herencia, creyendo quizá que se reduciría a unos cuantos miles de libras. Pero el señor Purvis, después de carraspear, tartamudear y hablar acerca de cosas confusas, como ingresos brutos y netos, dijo que el total rondaría las trescientas setenta y cinco mil libras. La pobre Minnie casi se desmayó.
—No tenía ni idea de que era tanto dinero —reiteró la otra hermana— Nunca pensó que pudiera suceder una cosa así.
—¿Eso es lo que les dijo?
—¡Oh. sí! Nos lo repitió varias veces. Y por eso parece tan malvado el proceder de la familia Arundell, dándola de lado y tratándola como si fuera una sospechosa. Después de todo, estamos en un país libre...
—Los ingleses parece que actúan bajo ese error... murmuró Poirot.
—Y yo creo que cada uno puede dejar su dinero de la . forma que mejor le parezca. Opino que la señorita Arundell obró muy prudentemente. No hay duda de que desconfiaba de sus propios parientes y me atrevería a decir que tenía sus razones para ello.
—¡Ah! —Poirot se inclinó con interés—. ¿De veras?
Esta atención aduladora animó a Isabel.
—Sí —dijo—; eso es. El señor Charles Arundell, su sobrino, es una mala cabeza. ¡Eso lo saben todos! Hasta creo que está reclamado por la Policía de un país extranjero. Un carácter indeseable por completo. Y lo que es su hermana... bueno, yo en realidad no he hablado con ella, pero es una chica de aspecto muy excéntrico. Ultramoderna, desde luego, y siempre terriblemente maquillada. La vista de su boca me pone enferma. Parece sangre. Y hasta supongo que toma drogas, pues sus ademanes a veces son muy extraños. Está prometida con el joven y encantador doctor Donaldson; pero me parece que, en ocasiones, da la impresión de no gustarle mucho. La muchacha es atractiva a su manera, mas espero que el chico recobrará sus sentidos y se casará con cualquier joven inglesa enamorada de la vida en el campo y al aire libre.
—¿Y los demás parientes?
—Pues, como le decía, indeseables también. No es que yo tenga nada que decir contra la señora Tanios. Es una mujer agradable, pero absolutamente estúpida y dominada por su marido en todos los aspectos. Él es turco, según creo... Es una cosa espantosa para una chica inglesa el casarse con un turco, ¿no le parece? Demuestra una cierta falta de escrúpulos. A pesar de todo, la señora Tanios es una buena madre, aunque los niños son singularmente repelentes, ¡pobres criaturas!
—¿Así es que ustedes dos creen que la señorita Lawson era la persona más indicada para heredar la gran fortuna de la señorita Arundell?
Julia replicó con tono sereno:
—Minnie Lawson es una buena mujer bajo todos los aspectos. Y completamente despegada de los devaneos mundanos. La pobre no pensó nunca en ese dinero. No era ambiciosa.
—¿Tampoco pensó jamás en rehusar el legado?
Isabel retrocedió un poco.
—Oh, bueno... es difícil que uno se decida a eso.
Poirot sonrió.
—No, quizá no.
—Ya comprenderá usted, señor Parrot —añadió Julia—. Ella lo consideró como un depósito; un depósito sagrado.
—Y, además, se propone hacer algo por la señora Tanios y por sus hijos —prosiguió Isabel—. Aunque quiere que su marido no pueda manejar el dinero. Hasta nos dijo que posiblemente le asignaría una pensión a Theresa.
—Creo que esto es muy generoso por parte de ella, considerando la forma despreciativa con que siempre la trató la muchacha.
—De verdad, señor Parrot; Minnie es la más generosa criatura. Pero para qué se lo cuento. ¿Usted ya la conoce?
—Sí —dijo Poirot—. La conozco. Pero todavía no sé... su dirección.
—¡Claro! ¡Qué estúpida soy! ¿Quiere que se la anote?
—Yo mismo lo haré.
Poirot sacó la consabida libreta.
—17, Clanroyden Mansions, W.. 2. No está lejos de Whitelys. Déle muchos recuerdos. Hace tiempo que no sabemos nada de ella.
Poirot se levantó y yo le imité.
—Les doy mis más rendidas gracias —declaró—. Tanto por su encantadora conversación como por su amabilidad al proporcionarme la dirección de mi amiga.
—Me extraña que no le hayan facilitado las señas cuando estuvo en Littlegreen House —exclamó Isabel—. ¡Debe haber sido esa Ellen! Hay que ver lo envidiosos y cortos de alcances que son los criados. Solían ser descorteses con Minnie en muchísimas ocasiones.
Julia tendió su mano a estilo grande dame.
—Quizá quisieran ustedes... —Isabel se sonrojó un poco—. ¿Les agradaría quedarse y compartir nuestra cena? Algo ligero. Un poco de ensalada, hortalizas frescas, pan integral con mantequilla y fruta.
—Me gustaría mucho —se apresuró a contestar Poirot—; pero, por desgracia, mi amigo y yo debemos volver a Londres.