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—Pero, no hay motivo…

Blaine la interrumpió. —Será mejor que obedezcas, Harriet.

La chica vaciló.

—Vamos, adelante.

Harriet salió a la acera y se volvió.

—Volveremos a vernos — le dijo a guisa de despedida.

Y, al marcharse, miró de reojo al sheriff.

—¡Cosaco! — le disparó al pasar junto a él.

Pero el sheriff pareció no enterarse. Probablemente, jamás habría oído semejante palabra.

—Dése prisa, señora — le repuso casi amablemente.

El gentío se apartó para dejarla pasar; pero murmuró sordamente con rabia. La chica llegó hasta el coche y se volvió para saludar a Blaine con la mano. Entonces, puso en marcha el vehículo y salió disparada a todo correr. La gente se apartó asustada, tratando de ganar las aceras para no ser atropellada por el potente coche atómico, que partió como una flecha, blindado por la nube de polvo que levantaron sus potentes reactores.

El sheriff aguardó con una calma monumental, hasta que el vehículo hubo desaparecido al fondo de la calle.

—¡Ve usted, sheriff! — gritó una víctima ultrajada —. ¿Por qué no la persigue usted?

—Se lo tiene bien merecido — repuso el sheriff —. Usted empezó todo esto. Hoy pensaba pasarme el día tranquilo y ya me tiene todo excitado.

En realidad, no aparecía así, ni mucho menos.

El rebaño empujó hacia la acera, argumentando violentamente. El sheriff hizo un gesto con ambas manos, como si estuviera espantando un grupo de pollitos.

—¡Vamos, lárguense de aquí! — les dijo —. Ya se han divertido bastante. Ahora voy a ocuparme de mi trabajo, llevaré a este tipo a la cárcel.

Se volvió hacia Blaine.

—Venga conmigo.

Caminaron a lo largo de la acera juntos, hacia el pequeño tribunal del pueblo.

—Debería usted haberlo sabido mejor — le dijo el sheriff —. Este pueblo es el infierno para las personas como usted.

—¿Cómo iba a saberlo? — repuso Blaine —. No había signo alguno.

—Desapareció hace un par de años — comentó el sheriff —. Y nadie ha tenido después la idea de volver a ponerlo. Realmente debería existir un nuevo letrero, aunque lo cierto es que las tormentas de arena acaban borrándolo por completo.

—¿Qué intenta usted hacer conmigo? — preguntó Blaine.

—No mucho, calculo — repuso el sheriff —. Detenerle a usted un rato mientras se calman los ánimos de esta gente. Creo que será mejor para su propia protección. Tan pronto como se halle seguro, le pondré en libertad y se marchará de aquí cuanto antes.

Blaine quedó un momento en silencio, considerando la situación. Llegaron a la pequeña corte de justicia del pueblo y subieron los escalones de madera. El sheriff abrió la puerta.

—Adelante.

Entraron ambos en la oficina del sheriff y éste cerró la puerta.

—Oiga, sheriff — dijo Blaine —. No creo que tenga usted fundamento suficiente para detenerme. ¿Qué pasaría si me marchara ahora mismo de aquí?

—No gran cosa, imagino. No lo haría en derecho, por lo menos. Yo personalmente no le detendría a usted, aunque tuviese algo que argumentar. Pero es usted el que no querría seguramente marcharse del pueblo ahora mismo. Esa gente le cazaría en cinco minutos.

—He podido marcharme en el coche.

El sheriff sacudió la cabeza.

—Hijo, yo conozco a estas gentes. Me he criado con ellos y soy uno de ellos. Sé hasta dónde puedo llegar y cuándo debo detenerme. He podido hacer que se marche la señora; pero no ambos. ¿No ha visto usted nunca una multitud en acción?

Blaine movió la cabeza significativamente.

—No es nada bonito de ver.

—¿Y qué hay de esa vieja Sara? ¿Ella es también una visionaria?

—Bien, le diré a usted, amigo. Sara procede de una antigua familia. Ella cayó en los malos tiempos; pero su familia ha vivido aquí desde hace más de cien años. El pueblo la tolera.

—Sí, y es mañosa como un detective. El sheriff sacudió la cabeza y emitió una risita entre dientes.

—No hay mucho que se le escape a nuestra vieja Sara — dijo el sheriff —. Se dedica a vigilar a todos los forasteros que vienen al pueblo.

—¿Y ha podido usted coger a muchos parakinos por ese procedimiento?

—Bah, regular, de vez en cuando Un número prudente.

El sheriff se dirigió hacia su mesa de despacho.

—Vacíe aquí sus bolsillos. La Ley dice que tengo que hacerlo así Le daré un recibo.

Blaine comenzó a vaciar el contenido de sus bolsillos. Una billetera, un pañuelo, una llave y, finalmente, la pistola.

El sheriff se fijó especialmente en el arma.

—¿La tuvo usted encima todo ese tiempo?

Blaine afirmó con la cabeza.

—¿Y no hizo usted intención de usarla?

—Estaba demasiado asustado para intentarlo.

—¿Tiene usted licencia para usarla?

—No, no la he tenido nunca.

El sheriff silbó entre dientes. Recogió la pistola, la examinó y la descargó después Las balas brillaron con un reflejo cobrizo al caer fuera del arma. El sheriff abrió un cajón y la depositó.

—Bien, ahora ya tengo motivo para encerrarle a usted.

Recogió las cerillas y las entregó a Blaine.

— Le harán falta para fumar.

Blaine las guardó en un bolsillo.

—Trataré de conseguirle cigarrillos — dijo el sheriff.

—No tiene que molestarse — respondió Blaine —. Los llevo pocas veces, ya que, realmente, fumo muy poco.

El sheriff descolgó un manojo de llaves de un clavo de la pared.

—Vamos.

Blaine le siguió a lo largo del corredor que desembocaba frente a una hilera de celdas. La autoridad abrió la más próxima.

—Se quedará aquí solo — le dijo —. Cualquier cosa que desee, dígamelo y haré lo posible por complacerle.

Y la autoridad del pueblo cerró con llave, y corrió el cerrojo de la celda.

VIII

Había sido conocida por diversos nombres. Una vez, se la conoció con el nombre de percepción extrasensorial Y después, hubo un tiempo en que se la denominó psiónica, psi, para abreviar la expresión. Pero, primero del todo, había sido conocida con el nombre de magia.

El médico brujo primitivo, con los óxidos que usaba para pintar, con los huesos de los nudillos con que se rascaba el cráneo, con su saco de contenido nauseabundo, ya la había practicado, siguiendo un camino y un procedimiento zafio y desmañado, antes de que la primera palabra hubiera sido escrita. Se había aferrado a un principio que no comprendía ni se había preocupado de que fuese algo que debiera comprender. Y así fue transmitiéndose su conocimiento, de una mano inepta a otra El médico brujo del Congo ya la usó, los sacerdotes del antiguo Egipto la conocieron también, y los sabios del Tíbet, en el techo del mundo, tuvieron un profundo conocimiento de ella. Pero en todos aquellos casos de la historia de la magia, nunca fue sabiamente empleada en modo alguno, ni fue bien comprendida, mezclándose con una serie de hechicerías y burdas supersticiones, y cuando llegaron los días del triunfo de la razón, fue totalmente desacreditada y apenas si quedó nadie que creyera en ella.

Tras los días del triunfo de la razón, surgió un método y una Ciencia y ya no quedó sitio para la magia, en el mundo que la Ciencia había construido, ya que en ella no existía método, ni sistema, ni podía reducirse a una fórmula ni a una ecuación. En consecuencia, se convirtió en algo sospechoso, fue expulsada, despreciada y considerada como una estúpida locura. Ningún nombre que se hallase en sus cabales podía considerarla seriamente.

Pero la llamaron PK (paranormal-kinética) útilmente, para abreviar tan larga expresión. Y aquellos que la poseían fueron llamados parakinos, siendo perseguidos, encerrados en una cárcel o maltratados de formas aún peores. A pesar de todo y teniendo en cuenta el abismo que mediaba entre la PK y la Ciencia, fue tomando el sistema metódico que la propia Ciencia había ido remachando en la mente del género humano, hasta que la PK tomó carta de naturaleza y comenzó a actuar. «Y por extraño que ello pudiera parecer — se dijo Blaine a sí mismo —, había tenido que ser necesario que la ciencia lo hubiese hecho primero». La Ciencia tenía que haberse desarrollado en primer término, antes de que el Hombre pudiera comprender las fuerzas que poseía en su mente y liberarlas de los grilletes con que se hallaban fuertemente ligadas, antes de que la energía mental pudiera ser registrada, controlada y puesta a trabajar eficazmente por aquellos que sin haberlo sospechado nunca la habían llevado consigo con tal riqueza de poder y energía. Y en el estudio profundo del PK había sido preciso establecer un método y la Ciencia había sido el fundamento de entrenamiento, en el que tal método tenía que ser desarrollado.