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Hubo un silencio terrible. Cuando Craddock volvió a hablar, su voz era regular, tranquila:

– Basta ya. ¿ Quieres que Anna se lleve a Reese? ¿Quieres pasar diez años en una institución penitenciaria del condado? -Apretó las muñecas de su hijastra y la acercó más hacia él, de modo que pudo hablarle directamente frente a la cara. Finalmente, los ojos de Jessica volvieron a enfocarse en los de él y su cabeza dejó de moverse de un lado a otro. Craddock continuó-: No es culpa nuestra, sino de Coyne. Él es quien nos ha arrinconado de esta manera, ¿me escuchas? Él fue quien nos envió a esta desconocida que quiere destruirnos. No sé qué ha ocurrido con nuestra Anna. No recuerdo cuánto tiempo hace que no veo a la verdadera Anna. La Anna que creció contigo está muerta. Coyne se ocupó de que así fuera. Para mí es como si él hubiera terminado con ella. Es como si ya le hubiera cortado las venas de las muñecas. Y va a pagar por ello. Créeme. Le voy a enseñar lo que significa meterse con mi familia. Ahora, tranquila. Respira con calma. Escucha mi voz. Saldremos adelante. Te sacaré de esta situación, tal como lo he hecho cada vez que ha ocurrido algo malo en tu vida. Confía en mí como siempre. Respira hondo. Vamos. Otra vez. ¿Te sientes mejor?

Los ojos azules de la chica estaban muy abiertos, con expresión de avidez. En trance. Su respiración era un silbido, una sucesión de largas y lentas exhalaciones.

– Puedes hacerlo -continuó Craddock-. Sé que puedes. Por Reese, eres capaz de afrontar lo que sea necesario.

– Trataré de hacerlo -respondió Jessica-. Pero tienes que decirme qué y cómo. Debes guiarme. No puedo pensar.

– Eso está bien. Yo pensaré por los dos -aseguró Craddock-. Y tú no tienes que hacer nada. Ahora levántate y ve a tomar un buen baño caliente.

– Sí. Está bien.

Jessica empezó a ponerse de pie otra vez, pero Craddock sujetó sus muñecas y la mantuvo junto a él un momento más.

– Y cuando hayas terminado -ordenó Craddock-, ve abajo y busca mi viejo péndulo. Necesitaré algo para las muñecas de Anna.

Dicho esto, la dejó alejarse. Jessica se puso de pie con tanta rapidez que tropezó y tuvo que apoyar una mano en la pared para no caerse. Le miró por un momento con ojos deslumbrados y estupefactos, luego se volvió, en una especie de trance, y abrió la puerta que había a su izquierda. Entró en un baño de azulejos blancos.

Craddock permaneció en el suelo hasta que oyó el ruido del agua llenando la bañera. Entonces se incorporó y quedó, hombro con hombro, junto a Jude.

– Maldito viejo bastardo -murmuró el cantante. El mundo de pompa de jabón se deformó y se tambaleó. Jude apretó los dientes hasta que el entorno recuperó su forma normal.

Los labios de Craddock eran delgados y pálidos, estirados sobre sus dientes en una mueca mordaz y fea. La carne vieja de la parte trasera de sus brazos se balanceó. Se dirigió a paso lento hacia la habitación de Anna, tambaleándose un poco. El empujón recibido y la caída lo habían afectado. Abrió la puerta. Jude fue tras él, pisándole los talones.

Había dos ventanas en la habitación de Anna, pero ambas daban a la parte posterior de la casa, al lado contrario de aquel por donde el sol se había puesto. Allí ya reinaba la noche, y la habitación estaba envuelta en sombras azules. Anna estaba sentada en el extremo de la cama. En el suelo, entre sus zapatillas, había un vaso vacío. Su bolso de viaje estaba sobre el colchón, detrás de ella, con alguna ropa sucia apresuradamente guardada y la manga de un suéter rojo colgando por fuera. La expresión de Anna era plácida e inexpresiva. Tenía los brazos apoyados en las rodillas, los ojos vidriosos y la mirada perdida en la distancia. En una mano, olvidado, reposaba el sobre de color crema con las fotos Polaroid de Reese. Las pruebas que había conseguido. Al verla así, Jude se sintió mal. Se dejó caer sobre la cama, junto a ella. El colchón hizo ruido bajo su peso, pero ni Anna ni Craddock parecieron darse cuenta. Puso la mano izquierda sobre la derecha de Anna. La que estaba herida sangraba abundantemente otra vez. Tenía las vendas manchadas y flojas. ¿Cuándo había comenzado aquella hemorragia? Ni siquiera podía levantar la mano derecha en ese momento, porque se había vuelto demasiado pesada y le dolía mucho. La simple idea de moverla le producía mareos.

Craddock se detuvo ante su hijastra y se inclinó para observar, pensativo, su cara.

– ¿Anna? ¿Puedes escucharme? ¿Oyes mi voz?

Ella siguió sonriendo, y en un primer momento no respondió. Luego parpadeó y habló:

– ¿Qué? ¿Has dicho algo, papá? Estaba escuchando a Jude. Por la radio. Ésta es mi canción favorita.

Los labios del viejo se tensaron hasta que todo color desapareció de ellos.

– Ese hombre -masculló, casi escupiendo las palabras. Cogió una esquina del sobre y lo arrancó de sus manos.

Craddock se enderezó y se volvió hacia una de las ventanas para cerrar la persiana.

– Te amo, Florida -dijo Jude. El dormitorio que le rodeaba se ensanchó cuando habló, la pompa de jabón se hinchó hasta casi estallar, para luego volver a encogerse.

– Te amo, Jude -dijo Anna casi sin hacer ruido.

Al oír sus palabras, los hombros de Craddock se alzaron en un sorprendido encogimiento. Se dio la vuelta, curioso.

– Tú y tu estrella del rock os reuniréis de nuevo muy pronto. Eso es lo que tú querías, y es lo que tendrás. Tu padre se va a encargar de que así sea. Tu padre conseguirá que os reunáis tan pronto como sea posible.

– Maldito seas -exclamó Jude, y esta vez, cuando la habitación se hinchó y se estiró perdiendo su forma, no pudo, por mucho que se concentró en el tum-tum-tum, hacer que recuperara la proporción correcta. Las paredes se dilataron y luego se hundieron hacia dentro, como sábanas tendidas al sol que se movieran con la brisa.

El aire de la habitación era tibio y estaba cargado. Olía a humo de coches y a perro. Jude escuchó un leve gemido detrás de él, y se volvió para mirar aAngus, que estaba echado en la cama, en el lugar que ocupaba el bolso de viaje de Anna un momento antes. El perro respiraba con dificultad y sus ojos estaban pastosos y amarillentos. Un hueso rojo y astillado asomaba por la piel de una pata doblada.

Jude volvió a mirar a Anna, pero descubrió que era Marybeth la que estaba sentada en la cama en ese momento, con la cara sucia y la expresión tensa.

Craddock bajó una de las cortinas y la habitación se oscureció un poco más. Jude miró por la otra ventana y vio las plantas que crecían al otro lado de la carretera interestatal. Había palmeras, basura entre la maleza, y más allá un cartel verde que decía: «SALIDA 9». Sus manos retomaron el tum-tum-tum. El acondicionador de aire murmuraba, zumbaba, susurraba. Jude se preguntó por primera vez cómo era posible que todavía pudiera seguir escuchando el aparato de aire acondicionado de Craddock. La habitación del anciano estaba en el otro extremo del pasillo. Algo empezó a hacer una especie de tictac, un sonido tan constante como el de un cronómetro. Era el ruido del intermitente.

Craddock fue a la otra ventana, tapando la visión de Jude hacia la carretera, y bajó también aquella cortina. De esa forma, dejó la habitación de Anna en total oscuridad. Finalmente, llegó la noche.

Jude volvió a mirar a Marybeth, su mandíbula tensa, una mano sobre el volante. La luz intermitente brillaba de manera repetitiva en el tablero y él abrió la boca para decir algo, no sabía qué, algo como…

Capítulo 41

¿Qué estás haciendo? -Su voz sonaba como un extraño estertor, un ruido que no parecía humano. Marybeth dirigía el Mustang hacia una salida de la carretera principal, a la que ya casi había llegado-. No es por aquí.

– He estado intentando despertarte durante unos cinco minutos y no reaccionabas. Creía que estabas en coma, o por lo menos desmayado. Por aquí hay un hospital.

– Sigue adelante. Estoy despierto. Me encuentro bien.