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—Olvídelo, padre No debiera haberlo dicho.

Ambos hombres permanecieron sentados por un momento, mirándose el uno al otro, sin comprenderse recíprocamente. «Como si fueran seres de dos mundos distintos», pensó Blaine. Con puntos de vista que no coincidirían ni en un millón de años, y con todo, ambos eran hombres. Lo lamento sinceramente, padre.

—No es preciso que lo haga. Lo dijo. Hay otros que lo creen, o piensan que lo creen; pero nunca lo dirían. Usted al menos, es honesto.

Se dirigió a la salida y golpeó amistosamente el brazo de Blaine.

—¿Es usted telépata?

—Y teleportador además. Pero limitado. Muy limitado.

—¿Y eso es todo?

—Pues, no sé. Yo nunca he averiguado más.

—¿Quiere usted decir, que puede tener otras capacidades de las que no se halla todavía advertido?

—Mire, padre, en PK uno tiene una cierta capacidad mental. Primero se empieza por las cosas más sencillas, el telépata, el teleportador, el premonitor. Se continúa adelantando, siempre hacia delante, o surge algo que le detiene a uno a veces, mientras que otros crecen en poder. Cada una de esas capacidades no están separadas, ya que tales capacidades son simplemente manifestaciones de una totalización de la mente. Están amontonadas, revueltas conjuntamente, la mente trabajando como si siempre lo hubiera hecho así normalmente.

—¿Y eso no es el mal?

—Ciertamente que puede llegar a serlo. Haciendo un uso equivocado, es el mal. Y de hecho es utilizado equivocadamente por mucha gente, un grupo de aficionados que nunca se preocuparon de comprender o analizar el poder que tienen. Pero el hombre también ha hecho mal empleo de sus manos, ha robado, ha matado…

—¿No es usted un hechicero?

Blaine estuvo a punto de soltar la carcajada, la risa surgió a punto de estallar, pero no pudo reír. Estaba sobrecogido de terror, para poder hacerlo.

—No, padre. Se lo juro a usted. No soy ningún hechicero, ni ningún brujo, ni…

El anciano sacerdote levantó una mano para detenerle en su discurso.

—Ahora ya estamos en paz — dijo —. Yo, también, dije algo que no debiera haber dicho.

Se levantó pesadamente del catre.

—Gracias — le dijo a Blaine —. Dios le ayudará.

—¿Estará usted aquí esta noche?

—¿Esta noche?

—Cuando la gente venga a cogerme y llevarme a la horca. ¿O es que piensan quemarme vivo amarrado a un poste? El rostro del anciano sacerdote se retorció con repugnancia.

—No debería usted pensar en cosas semejantes. Seguramente que no, en este…

—Ya quemaron el Puesto Comercial y querían haber matado al factor.

—Aquello fue un error — repuso el sacerdote —. Ya les dije que lo era. Sé que ciertos miembros de mi parroquia participaron en aquello, entre otros muchos; pero deberían haber conocido la cosa mejor. He trabajado muchos años entre ellos, precisamente contra todo eso.

Blaine tendió su mano para apretar la sarmentosa del padre Flanagan. Los dedos artríticos del anciano le apretaron con calor, en un cordial adiós.

—El sheriff es un buen hombre — dijo el sacerdote — Hará lo mejor que esté a su alcance. Por mi pateo, hablaré con la gente.

—Gracias, padre.

—Hijo mío, ¿tiene miedo de morir?

—No lo sé. Con frecuencia he pensado que no debería tenerlo… Tendré que esperar para comprobarlo.

—Necesita tener fé.

—Quizá tenga razón, y lo deseo. Ojalá la encuentre. ¿Dirá usted una oración por mí?

—Dios vela por ti, hijo. Rogaré a Él en los oficios de esta tarde.

X

Blaine se fue nuevamente a la ventana y observó a la gente reunirse en la oscuridad del atardecer No lo hacían con mucha prisa, sino lentamente, sin ruido, quietamente, casi con desgana, como si hubieran llegado al pueblo para reunirse en una función de teatro o cualquier otra normal función de pura rutina.

Pudo oír al sheriff ir de un lado a otro de la oficina, tranquilamente, y se imaginó si sabría lo que iba a ocurrir, aunque lo más cierto sería que así fuese, ya que había vivido siempre en el pueblo y tendría sobrados motivos para conocerlo.

Se aferró a las barras metálicas de la ventana, con callada desesperación Más allá en algún punto del patio de la cárcel un pájaro desgranaba el último canto del día, antes de acurrucarse en una rama y dormirse Y mientras continuaba esperando, el Color de Rosa surgió fuera de su escondite y flotó en su mente, expandiéndose como si la rellenase por completo.

—Vine para estar contigo — pareció decir —. Debo permanecer escondido. Lo sé todo con respecto a ti. He explorado hasta el último confín de tu cerebro y conozco la clase de cosa que tú eres. Y a través de ti, la clase de mundo en que vives y en que yo vivo ahora, porque tu mundo es ahora el mismo mío.

—¿No más bobadas? — preguntó la parte de la extraña dualidad que Blaine continuaba siendo.

—No más bobadas — dijo el otro — Nada de gritar más, ni de correr, ni más intentar escaparse. No pienses en la muerte. La muerte no tiene sentido, porque el fin de la vida es inexplicable. Puede sencillamente no ocurrir nunca aunque oscuramente, en lo lejos recuerdos de la memoria, parezca que les ha ocurrido a otros.

Blaine dejó la ventana y volvió a sentarse sobre el catre de la celda, y comenzó a recordar. Pero sus recuerdos eran oscuros y perdidos, llegándole desde muy lejos y como si hubieran transcurrido largos períodos de tiempo, y no pudo estar seguro, si eran fieles recuerdos de su memoria o si no eran más que fantásticas imágenes. Ya que había muchos planetas y muy diferentes gentes y una multitud de extrañas ideas y una caótica mezcolanza de informaciones cósmicas que yacían confusas y revueltas como una pila de billones de muñecos de paja en su alocado cerebro.

—¿Qué tal se encuentra usted? — le preguntó el sheriff, que se había aproximado tan en silencio que Blaine ni se hubo dado cuenta.

—Ah, bien, muy bien — repuso Blaine, levantando la cabeza —. Supongo que ahora vendrán sus amigos a quienes he estado vigilando desde la ventana.

El sheriff emitió una risita entre dientes.

—Bah. No tiene que temer nada — repuso — No tendrán arrestos ni para cruzar la calle Si lo hacen saldré y hablaré con ellos.

—¿Aún en el caso de que sepan que yo soy del Anzuelo?

—Eso es una cosa — dijo el sheriff — que no tienen por qué saber.

—Usted se lo dijo al sacerdote.

—Eso es diferente — repuso e1 sheriff — Creí que debía decírselo al padre.

—¿Y él, no se lo dirá a cualquier otra persona?

—¿Por qué tendría que hacerlo?

No hubo respuesta: era una de esas preguntas que hay que dejar sin contestación.

—Además, usted envió un mensaje.

—Pero no al Anzuelo. Fue a un amigo que lo enviará al Anzuelo.

—Ha sido un trabajo perdido — le dijo Blaine — No tuvo usted que haberse molestado el Anzuelo sabe dónde me encuentro.

Sí, tenía que haber necesariamente varios perros de presa tras su rastro en aquel momento, que ya hubieran captado la pista, haría muchas horas. Sólo habría existido una sola oportunidad para él, haber viajado rápidamente y, desde luego, completamente solo. Podría ser que los agentes del Anzuelo llegaran al pueblo aquella misma noche y esta idea hizo surgir una esperanza en la mente de Blaine, ya que la gigantesca organización no permitiría que le matara aquel populacho.

Blaine se levantó del jergón y se dirigió nuevamente hacia la ventana.

—Será mejor que se marche ahora mismo — dijo el sheriff —. La gente se dirige hacia aquí.

El populacho se daba prisa, naturalmente. Tenían necesidad de llevar a cabo su obra, antes de que la noche cayera sobre el pueblo. Cuando las sombras del crepúsculo se convirtiera en completa oscuridad, se encerrarían en sus casas, con las puertas cerradas a doble llave y con el cerrojo y barras puestas y con los signos fetichistas colgados ostensiblemente en las puertas, ya que entonces y sólo entonces, se verían seguros de las ocultas y terribles fuerzas del mal que patrullaban entre las oscuras sombras de la noche, en que se mezclaban los fantasmas, los íncubos y súcubos, los duendes, las brujas…