Luego, el tirón hacia abajo del ascensor al detenerse. El Honorable Clement estaba todavía a medias en mi cara cuando se abrió la puerta.
Gris sobre gis, con una expresión de profundo desaliento en el rostro, el Halcón se escurrió entre las puertas. A sus espaldas, la gente bailaba en un primoroso pabellón decorado con lujo asiático (y mandala de tonalidades cambiantes en el cielo raso). Arty me ganó en llegar al CERRAR PUERTA. Entonces me dirigió una mirada extraña.
Yo me limité a suspirar y terminé de sacarme a Clem.
—¿La policía está allá arriba? —reiteró el Halcón.
—Arty —le dije, alustándome la hebilla del pantalón—, así parece. —El vehículo ganó velocidad.— Pareces casi tan nervioso como Alex. —Me encogí de hombros pare sacarme la chaqueta del frac, di la vuelta las mangas. saqué una muñeca y me arranqué la pechera almidonada con la corbata de moño negra, y la metí en el maletin junto con todas mis otras pecheras; di vuelta la chaqueta y me enfundé en el buen traje gris espigado de Howard Calvin Evingston. Howard (como Hank) es pelirrojo (pero no tan crespo).
El Halcón arqueó las cejas que no tenia cuando me saqué la peluca de Clem y sacudí mi propia cabellera.
—Veo que ya no anda por ahí con todas esas cosas abultadas en los bolsillos.
—Oh, ésas ya están a buen recaudo —dijo malhumorado—. Están a salvo.
—Arty —le dije adecuando mi voz al ingenuo registro de barítono inspirador de confianza de Howard— ha de haber sido mi vanidad descocada la que me hizo suponer que toda esa policía de Servicio Regular venía aquí sólo por mí…
El Halcón graznó literalmente.
—No se sentirían demasiado infelices si también me echaran el guante a mí.
Y desde su rincón, Halcón preguntó:
—Te has venido aquí con tu aparato de seguridad, ¿verdad, Arty?
—¿Y qué?
—Hay una forma en que puedes salir de ésta —me siseó Halcón. La chaqueta se le había abierto a medias sobre el estropeado pecho—. Y es que Arty te saque con él.
—Idea brillante —decidí—. ¿Quieres que te devuelva un par de miles por el servicio?
La idea no le causó ninguna gracia.
—No quiero nada de ti. —Se volvió a Halcón.— De ti necesito algo, chiquito. No de él. Mira, no estaba preparado para Maud. Si quieres que saque a tu amigo, tendrás que hacer algo por mí.
El muchacho parecia confundido.
Creí ver cierta presunción en la cara de Arty, pero se diluyó en una mueca de preocupación.
—Tienes que inventar alguna forma de llenar el vestíbulo de gente, y rápido.
Yo iba a preguntar por qué pero desconocía la magnitud del aparato de seguridad de Arty. Iba a preguntar cómo, pero el piso me empujó los pies y las puertas se abrieron de par en par.
—Si no lo puedes hacer —le gruñó el Halcón a Halcón— ninguno de nosotros saldrá de aqui. ¡Ninguno!
Yo no tenia idea de lo que iba a hacer el chico, Pero cuando me disponía a seguirlo al vestíbulo, el Halcón me asió por el brazo y siseó:
—¡¡Quédate aquí, pedazo de idiota!!
Di un paso atrás. Arty se apoyaba con todo su Peso en ABRIR PUERTA.
Halcón voló en dirección al estanque. Y se zambulló en él.
Llegó a los trípodes de tres metros y medio y empezó a escalar.
—¡Se va a lastimar! —murmuró el Halcón.
—No me digas —le dije, pero no creo que captara mi cinismo.
Por debajo del gran fuentón de fuego, Halcón hacia piruetas. De pronto algo se desprendió allí. Algo más sonó: ¡Clang! Y algo más cayó al agua con un chapoteo. El fuego se propagó veloz por el reguero y llegó al estanque, con llamaradas rugientes e infernales.
Una flecha negra con una cabeza dorada: Halcón se zambulló.
Me mordi el carrillo por dentro cuando sonó la alarma. Cuatro personas uniformadas avanzaban por la alfombra azul. Otro grupo que venia en dirección contraria, vio las llamas y una de las mujeres gritó. Yo solté el aire de los pulmones, pensando que la alfombra, las paredes y el cielo raso tenían que ser a prueba de incendio. Pero la idea se me perdió de vista ante los casi dieciocho metros de infierno.
Halcón salió a la superficie junto al borde del estanque en el único lugar libre de llamas, rodó sobre la alfombra, tapándose la cara con las manos. Y rodó, y rodó. Entonces se puso de pie.
Otro ascensor volcó su carga de pasajeros boquiabiertos y boqueantes. Una dotación franqueaba ahora las puertas con equipos extintores La alarma seguía sonando.
Halcón se dio vuelta para mirar a la docena de personas reunidas en el vestibulo. El agua formaba charcos sobre la alfombra alrededor de las perneras de su pantalón empapado y brillante. Las llamas convertian las gotas que le resbalaban por el pelo y las mejillas en cobre y sangre centelleantes.
Se golpeó con los puños los muslos mojados, inspiró profundamente, y en medio del rugido y las campanas y los murmullos, Cantó.
Dos personas volvieron a meterse en dos ascensores. Por una de las partes emergió media docena más. Los ascensores regresaron medio minuto después con una docena cada uno. Comprendí que el mensaje se estaba difundiendo en todo el edificio: habia un Cantor Cantando en el vestíbulo.
El vestíbulo se llenó. Las llamas rugian, los bomberos se revolvían inquietos en sus puestos, y Halcón junto al estanque en llamas, los pies separados sobre la alfombra azul, Cantaba, y Cantó acerca de un bar próximo a Times Square lleno de ladrones farloperos, camorristas, borrachos, mujeres demasiado viejas para mercar con lo que todavia ofertaban y otros trueques un poco rufianescos por lo demás donde, en las primeras horas de la noche se había armado una trifulca, y un viejo había salido de la riña malherido.
Arty me tironeó de la manga.
—¿Qué…?
—Sígueme —siseó.
La puerta del ascensor se cerró a nuestras espaldas.
Caminamos lentamente entre los oyentes embelesados, deteniéndonos pare observar, deteniéndonos para escuchar. A decir verdad, yo no estaba en condiciones de hacerle justicia a Halcón. Buena parte de ese deambular lo dediqué a preguntarme qué clase de protección tendría Arty.
Parado detrás de una pareja en salida de baño que guiñaba los ojos por el calor, decidí que todo era muy simple. Arty quería sencillamente escabullirse en medio de un gentío, asi que habia inducido a Halcón a que fabricara uno.
Para llegar a la puerta teníamos que atravesar prácticamente todo un cordón policial del Servicio Regular, que no creo tuviera nada que ver con lo que pudiese estar pasando en la terraza-jardín; se habian reunido alli con el solo objeto de ver el incendio y se habian quedado para escuchar el Canto. Cuando Arty palmeó a uno en el hombro, “Disculpe”, para poder pasar, el policia lo miró, lo dejó de mirar y luego tuvo una brusca reacción de sorpresa al estilo Mack Sennet. Pero otro polizonte captó toda la escena, y tocó al primero en el brazo y con un frenético y disimulado movimiento de cabeza lo disuadió. Luego los dos, deliberadamente, se pusieron de espaldas para escuchar al Cantor. Mientras se calmaba el terremoto de mi pecho, decidí que el aparato de seguridad del Halcón, los agentes y contraagentes, las maniobras y maquinaciones que se estaban desplegando en el vestíbulo en llamas, debía ser tan sutil e intrincado que intentar comprenderlo era condenarse a la paranoia total.
Arty abrió la puerta de calle.
De la última bocanada de aire climatizado salí a plena noche.
Bajamos a buen paso por la rampa.
—¿Eh, Arty?
—Tú tomas ese camino. —Señaló calle abajo— Yo voy por éste.
—Eh… ¿qué camino es ése?—Señalé en mi direccion.
—La estación Doce Torres del sub-sub-subterráneo. Mira, te saqué de allí. Créeme, por el momento estás a salvo. Ahora toma un tren a algún lugar interesante. Adiós. Vete ahora.