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Capítulo 28

Cuando fueron presentados formalmente Jude descubrió que el auténtico nombre de la abuela era señora Fordham, y así fue como la llamó a partir de ese momento. No le parecía correcto llamarla Bammy. Paradójicamente, era incapaz de pensar en ella realmente como la señora Fordham. Era Bammy, por más que la llamara de cualquier otra manera.

– Llevemos los perros afuera, a la parte de atrás, donde puedan correr -sugirió Bammy.

Georgia y Jude intercambiaron una mirada. En ese momento se encontraban todos en la cocina. Bon estaba debajo de la mesa. Angus había levantado la cabeza para olfatear la encimera, donde llamaban su atención las galletas puestas en una fuente tapada con papel de plata.

El espacio era demasiado pequeño como para que estuvieran también los perros. El pasillo de entrada también era muy reducido para ellos. Un rato antes, cuando Angus y Bon entraron corriendo golpearon un trinchero, haciendo tambalearse la cerámica colocada en la parte de arriba, y chocaron contra las paredes, con tal fuerza que los cuadros allí colgados quedaron torcidos.

El cantante miró a Bammy y vio que estaba frunciendo el ceño. Había sorprendido el intercambio de miradas entre él y Georgia y sabía que significaba algo, aunque no podía precisar qué.

Georgia habló primero.

– Ah, Bammy, no podemos quitarles la vista de encima. Se meterían en tu jardín y lo destrozarían.

Bon apartó algunas sillas para salir de su refugio bajo la mesa. Una cayó, haciendo un ruido agudo. Georgia saltó hacia la perra y la cogió firmemente por el collar.

– Yo la controlo -dijo-. ¿Puedo usar la ducha? Necesito lavarme y tal vez echarme un rato. Puede quedarse conmigo, en mi compañía no creará problemas.

Angus puso sus patas delanteras sobre la encimera, para acercar el hocico a las galletas.

– ¡Angus! -clamó Jude-. Ven aquí.

Bammy tenía en la nevera algo de pollo y ensalada. También limonada casera, como había asegurado Georgia, en una jarra de vidrio. Cuando la joven subió la escalera de servicio, Bammy le preparó a Jude un plato de pollo y ensalada. Se dispuso a comer. Angus se echó a sus pies.

Desde donde estaba sentado, en la mesa de la cocina, el hombre tenía visión del patio trasero. Una soga muy gastada pendía de la rama de un viejo y alto nogal. El neumático que alguna vez había colgado de ella ya no estaba allí. Más allá de la cerca había un callejón, empedrado con adoquines muy erosionados e irregulares.

Bammy se sirvió limonada y apoyó el trasero en la encimera. El alféizar que había detrás de ella estaba lleno de trofeos de bolos. Llevaba las mangas subidas, dejando a la vista unos antebrazos tan peludos como los de Jude.

– No conozco la romántica historia del modo en que os conocisteis.

– Los dos estábamos en Central Park -contó él-. Cogiendo margaritas. Nos pusimos a hablar y decidimos merendar juntos.

– Debió de ser así, o quizá os conocisteis en algún perverso club de fetichistas.

– Ahora que lo pienso, pudo haber sido en un perverso club de fetichistas.

– Estás comiendo como si nunca antes hubieras visto comida.

– No nos hemos parado a comer en todo el camino.

– ¿Por qué tanta prisa? ¿Qué ocurre en Florida que os urge tanto llegar allí? ¿Algunos de vuestros amigos organizan una orgía a la que no queréis faltar?

– ¿Prepara esta ensalada usted misma?

– Naturalmente.

– Está buena.

– ¿Quieres la receta?

En la cocina reinaba un silencio sólo roto por el roce del tenedor sobre el plato y el ruido sordo de la cola del perro golpeando el suelo. Bammy le miró a los ojos, sin decir nada.

Por fin, Jude decidió romper aquella incómoda situación.

– Marybeth la llama Bammy. ¿Por qué?

– Es un diminutivo de mi nombre -explicó Bammy-. Alabama. MB me ha llamado así desde que era un bebé que mojaba los pañales.

Un bocado seco de pollo frío se le fue inesperadamente hacia la tráquea. Jude tosió y se golpeó el pecho. Parpadeó con los ojos llorosos. Le ardían las orejas.

– No lo tome a mal -dijo él, cuando su garganta estuvo libre-. Esto puede parecer fuera de lugar, pero ¿ha visto usted alguna vez una de mis actuaciones? A lo mejor me vio en la doble presentación con AC/DC en el año 1979.

– De ninguna manera. No me gustaba esa clase de música ni siquiera cuando era joven. Un montón de gorilas saltando por el escenario, diciendo palabrotas y gritando hasta quebrarse la garganta. Podría haberte visto si hubieras estado en el estreno de los Bay City Rollers. ¿Por qué?

Jude enjugó el sudor que volvía a cubrir su frente, en el fondo extrañamente aliviado.

– Conocí a una Alabama hace tiempo. No tiene importancia.

– ¿Cómo es que los dos estáis tan maltrechos? Tenéis heridas encima de las heridas. Un desastre.

– Estábamos en Virginia, fuimos a un Denny's desde nuestro motel. Al regresar, casi nos atropellan.

– ¿Seguro que todo quedó en un «casi»?

– Ibamos por un paso subterráneo. Un tipo hizo chocar su Jeep contra la pared de piedra. Él también se golpeó la cara contra el parabrisas.

– ¿Cómo quedó?

– Salvó la vida, supongo.

– ¿Estaba borracho?

– No sé. No lo creo.

– ¿Qué ocurrió cuando llegó la policía?

– No nos quedamos para hablar con ella.

– No os quedasteis… -Se detuvo nada más iniciar la frase y arrojó el resto de la limonada en el fregadero, luego se secó la boca con el antebrazo. Tenía los labios fruncidos, como si el último trago de refresco hubiera estado más agrio de lo que a ella le gustaba-. Lleváis mucha prisa -dijo.

– Un poco.

– Hijo, ¿es muy grande el problema en que estáis metidos?

En ese momento, Georgia le llamó desde arriba.

– Ven a echarte, Jude. Ven arriba. Nos acostaremos en mi habitación. ¿Nos despiertas dentro de una hora, Bammy? Todavía tenemos que viajar un poco más.

– No tenéis por qué iros esta noche. Sabéis muy bien que podéis pasar la noche aquí.

– Mejor no -comentó Jude.

– No tiene sentido que os deis esa paliza. Ya son casi las cinco. Vayáis donde vayáis, no llegaréis hasta muy tarde.

– No hay problema, iremos bien. Nos gusta la noche. -Dejó su plato en el fregadero.

Bammy le miró con atención, casi estudiándole.

– No os iréis sin comer, ¿verdad? Eso era un aperitivo.

– No, señora. De ninguna manera. Gracias, señora.

Ella asintió con la cabeza.

– Prepararé algo mientras dormís una siesta. ¿De qué parte del sur eres?

– De Luisiana. Un lugar llamado Moore's Córner. No creo que usted haya oído hablar de él. No hay nada importante allí.

– Lo conozco. Mi hermana se casó con un hombre que la llevó a Slidell. Moore's Córner está muy cerca de allí. Hay buena gente en esa zona.

– No es el caso de mi gente -replicó Jude, y se fue arriba, con Angus detrás de él, saltando por los escalones.

Georgia le esperaba arriba, en la fresca oscuridad del pasillo del piso superior. Tenía el pelo envuelto en una toalla y llevaba puesta una desteñida camiseta de la Universidad de Duke y unos pantalones cortos azules, muy holgados. Tenía los brazos cruzados debajo de los pechos y en la mano izquierda sostenía una caja blanca, chata, rota en las esquinas y pegada con cinta marrón que se estaba desprendiendo.

Sus ojos eran lo más brillante que se veía entre las sombras del pasillo, como chispas verdosas de luz no natural. En su rostro pálido, agotado, había una especie de entusiasmo.

– ¿Qué es eso? -preguntó él, y ella le dio la vuelta para que se viera lo que estaba escrito en uno de sus lados.