Выбрать главу

—No hace falta que lo seas. (Podríamos llevarte por el aire, entre dos de nosotros, cogiéndote un brazo cada uno.)

Blaine se encogió de hombros.

—No, gracias, chicos. Creo más bien que no es preciso.

El pobre Riley se había tirado al suelo, puesto de rodillas y gemía desesperadamente.

—¡Dejadle solo! — gritó Blaine.

La chica se volvió. Sus pensamientos surgieron claros y con agudeza:

—¡Apartaos de él! ¡No tocarle! ¡No le hagáis nada!

—Pero Anua…

—Ni una palabra — repuso la chica.

—Es un cobarde y un cerdo. Ha tirado con balas de plata.

—¡He dicho que no!

Los demás se marcharon.

—Tenemos que irnos — dijo Anita —. ¿De veras no necesitas nada?

—¿Te refieres a ese hombre?

Ella afirmó con la cabeza.

—Puedo manejarlo bien.

—Mi nombre es Anita Andrews. Vivo en Hamilton, y mi teléfono es el 276. Apúntatelo bien.

—Apuntado — repuso Blaine, mostrando los nombres y los números.

—Si necesitas ayuda…

—Te llamaré.

—¿Prometido?

—Prometido. (Una cruz sobre un corazón.)

Riley se había puesto tembloroso en pie nuevamente y se hurgaba frenéticamente los bolsillos en busca de balas. Blaine se arrojó sobre él. Cogió a Riley de frente, le rodeó el cuerpo con un brazo y con la otra mano le arrancó el revólver. Y mientras tanto, gritó:

—¡Marchaos de aquí! ¡Todos, pronto!

Cayó al suelo boca abajo, sobre el roto pavimento de la carretera, sintiendo el magullamiento de su carne y la rotura de sus ropas contra los agujeros del camino, pero había conseguido arrastrar con él a Riley. A ciegas, Blaine sólo deseaba echar mano al arma, que en uno de los golpes de Riley le cayó sobre el costado, haciéndole un daño horrible en las costillas Soltó un juramento y le echó mano; pero Riley ya había levantado el arma para propinarle otro golpe. Blaine golpeó desesperadamente en la oscuridad, y con el puño pudo evitar el segundo golpe de muerte que Riley pretendía asestarle con el revólver. El arma se apartó por una fracción de segundo de su rostro adonde iba dirigida brutalmente. Con el puño pudo atenazar la mano de Riley que empuñaba el revólver, se revolvió furiosamente, hasta conseguir definitivamente arrancárselo. Blaine rodó por el suelo, llevando consigo el revólver, y rápidamente se puso en pie. Fuera del alcance de la luz, vio cómo Riley cargaba sobre él como un toro enloquecido, con los brazos extendidos y la boca abierta rugiendo como una fiera. Blaine levantó el revólver y lo lanzó lejos, en la oscuridad, cuando ya tenía a Riley casi encima de él. Se echó a un lado, aunque a poca distancia. Uno de los brazos de Riley le alcanzó por la cadera y aunque trató de sostenerse en equilibrio, no le fue posible. Cayó rodando con Riley y ambos se retorcieron por el suelo frenéticamente. Blaine se levantó de nuevo y Riley volvió a atacarle ciego de furor. Al querer apartarse de nuevo, el impulso de la acometida llevó a Riley a estrellarse literalmente contra la parte delantera del camión. Se oyó un golpe terrible y Riley cayó al suelo como un montón de trapos, desvencijado y sin vida. Blaine permaneció observando a Riley cómo quedaba inconsciente.

La noche estaba en un completo silencio. Sólo se hallaban allí ellos dos solos. Los demás se habían marchado. Allí estaban, él, Riley fuera de combate y el renqueante camión. Blaine miró a todo su alrededor y hacia arriba, hacia el cielo nocturno iluminado por la luna, donde nada podía observarse excepto el satélite y las estrellas, y el solitario viento de la pradera.

Se volvió hacia Riley y vio que el hombre estaba vivo, según pudo comprobar. Le ayudó a sentarse. Tenía una herida en la frente, producida por el choque contra el capot del camión. Respiraba trabajosamente y en sus ojos se apreciaba una mirada ausente. Blaine le sacudió hasta que le pareció ver que Riley recobraba el sentido.

—¡Maldito estúpido! — le gritó —. Si le hubieras tirado de nuevo, nos habrían destrozado a los dos.

Riley se le quedó mirando fijamente y sus labios quisieron moverse, sin que las palabras fluyeran a su voluntad. Sólo se le oía una palabra: —Tú… tú… tú…

Blaine se le aproximó y le ayudó a ponerse en pie; pero Riley trató, espantado, de apartarse de su contacto, presionando su cuerpo fuertemente al camión, como si quisiera meterse dentro de la chapa metálica del chasis.

—¡Tú… eres uno de ellos! — gritó —. Me lo imaginaba todos estos días.

—¡Estás loco!

—¡Pero sí que lo eres! Tenías miedo de que te vieran. Sólo querías estar encerrado en el camión. Yo siempre he sido el que ha tenido que ir a buscar la comida y el café. Tu no has ido una sola vez. Yo he tenido que buscar la gasolina. Y nunca tu…

—El camión es tuyo — repuso Blaine —. Tú eres quien tienes el dinero, y yo no. Ya sabes que estoy sin un centavo.

—Por la forma que te acercaste a mí — continuó Riley jadeando —. Viniendo desde un bosque de chopos. ¡Tú tienes que estar escondido durante la noche en los bosques! Y tú no crees en nada de lo que todo el mundo cree normalmente.

—Yo no soy un estúpido — repuso Blaine —. Esa es la única razón. Yo no soy más PK de lo que tú puedas serlo. Si lo fuera, ¿crees que tendría que viajar en un cacharro inmundo como este?

Se aproximó a Riley y le ayudó a sostenerse en pie Le sacudió para que Riley pudiese mover la cabeza de un lado a otro. Riley miró aterrado en todas direcciones.

—¡Vamos, ya está bien! — le gritó Blaine —. Estamos seguros. ¡Vámonos de aquí!

—¡El revólver! ¡Lo has tirado!

—¡Al diablo con el revólver! ¡Métete en el camión de una vez!

—¡Pero tú hablaste con ellos! ¡Lo estuve oyendo! —Yo no he pronunciado una palabra. —No con la boca — repuso Riley —, ni con la lengua, pero yo sé que has estado hablando con ellos. No todo lo que habéis hablado. Pero lo he cogido a retazos. Te digo que te he oído.

Blaine le empujó para entrar en el camión, abriendo la puerta con una mano y ayudándole con la otra.

—¡Siéntate ahí y cierra el pico de una vez! — dijo Blaine, amargado —. Tú y tu condenado revólver. ¡Y con tus estúpidas balas de plata!

Blaine comprendió que era demasiado tarde. Resultaría completamente inútil darle explicación alguna, que Riley no habría comprendido de ningún modo. Sería una preciosa pérdida de tiempo. Blaine dio la vuelta al camión y se sentó al otro lado. Puso en marcha el motor y arrancó. Caminaron durante una hora en silencio, con Riley acurrucado en su asiento.

Finalmente, Riley habló:

—Lo siento, Blaine. Supongo que tú tenías razón antes.

—Seguro que la tenía — repuso Blaine —. Si hubieras continuado tirando.

—No me refería a eso — dijo Riley —, me refería a que si tú hubieras sido uno de ellos, te habrías marchado en su compañía. Ellos te habrían llevado a cualquier parte, mucho más rápidamente que con este trasto viejo.

Blaine sonrió entre dientes.

—Para demostrártelo y que te quedes tranquilo, yo iré por la mañana a buscar la comida y el café. Si es que quieres confiarme el dinero, desde luego…

XV

Blaine esperaba sentado en la tienda a que el hombre que le atendía acabase de empaquetar una docena de salchichas, hamburguesas, unos bocadillos y una lata con café Había un par de clientes en la tienda, que no le prestaron la menor atención. Uno de ellos había terminado el desayuno y estaba leyendo un periódico. El otro, inclinado sobre el plato de comida, estaba removiendo una horrible mezcla, que más se parecía a una comida para perros, y que originariamente eran huevos y patatas fritas.

Blaine se apartó de la vista de aquellos dos hombres y miró fijamente al exterior por las ventanas de cristal que componían dos lados del edificio. La mañana era tranquila y sólo unos cuantos coches transitaban de un lado a otro y en la calle solamente un individuo marchaba a pie.