Terminaron, abrieron los ojos, miraron alrededor con expresiones que podían ser de turbación o de desprecio.
Halcón adelantaba el torso con una mirada de embelesada aprobación. Edna sonreía cortésmente. Yo tenía en el rostro esa clase de sonrisa que aparece cuando uno se ha sentido profundamente conmovido y complacido. Lewis y Ann habían cantado maravillosamente.
Alex recobró el aliento, echó una mirada alrededor pare ver en qué estado estaban todos los demás, vio, y apretó el botón del autobar que empezó a zumbar y a moler hielo. Nada de aplausos, pero empezaron los ruidos admirativos, la gente asentia, comentaba, murmuraba. Regina Abolafia se acercó a Lewis pare decirle algo. Yo traté de escuchar haste que Alex me empujó el codo con una copa.
Oh, perdone…
Transferi el maletín a la otra mano y, sonriéndole, tomé la copa. Cuando la senadora Abolafia se apartó de los dos Cantores, éstos estaban tomados de la mano y se miraban el uno al otro como avergonzados Se volvieron a sentar.
La concurrencia se dispersó en grupos por los jardines, por los bosquecillos. En lo alto, las nubes de color gamuza deslucida se plegaban y desplegaban a través de la luna.
Durante un rato permanecí a solas en un círculo de árboles escuchando la música, un canon en dos movimientos compuesto por de Lassus, programado para radio-generadores. Recordé: un articulo aparecido la semana anterior en una de las revistas literarias de mayor circulación diciendo que esa era la única forma de eliminar la sensación de las barras divisorias impuestas a los músicos modernos por cinco siglos de métrica. Durante dos semanas más este sería un pasatiempo aceptable. Los árboles circundaban un estanque de rocas, sin agua. Bajo la superficie de plástico, luces abstractas se tejían y entretejían en radiaciones cambiantes.
—¿Me permite…?
Me di vuelta par encontrar a Alexis, que ahora no tenia copa ni idea de qué hacer con las manos. Estaba nervioso.
—…pero nuestro joven amigo me ha dicho que usted tiene algo que podría interesarme.
Yo empecé a levantar mi maletín, pero la mano de Alex bajó de su oreja (ya había pasado del cinturón al pelo, del pelo al cuello) para detenerme. Nuevo rico.
—Está bien. No necesito verlas todavia. En realidad, prefiero no hacerlo. Tengo algo que proponerle Naturalmente, me interesaría lo que usted tiene si son, en verdad, como Halcón las describio. Pero tengo un invitado que tendría aún más curiosidad.
Eso me sonó raro.
—Sé que suena raro —reconoció Alexis— pero pensé que a usted podria interesarle sólo por lo que representa desde el punto de vista financiero. Yo soy un coleccionista excéntrico que podria ofrecerle un precio acorde con el uso que fuera a darles: excéntricos temas de conversación y, dada la naturaleza de la compra, tendria que limitar estrictamente el número de personas con quien tratarlo.
Yo hice un gesto de asentimiento.
—Mi invitado, en cambio, podría encontrarles una utilidad mucho mayor.
—¿Podria declrme quién es ese invitado?
—Le pregunté, por fin, a Halcón quién era usted y él me dio a entender que estaba a punto de cometer una grave indiscreción social. Revelarle a usted el nombre de mi invitado seria cometer una indiscreción semejante. —Sonrió.— Pero la discreción es el principal ingrediente del combustible que trace girar la maquina social, señor Harvey Cadwaliter-Erickson… —Sonrió con picardía.
Nunca en mi vida fui Harvey Cadwaliter-Erickson, pero hay que reconocer que Halcón fue siempre un chico muy imaginativo. De pronto, una idea me vino a la mente: los magnates del tungsteno, los Cadwaliter-Erickson de Tythis en Tritón. Halcón no era solamente imaginativo, era tan brillante como siempre lo están diciendo las revistas y periódicos.
—¿Supongo que su segunda indiscreción será el decirme quién es ese misterioso invitado?
—Bueno —dijo Alex con la sonrisa del gato engordado a canario—. Halcón estuvo de acuerdo conmigo en que el Halcón bien podria tener curiosidad por ver lo que usted tiene allí (señaló), como en verdad la tiene.
Yo arrugué el ceño. Luego pensé montones de pensamientos pequeños y rápidos que iré expresan. do a su debido tiempo.
—¿El Halcón?
Alex asintió.
No creo haber estado realmente enojado.
—¿Me mandaria un momento aquí a nuestro joven amigo?
—Como usted quiera.
Alex me hizo una reverencia y dio media vuelta Apenas un minuto después Halcón trepó por las rocas y entre los árboles, con una ancha sonrisa. Al ver que yo no le sonreía, se detuvo.
—Mmm…—empecé a decir.
Echó hacia atrás la cabeza con desparpajo.
Yo me rasqué la barbilla con un nudillo.