Выбрать главу

Su voz tenía un tono excitante. Era cálida y subyugadora.

Poirot estudiaba atentamente a la muchacha.

—Y por lo que veo, ya consiguió todo lo que quería.

—Sí, Hércules... lo conseguí.

—¿Y qué queda de las treinta mil libras?

La chica rió de pronto.

—Doscientas veintiuna libras, catorce chelines y siete peniques. Ése es el saldo exacto. Por lo tanto, dése cuenta de que solamente cobrará si consigue un buen resultado. Si no es así, no hay honorarios.

—En este caso —dijo Poirot con gesto de seguridad— puede confiar en que conseguiré buenos resultados.

—Es usted un pequeño gran hombre, Hércules. Me alegro de que nos hayamos aliado.

Poirot prosiguió, como si discutiera un negocio.

—Hay unas pocas cosas que debo conocer necesariamente. ¿Toma usted drogas?

—No, nunca.

—¿Bebe?

—Más de la cuenta; pero no porque me guste. Los de mi pandilla beben y yo les acompaño; pero si quiero puedo dejarlo de raíz desde mañana.

—Eso es muy satisfactorio.

La muchacha rió.

—No daré ningún espectáculo cuando tenga dos copas de más, Hércules.

—¿Asuntos amorosos?

—Muchos, pero en tiempos pasados.

—¿Y ahora?

—Solamente Rex.

—¿El doctor Donaldson?

—Sí.

—Parece ser contrario a la clase de vida que ha mencionado usted antes.

—¡Oh, lo es! Desde luego.

—Y, sin embargo, a usted le gusta. ¿Por qué, me pregunto?

—¡Oh! ¿Qué son las razones de estos casos? ¿Por qué se enamoró Julieta de Romeo

—Pues por una simple razón. Con los debidos respetos a Shakespeare, resulta que Romeo fue el primer hombre que vio Julieta.

—Rex no es el primer hombre que yo he visto —dijo Theresa lentamente—. Nada de eso.

Luego añadió en voz baja:

—Pero creo... presiento... que será el último en que me fijaré.

—Piense usted que ese hombre no tiene ni un penique, mademoiselle.

Ella asintió.

—Y que además necesitaba dinero.

—Desesperadamente. No por las mismas causas que lo necesito yo. Él no quiere lujo, o distinción, o diversiones, o cualquier cosa de ésas. Es capaz de llevar el mismo traje hasta que se le caiga a pedazos; comerse un trozo de carne congelada todos los días y bañarse en cualquier bañera agrietada. Si tuviera dinero lo gastaría todo en probetas, en un laboratorio y en cosas por el estilo. Es ambicioso. Su profesión lo es todo para él. Representa en su vida más de lo que... represento yo.

—¿Sabía él que iba a tener dinero cuando muriera la señorita Arundell?

—Se lo dije. Después de que nos prometimos. En realidad, no se va a casar conmigo por dinero, si es eso lo que quiere usted decir.

—¿Siguen todavía prometidos?

—Desde luego.

—¿Está usted segura?

—Desde luego —repitió vivamente. Luego añadió—: ¿Usted... lo ha visto?

—Lo vi ayer, en Market Basing.

Poirot se calló. Su silencio pareció inquietar a la muchacha.

—No le dije nada. Le pedí la dirección de Charles.

—¿Charles? ¿Quién pregunta por Charles?

Era una nueva voz; una voz masculina, agradable.

Un joven de rostro bronceado y simpática sonrisa entró en la habitación.

—¿Quién está hablando de mí? —preguntó—. Oí mi nombre desde el vestíbulo, pero no he escuchado detrás de la puerta. Eran muy especiales en Borstal con eso de escuchar detrás de las puertas. Bueno, Theresa, chiquilla, ¿qué pasa?

Capítulo XIV

Charles Arundell

Debo confesar que, desde el momento en que puse los ojos en él, albergué una secreta inclinación hacia Charles Arundell. Resultaba afable y descuidado. Guiñaba los ojos con gesto agradable y humorístico y sus modales eran de los más cordiales que jamás había yo visto.

Atravesó la habitación y se sentó en el brazo de uno de los macizos y tapizados sillones.

—¿Qué es lo que ocurre, muchacha? —preguntó.

—Charles, te presento al señor Hércules Poirot. Está dispuesto a... ejem... poner en práctica cierto trabajo sucio por nuestra cuenta a cambio de una pequeña retribución.

—Protesto —exclamó Poirot—. Nada de trabajos sucios; digamos una pequeña e inocente superchería, de tal clase, que se suprima la intención original del testador. Pongámoslo de esta forma.

—Póngalo como quiera —dijo Charles afablemente—. Lo que me extraña es cómo pudo Theresa pensar en usted.

—No fue ella —replicó rápidamente Poirot—. Vine yo, por mi propia iniciativa.

—¿A ofrecer sus servicios?

—No del todo. Preguntaba por usted. Su hermana dijo que se había ido al extranjero.

—Theresa es una hermanita muy cuidadosa —dijo Charles—, difícilmente se equivoca. A decir verdad, sospecha de todo.

—Seguramente —prosiguió Charles— hemos escogido el camino equivocado. ¿No es famoso el señor Poirot por los éxitos que ha alcanzado siguiendo la pista de los criminales? Su renombre no lo ha conseguido ayudándolos ni encubriéndolos.

—Nosotros no somos criminales —dijo Theresa con sequedad.

—Pero desearíamos serlo —continuó Charles con gesto amable—. Ya he pensado en hacer algunas falsificaciones; esto, más bien, es mi modo de obrar. Me despidieron de Oxford a causa de una cosa infantilmente simple; tan sólo cuestión de añadir un cero. Después tuve otro pequeño fracaso con tía Emily y el Banco del pueblo. Desde luego, fue una tontería por mi parte. Debí darme cuenta de que la vieja era más aguda que un alfiler. Sin embargo, todos esos incidentes fueron naderías; billetes de cinco o diez libras, y así todo. Un testamento otorgado en el lecho de muerte sería admitido con reservas. Pero aferrándose a este hecho y aleccionando a Ellen, sobornándola incluso... ¿no se dice así?, podríamos inducirla a decir que había sido testigo de este último testamento. Aunque me temo que esto dará demasiado quehacer. Hasta me podría casar con ella y así no podría declarar contra mí según la ley.

Hizo una mueca amistosa a Poirot.

—Estoy seguro de que han instalado un dictáfono secreto y nos están escuchando desde Scotland Yard —dijo.

—Su problema me interesa —contestó Poirot con acento de reproche en su voz—. Desde luego, yo no puedo consentir que vaya contra la ley. Pero hay muchas formas de que uno... —Se interrumpió significativamente.

Charles Arundell se encogió de hombros.

—No tengo ninguna duda de que hay muchos caminos tortuosos para escoger dentro de la ley —dijo—. Usted los debe conocer.

—¿Quiénes fueron los testigos del testamento? Me refiero al que se otorgó el día 21 de abril.

—Purvis llevó consigo a su pasante y el jardinero fue el segundo testigo.

—Entonces, ¿el documento se firmó ante el señor Purvis?

—Eso es.

—Según creo, el señor Purvis es una persona de la más alta respetabilidad.

—Purvis, Purvis, Charlesworth y otra vez Purvis, es una firma tan respetable e impecable como el Banco de Inglaterra —dijo Charles.

—No le gustó nada intervenir en ese testamento —comentó Theresa— En una forma ultracorrectísima creo que hasta trató de disuadir a tía Emily de que lo firmara.

—¿Te ha dicho él eso, Theresa? —preguntó Charles con tono seco.

—Sí. Ayer fui a verle otra vez.

—Eso no está bien, querida; debes darte cuenta de ello. Es malgastar el dinero.

Theresa se encogió de hombros.

—Les ruego que me faciliten toda la información que puedan sobre las últimas semanas de la vida de la señorita Arundell —dijo Poirot—. Para empezar, tengo entendido que tanto usted como su hermano y también el doctor Tanios y su esposa, estuvieron en casa de su tía la Pascua pasada.