Al verla, Jude sintió un abrumador ataque emocional. Conmoción, pérdida y adoración, todo junto. Apenas pudo soportar tantos sentimientos simultáneos. Incluso parecían más sentimientos de lo que la realidad que le rodeaba podía admitir, pues el mundo se curvaba en los bordes de su campo visual, volviéndose borroso y distorsionado. El pasillo se convirtió en un corredor salido de Alicia en el país de las maravillas, demasiado pequeño en un extremo, con puertas tan diminutas que sólo un gato podría atravesarlas, y demasiado grande en el otro, donde el retrato de Craddock se dilataba hasta alcanzar tamaño natural. Las voces de las mujeres en las escaleras se hicieron más profundas y lentas, hasta el punto de convertirse en sonidos incoherentes. Era como escuchar un disco que empezara a detenerse después de que el tocadiscos hubiera sido desenchufado.
Jude estuvo a punto de llamar a Anna. Lo que más deseaba era ir hacia ella, pero cuando el mundo se deformó, se echó hacia atrás en la silla, mientras los latidos de su corazón se disparaban. Un instante después, su visión se aclaró, el pasillo se enderezó y pudo escuchar otra vez a Anna y a Jessica con toda claridad. Entonces se dio cuenta de que la visión que le rodeaba era frágil y que no podía forzarla demasiado. Era importante mantenerse quieto, no realizar ningún movimiento brusco. Hacer y sentir lo menos posible, ésa era la clave. Sólo tenía que observar.
Las manos de Anna estaban cerradas, en puños pequeños, huesudos. Subía las escaleras con una precipitación agresiva, de modo que su hermana tropezaba tratando de seguirle el ritmo, agarrándose a la barandilla para evitar rodar escaleras abajo.
– Espera… Anna…, ¡detente! -dijo Jessica, parándose, para luego seguir escaleras arriba, tratando de coger la manga de la túnica de su hermana-. Estás histérica…
– No estoy histérica, no me toques -replicó Anna, hablando atropelladamente. De un tirón, liberó el brazo.
Anna llegó al descansillo y se volvió hacia su hermana mayor, que se quedó rígida, dos peldaños más abajo, vestida con una pálida falda de seda y una blusa de color café oscuro. Los talones de Jessica estaban juntos. En el cuello sobresalían los tendones. Estaba haciendo una mueca, y en ese momento pareció más vieja, no una mujer de unos cuarenta años, sino de más de cincuenta. En realidad parecía asustada. Su palidez, especialmente en las mejillas, a la altura de las sienes, era gris, y el contorno de su boca estaba fruncido, lleno de arrugas.
– Estás histérica. Estás imaginando cosas, eres víctima de una de tus terribles fantasías. No sabes lo que es real y lo que no lo es. No puedes ir a ninguna parte en ese estado.
Anna no hacía caso.
– ¿Esto es imaginario? -Llevaba un sobre en las manos-. ¿Estas fotografías son imaginarias? -Sacó varias fotos Polaroid, las agitó en una mano para mostrárselas a Jessica y se las arrojó luego a la cara-. ¡Jesús! ¡Es tu hija! ¡Tiene once años!
Jessica Príce se encogió ante las fotos que volaban, que cayeron en los escalones, alrededor de sus pies. Jude se dio cuenta de que Anna todavía tenía una de ellas, que volvió a guardar en el sobre.
– Sé muy bien lo que es real -insistió Anna-. Por primera vez en mi vida, tal vez.
– Papá -dijo Jessica con voz débil, amortiguada.
Anna continuó:
– Me voy. La próxima vez que me veas, llegaré con sus abogados. Para llevarme a Reese.
– ¿Crees que él te ayudará? -preguntó Jessica. Su voz era un susurro tembloroso.
¿Él? ¿Sus abogados? A Jude le costó un instante darse cuenta de que estaban hablando de él. La mano derecha comenzaba a escocerle. La notaba hinchada y caliente, como si hubiera sufrido la picadura de un terrible insecto.
– Seguro que me ayudará.
– ¡Papá! -exclamó Jessica de nuevo. Su voz sonó esta vez más fuerte, más vibrante.
Una puerta se abrió de golpe, en el pasillo oscuro, a la derecha de Jude. Miró, esperando ver a Craddock, pero era Reese. La niña asomó la cabeza espiando hacia todos los lados. Era una chiquilla con el pelo del mismo color dorado pálido que el de Anna. Igual que a ella, un mechón le caía sobre uno de los ojos. Jude sintió pena al verla. Se le encogió el corazón al contemplar sus grandes ojos afligidos. ¡Las cosas que algunos niños tenían que ver! Sin embargo… pocas serían peores que las que ya había sufrido ella, pensó.
– Esto se va a saber, Jessie. Todo -dijo Anna-. Estoy feliz. Quiero hablar de eso. Espero que vaya a la cárcel.
– ¡Papá! -gritó Jessica por tercera vez.
Se abrió la puerta situada frente a la habitación de Reese y una figura alta, demacrada y angulosa salió al pasillo. Craddock no era más que una silueta negra recortada en las sombras, sin ningún rasgo característico, salvo las gafas de montura oscura, que usaba muy de vez en cuando. Los cristales de las gafas atrapaban y enfocaban la luz disponible, de modo que brillaban débilmente, con algún destello rosa, en la oscuridad. Detrás de él, en su habitación, un acondicionador de aire vibraba con un ruido constante, cíclico, que a jude le resultaba curiosamente conocido.
– ¿Qué es todo este ruido? -preguntó Craddock con voz áspera y melosa.
– Papá -dijo Jessica-, Anna se va. Dice que regresa a Nueva York, otra vez, con Judas Coyne, y va a conseguir que sus abogados…
Anna miró hacia el pasillo, a su padre. No vio a Jude. Por supuesto que no le vio. Sus mejillas eran de un furioso color rojo oscuro, con dos manchas sin color alguno sobre los pómulos. Estaba temblando.
– Quiere llamar a los abogados de ese tipo y a la policía, y les va a decir a todos que tú y Reese…
– Reese está aquí, Jessie -la interrumpió Craddock-. Tranquilízate. Tranquilízate.
– … y ella… ha encontrado algunas fotografías -siguió Jessica, con voz cada vez más débil, mientras miraba a su hija por primera vez.
– ¿Ah, sí? -replicó Craddock, mostrándose completamente tranquilo-. Anna, querida. Lamento que te hayas alterado tanto. Pero no es un momento adecuado para que te marches, desquiciada como estás. Es tarde, querida. Es casi de noche. ¿Por qué no te sientas conmigo y hablamos sobre lo que te está preocupando? Quisiera ver si puedo tranquilizar tu espíritu, darte un poco de paz. Si me permitieras intentarlo, aunque sólo sea un momento, estoy seguro de que lo lograría.
De pronto Anna pareció tener dificultades para emitir su voz. Sus ojos estaban muy abiertos, brillantes y asustados. Pasaba la mirada de Craddock a Reese, y luego a su hermana.
– Mantenlo lejos de mí-dijo Anna-. O que Dios me perdone, porque lo mataré.
– No puede irse -dijo Jessica a Craddock-. Por ahora no puede.
¿Por ahora? Jude se pregunto qué podría significar eso. ¿Acaso Jessica pensaba que había algo más que hacer o decir? Él tenía la sensación de que la conversación había terminado.
Craddock miró de reojo a la niña.
– Vete a tu habitación, Reese. -Alargó la mano hacia ella, mientras hablaba, para hacerle una caricia tranquilizadora en la pequeña cabeza.
– ¡No la toques! -gritó Anna.